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Feos y pobres

Recomendamos series, platos de comida y candidatos presidenciales sin ningún tipo de pudor, como si fuésemos los dueños de la verdad absoluta.

Que cuestionemos que Piqué le haya sido infiel a Shakira demuestra que entendemos poco sobre las relaciones y las personas, y que idealizamos una cosa y la otra, especialmente si se trata de ricos y famosos. Y aun así nos la pasamos dando lecciones de vida, sobre todo en redes sociales, indicándoles a los demás que hacer y qué decir. Recomendamos series, platos de comida y candidatos presidenciales sin ningún tipo de pudor, como si fuésemos los dueños de la verdad absoluta. Eso nos pasa, supongo, por ser feos y pobres; unos pobres diablos al fin y al cabo.

Explíquenme de dónde concluyen que el futbolista no podía traicionar a la cantante por ser ella hermosa, talentosa y millonaria. ¿Dónde está ese manual de vida que dice que reunir esas tres características es un salvoconducto para que no se aburran de nosotros y no nos rompan el corazón? ¿Quién les dijo, además, que la gente se enamora de otra por sus virtudes y no a pesar de sus defectos?

Solemos sublimar a los famosos como si fueran seres de otra dimensión superiores a nosotros. Y sí, tendrán dinero y facilidades que los hace llevar en varios aspectos una vida mejor, pero una cosa es eso, y otra pensar que, por aparecer en películas, ser ovacionados por estadios repletos y ganar millonadas son inmunes a la vida. Nos sorprendemos cuando vemos la noticia de que algún famoso fue pillado comiendo hamburguesa en un centro comercial, y lanzamos a manera de elogio expresiones de asombro tipo “Vaya, qué persona tan sencilla”. Nuevamente, ¿qué creen, que los famosos reciben su comida a manos de querubines que llegan a sus casas volando y que no sufren ni tienen miedos, no se enferman y no tienen que lidiar con los pequeños y grandes problemas de la vida?

Yo, que vendría siendo un famoso clase D (reconocido solo localmente por una que otra persona de vez en cuando), me encontré hace poco en un supermercado con alguien que al verme me dijo: “Uy, el gran Adolfo Zableh haciendo mercado”. Primero que todo, qué grande ni qué chistes; y segundo, ¿que asumía, que tengo un ejército de coimes que hacen todo por mí mientras yo me quedo en mi mansión bañándome en leche de burra como si fuera Cleopatra?

Debe ser un infierno la vida de los famosos, de verdad. Sí, mucho dinero y muchas comodidades, pero vives en una cárcel. No puedes ir a un cine sin que te caigan para adorarte como si fueras un semidios. Y podrás tener dinero para construirte tu propia sala de cine en casa, pero, ¿dónde está la gracia en eso? Y luego está eso de que tienes que calcular dos y tres veces cada acto y cada palabra, sabiendo que pueden cancelarte por cualquier cosa porque, por alguna razón, te ven como un ser superior, un modelo obligado a dar cátedra sobre comportamiento humano.

No la deben estar pasando bien Piqué y Shakira y nosotros cogiéndolos de burla, poniendo sobre la mesa si la barranquillera debería salir con Henry Cavill o con Chris Evans, como si superar una relación de doce años y dos hijos fuera igual a tomarse un vaso de agua. Y encima está la prensa, registrando qué hacen ambos desde que se levantan hasta que se acuestan y especulando sobre cada suceso por venir. Vemos el drama ajeno como fuente de diversión y no nos importa. Trate usted de recordar su peor despecho, lo mal que se sintió al respecto, y ahora imagine a los medios y los chismosos encima; calcule el tamaño de su crisis de haber tenido a tanto juez hablando sin conocer los hechos. El chisme es de los peores males del mundo y lo tenemos subvalorado.

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Las personas creemos que queremos ser felices, pero muchas veces no sabemos en qué consiste tal cosa, ni por dónde empieza ni cómo se come. También queremos amar y ser amados, pero tenemos todo el concepto al revés. Cuando vemos un romance entre dos famosos nos volvemos locos y anhelamos lo mismo. Y sí, podrá haber amor entre los protagonistas de la relación de turno, pero cuando vemos sus fotos juntos, lo que en realidad deseamos es ser ellos, vernos bien, felices, y que el mundo nos identifique y nos celebre. Es decir, queremos el subidón que da el enamoramiento y que nos reconozcan, sentirnos valorados aun a costa de nuestra propia tranquilidad. “Espero que todos puedan volverse ricos y famosos, y tener todo con lo que soñaron para que se den cuenta de que esa no es la respuesta”; la frase se le atribuye a Jim Carrey y cualquiera podría decir que así no se vale porque él ya sabe qué es eso y que nadie aprende en cuerpo ajeno. Tendría razón, pero también la tiene el actor: ningún placer mundano en exceso es capaz de satisfacernos.

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