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Hacia una catarsis que cure heridas, Red –Sur Barranquilla

Esta organización promueve el empoderamiento, el liderazgo y la participación política de los y las jóvenes en el departamento del Atlántico.

Esta crónica hace parte de la publicación ‘Defender la vida’ que es el primero de tres libros en el que se describen los logros, pero también las dificultades que enfrentan las organizaciones que defienden los derechos humanos en Colombia.

La presentación será este jueves 3 de noviembre a las seis de la tarde, en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, el 19 de noviembre en Cali será el turno para ‘Defender los pueblos’, en la Biblioteca Departamental Jorge Garcés y el 5 de diciembre en Bogotá se anunciará ‘Defender el territorio’ en el Centro de Memoria Paz y Reconciliación.

Este libro es el resultado del trabajo colaborativo del Programa Somos Defensores y Hacemos Memoria de la Universidad de Antioquia, con apoyo de la Embajada de Noruega en Colombia, Front Line Defenders, DW Akademie y la Cooperación Alemana.

En Defender la vida, escribieron Mateo Yepes Serna, Karen Parrado Beltrán, Lizet Cuartas Echeverry, Valeria Arias Suárez, María Camila Restrepo Giraldo, Ángela Martin Laiton, Lina Robles Luján, Xiomara Karina Montañez Monsalve. El prólogo es de la periodista Ana Cristina Restrepo Jiménez y la obra de cubierta es del artista Pedro Ruiz.

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Aquella tarde de noviembre del 2013, cuando los actores salieron a escena, la Plaza de la Aduana, en el centro histórico de Cartagena, capital de Bolívar, bullía de calor. Como tantas otras veces, los integrantes del colectivo Red Sur Barranquilla tenían todo dispuesto para dar inicio a la escena de “La gran caminata”, un segmento del Monumento por la dignidad y la memoria, donde un grupo de actores representa el desplazamiento de campesinos a causa de las balas y los explosivos detonados por los grupos armados en Colombia. Pero, a diferencia de otros días, la tensión se apoderó de los actores y de la audiencia cuando en medio de una multitud de rostros oscuros, sin forma, alguien gritó: “¡Les vamos a meter una bomba!”.

Aunque no era la primera vez que diversos agresores estigmatizaban o señalaban a la caminata, pues ya en el pasado, algunas personas les habían gritado que practicaban brujería, esta vez fue distinto, recordó Stefany Paola Mosquera Salcedo, vicepresidencia y lideresa de Red Sur Barranquilla, porque el miedo se apoderó de los integrantes del colectivo que, ante aquella amenaza, decidieron dispersarse sin terminar la puesta en escena. El miedo había ganado de nuevo.

El Monumento por la Dignidad y la Memoria es un dispositivo de arte público comunitario con el que Red Sur interviene espacios públicos buscando visibilizar las violaciones a los Derechos Humanos y aportar a la construcción de memoria social de lo que ha dejado el conflicto armado. Sus representaciones tienen la misión de preservar los hechos de violencia que han ocurrido en el Caribe colombiano y de generar reflexiones en la audiencia que observa esta puesta en escena, la cual se ha presentado en diversos escenarios a lo largo y ancho del país. “Por fortuna, la mayoría de las veces, las reacciones son positivas y eso es lo bonito de poder representar este Monumento y de que más y más personas quieran integrarse, participar y contar su historia”, destacó Stefany.

Después de la amarga experiencia Cartagena, los integrantes Red Sur Barranquilla comenzaron a pensar en otras formas para protegerse y así poder escenificar la obra de una forma segura. Desde entonces, por temas de seguridad, el montaje siempre permanece con una barrera de integrantes que están observando alrededor atentos a cualquier amenaza. Porque, “de cierta manera, representar el Monumento siempre es un riesgo y un desafío para defender los derechos en nuestro país, porque vemos el miedo en el público”, manifestó Libardo Diago Velásquez, uno de los primeros líderes de Red Sur.

Y es que años atrás de lo sucedido en Cartagena, los integrantes de Red Sur habían vivido otra situación de amenaza, en aquella ocasión en la ciudad de Sincelejo, capital del departamento de Sucre. En ese montaje, en el año 2009, intervinieron unos actores que portaban overoles negros y lucían velos con una decoración en forma de jaula encima de la cabeza. En la obra a estos personajes los llaman ‘focos’ y aunque no señalan a ningún grupo armado, en particular, representan los diversos grupos autoproclamados al margen de la ley. De repente, mientras avanzaba la puesta en escena, en uno de los espacios cercanos a la Plaza de Majagual los actores se encontraron con un grupo de policías, en el que uno de los agentes lanzó una expresión entre burlona y real: “deberían prestarnos esos overoles para cuando entramos a esos barrios”. Pese a esta cruda provocación, proveniente de las fuerzas del orden legal, el Monumento pudo presentarse en su totalidad frente a una audiencia impávida, conformada por hombres y mujeres que vieron el montaje en silencio, la mayoría sin expresión y otros con un dejo de rechazo que podría traducirse en indiferencia.

