No importa bajo qué administración sea ni la debilidad o fortaleza de la nómina que tenga el dueño de casa. Pasa con frecuencia que algunos clubes padecen ir a ciertos lugares porque allí en ese campo que parece igual a los demás, la misión victoria se cercena antes de salir a jugar.
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A Millonarios le ocurre eso cada vez que en el fixture le toca saber cuándo debe enfrentar al equipo dorado de Antioquia, lleno de razones sociales diferentes desde su debut porque Águilas Doradas no siempre fue dorado; con camiseta similar a la de Pereira fue dueño temporal del Hernán Ramírez Villegas. Y cuando correspondía al nombre de Itagüí, el sitio de encuentro era el Estadio Ditaires, siendo ya en últimas versiones del campeonato el Alberto Grisales su oficina de planta.
Extrañamente, así venga en un buen momento, es asunto de enfrentar a Águilas para que el talento se nuble y la borrasca de caos llene rápidamente los niveles que hasta ahora estaban vacíos de esos defectos. Los dos Ruiz inconexos, Silva sin socios, Gómez con poco tiempo en campo por necesidad -aunque no estaba teniendo un partido ni cercano a lo aceptable- y Perlaza, ese buen hombre que se dedicó al fútbol y que Alberto Gamero lo usa como elemento de refacción en el costado que disponga, se termina yendo expulsado en el primer tiempo por un codazo infantil que hasta el obtuso Alba -de mal arbitraje- no pudo esquivar.
Y la historia se repite siempre porque, aunque parezca extraño, Águilas, o Rionegro, o Itagüí parece infranqueable ante Millonarios. El dato en el previo era concluyente pues desde que hace parte de la primera división el equipo azul nunca ha podido ganar en ese campo. Apenas una vez lo logró, pero fue en tiempos de Itagüí, con el logo de Croydon en el pecho, en una Copa. Lo chistoso es que en el partido de vuelta en El Campín ellos ganaron de manera sorpresiva y eliminaron a los bogotanos desde el punto penal.
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Hay tiempos en que ciertas visitas salen más complicadas de lo que parecen y Millonarios sabe de eso, especialmente en tiempos en los que disputar un partido en Neiva era sinónimo de irse sin puntos -así se ensayara ir una semana antes para aclimatarse, como alguna vez lo hizo Juan Carlos Osorio sin éxito y perdiendo frente al local la entrada a una final- o Envigado, que años atrás era como ir a jugar contra el Steaua en tiempos de Ceaucescu `prque el triunfo allí era utópico.
En esas anda Millonarios: pensando si la próxima vez que viaje a Rionegro encontrará por fin la fórmula que le sume tres puntos.