El otro día dije públicamente que Ingrid Betancourt era la típica tía que hacía comentarios hirientes sobre la vida de los demás y luego preguntaba “Pero, ¿qué pasa? ¿Qué dije de malo?”, como si no entendiera el calibre de lo que está diciendo. Esto, a raíz de un comentario suyo en pleno debate presidencial sobre la salud mental de Gustavo Petro.
Fuerte el tema, sí, pero lo he pensado y quiero disculparme con todas las tías que hayan podido sentirse aludidas con mi apunte; y con las que no, también. Las tías no tienen doliente, por eso es fácil atacarlas. Aunque existen, son algo etéreo, como cuando uno dice “El Estado”. El Estado existe, en efecto, sabemos que está regado por todos lados y que mal que bien funcional, pero no tiene rostro. Pues las tías tampoco. La tía de cada uno de nosotros, sí. Tiene una cara y una voz, una personalidad también, pero convertidas en colectividad es como si habláramos de un mito.
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Uno dice que alguien hizo o dijo algo de tía y de inmediato sabemos de lo que habla, lo cual es injusto porque las estamos encasillando por defecto como un ser torpe y sin criterio, casi un animal doméstico que necesita de instrucción y cuidado constantes. No en vano las asociamos con los Piolines de Whatsapp, esas figuras tiernas e irritantes que suelen acompañar un mensaje de felicitación por el día de lo que sea. Y sí, a veces las tías mandan Piolines, pero no por eso hay que poner en duda su inteligencia.
El comentario sobre Ingrid lo hice más por mis tías que por Ingrid misma. Llegué a tener seis, ya algunas han muerto, y había de todo en ellas: amor y cariño, firmeza y sumisión, pero también a veces algo de crueldad. Antes las juzgaba, ya no lo hago porque entiendo no solo de quién eran hijas, sino el sistema de maltrato hacia las mujeres que existe en la sociedad y al que ellas estuvieron expuestas toda la vida. Si nos viven pisoteando, no resulta extraño que a veces sintamos la necesidad de pisotear a los demás a manera de compensación o de venganza, llámenlo como quieran.
Mala época para ser tía entonces, con lo bacano que es tener sobrinos; casi como tener hijos, solo que con todos los beneficios y pocas responsabilidades. Los ves crecer, los llevas de paseo, los malcrías, pero, salvo emergencia, no tienes que mandarlos a la cama, pagarles el colegio ni regañarlos para que coman juiciosos. Creo que el rol de tío se ha resignificado con los años. Antes era una especie de padre sustituto, y como buen padre de la época, abusaba de su poder. Ahora el tío es más como el bacán, una especie de compinche, o por lo menos así me gusta pensarme. Tengo varios sobrinos, todos por fuera del país, y cuando los visito trato de malcriarlos y darles regalos, que me vean poco pero que sepan que los quiero y que me recuerden hasta el próximo encuentro. Ya saben cómo crecen de rápido los niños. Un día lo ves montando en bicicleta y jugando por ahí, y en menos de lo que piensas crecen a la fuerza después de conocer las fiestas y todo lo que con ellas viene.
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Pues nada, que Ingrid habló sobre Petro y nos hizo recordar a alguna tía, o en general a esas personas que suelen decir cosas ofensivas como quien no quiere la cosa. Todos tenemos a alguien así en nuestras vidas, y en algunas ocasiones somos nosotros mismos ese alguien y, por supuesto, no nos damos cuenta. Si sigue hablando así, pronto la candidata presidencial va a hacer que nos olvidemos de Marta Lucía Ramírez, considerada la tía no oficial de Colombia. Nuevamente, mis disculpas para ellas y para todas las tías del país, en el futuro trataré de abstenerme de hacer esos comentarios por muy simpáticos que puedan parecerle a la tribuna.