Son maravillosas; trabajadoras incansables de una labor ingrata que se repite día a día; hablo de las empleadas del servicio doméstico, niñas del aseo, empleadas del servicio o como se las quiera llamar. La semana pasada Clara López, una política que aparentemente está con los más necesitados, en un tono desagradable y descalificador las pordebajeó y resolvió crear diferentes estatus: los prohombres de la Corte y estas mujeres que seguramente atienden las necesidades de estos magistrados. Según López, a las primeras se les puede interceptar sus comunicaciones mientras que a los segundos no.
Patricia, Martha, Alcira, Perla, son estas y muchas más las mujeres que se levantan temprano para llegar a sus sitios de trabajo, luego de dejar su casa, la de ellas, arreglada e iniciar labores en otra casa. Trabajo desagradecido como el que más pues se repite día a día. Si se hace bien, pasa desapercibido, si no, es todo un drama.
Lo que dijo la señora Clara López no es aislado, mucha gente, afortunadamente cada vez menos, desprecia a estas mujeres. Son invisibles, nunca las saludan y como no, son sospechosas de cualquier cosa que se pierda, en la casa. Son las únicas que se requisan a la salida de los apartamentos. Tan era menospreciada su labor que hasta hace muy poco eran las únicas trabajadoras que no tenían derecho a prima de servicios. Tampoco tenían derecho a horas extras pues con el artilugio de que vivían donde trabajaban, debían servir más de diez horas sin lugar a recargos.
Las vemos atrás de “la señora” con un coche, cargando al hijo de la señora que muchas veces demuestra mas cariño por esas personas que por su mamá, al fin y a cabo son ellas quienes alimentan y cuidan a estas criaturas mientras sus padres están devorándose el mundo.
La pandemia las sacó del anonimato pues nos tocó, por las malas, darnos cuenta del valor de su trabajo, que va más allá de el dinero que se les paga. Ordenar una casa no es tan fácil como se cree, personalmente me demoraba mas de 6 horas lo que cualquiera de estas mujeres hace en máximo dos y no quedaba ni siquiera parecida. Planchar, barrer, limpiar baños, ordenar, es una labor enorme que estas mujeres hacen permanentemente. Si hay niños es mucho más difícil
Clara López no es la única que piensa que estas mujeres son menos que el resto de los mortales, es bien sabido que no pueden comer lo mismo que comen los “señores de la casa” aún cuando han sido ellas quienes preparan esa comida. Ni qué decir de llegar a utilizar el mismo baño de los de la casa, eso está fuera de cualquier discusión, jamás.
A mis 57 años, crecí al calor de las radionovelas y rancheras que me ponía Encarna cuando llegaba del colegio; había un programa radial que se llamaba Los Consejos en el que una señora aconsejaba a radioescuchas que escribían sus problemas generalmente sentimentales. La ley del Monte y la Hija de Nadie fueron parte de mi educación y, en mi caso, conocí la devoción por San José Gregorio Hernández, el santo venezolano.
Son mujeres admirables, que día a día trabajan y colaboran para que sus jefes puedan desarrollar su labor de manera tranquila y que hacen que los hijos estén impecables para ir al colegio o para recibir a sus papás.
Es terriblemente desagradable ver a personas como Clara López que parten de la base que no es lo mismo intervenir las comunicaciones de un magistrado de la corte que de una mujer que realiza el aseo. Es una tarifa legal absurda, desde este punto de vista, los conductores, enfermeras, meseros y todas esas personas que siempre están disponibles, son menos valiosos y se les puede intervenir sus comunicaciones, o al menos de boca de la señora López, no es lo mismo.
Finalmente, no entiendo cómo la vicepresidenta, que se ufana (con razón) de haber sido empleada del servicio, no dijo nada de las barrabasadas que la señora López barruntó. No sé si serán ordenes del presidente o simplemente considera adecuado lo que se dijo. Que en pleno siglo XXI aparezcan barbaridades como la que dijo Clara López no puede admitirse, menos en el supuesto gobierno de la gente.