Este martes, 1 de noviembre, el mandatario Gustavo Petro ha volado a Venezuela para encontrarse con su par Nicolás Maduro e intentar acortar esa brecha. ”Separar dos naciones vecinas es una aventura suicida”, decía Petro, poco después de estrechar la mano, por primera vez de forma oficial, a Maduro. Que dos países vecinos no se hablen es “antinatural”, reiteraba.
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Muchos pensaban que esta primera reunión oficial entre Petro y Maduro sería en la frontera, en el Puente Simón Bolívar que separa los dos países, durante su reapertura comercial, el pasado 26 de septiembre. Petro decidió entonces, en el último momento, viajar a la ciudad de Cúcuta, pero Maduro nunca apareció -tampoco se le esperaba- y su ausencia la achacó a problemas de agenda.
Encuentro medido entre Petro y Maduro
Petro tuvo que ir más allá, 853 kilómetros más, hasta el Palacio de Miraflores (sede del Ejecutivo venezolano) a hacer real un encuentro que se ha concretado mediante llamadas directas entre los mandatarios, que eligieron Venezuela como primer punto de reunión.
Apenas seis horas ha durado la primera visita de Petro a Caracas y los dos han estado reunidos a puerta cerrada alrededor de dos horas. Ambos sabían el simbolismo del encuentro: desde el 11 de agosto de 2016, cuando Juan Manuel Santos y Maduro se vieron en Puerto Ordaz (Venezuela), este acontecimiento no pasaba.
”Los gobiernos estamos obligados, en la diversidad de nuestras opiniones, a trabajar por el bien común de Colombia y Venezuela”, aseguraba Maduro.
Sin embargo, ese bien común no siempre ha sido prioridad para los dos países. Las relaciones se comenzaron a tensar durante el Gobierno de Álvaro Uribe (2002-2010), con la salida de muchas empresas colombianas y la nacionalización de otras; Santos (2010-2018) las intentó recomponer, pero sus denuncias públicas de irregularidades en la elección de Maduro en 2013 no sentaron bien en Caracas.
Todo se torció -y mucho- cuando llegó Iván Duque. La cercanía -y reconocimiento como presidente interino- de Duque al opositor Juan Guaidó en 2019 convirtió a Colombia en el primer detractor del Gobierno de Maduro, y quedó completamente de lado el bien común. Se cortaron relaciones y se arreció el control en una frontera de 2.219 kilómetros, por donde se mueven millones.