Sobre esta intimidación ocurrida en Sincelejo, Libardo analiza que también aquellos que son victimarios desafortunadamente se ven reflejados en el monumento porque el arte y lo simbólico posibilitan eso. “Esto fue bastante fuerte y duro para nosotros; evidenciar cómo tanto las víctimas como los victimarios se reconocen en el Monumento”.

El ceño de Libardo se frunce cuando expresa que es consciente de que esta puesta en escena no solo remueve sentimientos de dolor, sino también de miedo, por lo que “no estamos exentos a que nos digan: ‘cómo carajos se atreven a mostrar esto en este sitio, sabiendo que aquí pasó esto y que es posible que esté aquí alguien que no quiere que eso se sepa’. Pero la colectividad nos ha permitido permanecer”, afirmó.

En la mayoría de los montajes, los integrantes de Red Sur Barranquilla son abordados por todo tipo de personas, entre dolientes y víctimas, a quienes se encargan de escuchar y dar consuelo. La victimización que han vivido algunas de estas personas incluso permanece en el anonimato, porque muchas les confiesan a los integrantes de Red Sur que no han denunciado su caso ante las autoridades y que ni siquiera tienen un documento legal que les permita confirmar la desaparición de algún ser querido. Son voces que han sido silenciadas por el miedo y la violencia, pero que encuentran en el Monumento un lugar para rendir homenaje a las víctimas y vivir el duelo.

Presencias, la esencia del Monumento

El Monumento por la Vida, la Dignidad y la Memoria está compuesto por una bandera de Colombia de 300 metros de largo y por 300 lápidas con sus respectivas cruces. Es una puesta en escena itinerante que viaja por todo el país. La obra toma elementos del arte y el simbolismo para, un ejercicio de memoria, representar la violación a los derechos humanos en medio del conflicto armado.

La primera puesta en escena del Monumento se llevó a cabo en unos de los sitios más emblemáticos de Barranquilla: la Plaza de la Paz, por ser el corazón de la ciudad y uno de los espacios al aire libre más grande la urbe. En ese momento “las lápidas visibilizan a las víctimas de ‘falsos positivos’, pero después el espectro se fue abriendo hacia víctimas de otros crímenes sociales. En estas lápidas podemos encontrar nombres de víctimas reales. Son 300, pero estas son una representación realmente mínima de todas las víctimas del país”, recalcó Libardo.

La primera intervención estuvo conformada por ladrillos pintados de blanco, los cuales tenían lápidas pintadas, en uno de sus lados, con el mismo estilo gráfico de los carteles funerarios. En ellas se identificaba el nombre de la víctima, el hecho victimizante, el lugar y la fecha de ocurrencia del mismo. La mayoría de los nombres fueron aportados por víctimas que le contaron su historia al colectivo.

El montaje también tenía tropezones, que son figuras humanas elaboradas de madera, en tamaño de un metro con setenta centímetros, en las que se ponen fotografías de las víctimas. “A veces me da miedo entrar allí dónde están, porque nos tropezamos con ellos y se ven tan reales, que muchas veces he llorado cuando representamos el Monumento, porque son miles de personas a las que les arrebataron a sus familias y ya no están allí”, reconoció Stefany, reflejando temor en su expresión y en sus manos temblorosas.

A partir del 2008 Red Sur comenzó a hacer ajustes en ese montaje y los ladrillos empezaron a transformarse en lápidas de madera, para permitir una mayor movilidad de la obra. Además, el colectivo incluyó, en un principio, una bandera de Colombia de 15 metros para tapizar parte del suelo, después este símbolo creció con el paso de los años hasta llegar a los 300 metros. “El uso de esta bandera ha sido criticado, nos preguntan por qué usamos un símbolo patrio y lo ubicamos en el piso. De alguna manera es nuestra forma de ver el montaje y el arte nos permite eso. Vemos de manera crítica ese símbolo y lo que ha pasado por defender esa bandera en el país”, aseguró Libardo.

Junto a esta instalación se escenifica un performance, representado por jóvenes que previamente han adquirido experiencia teatral, con énfasis en Derechos Humanos, en las aulas y procesos de formación de Red-Sur Barranquilla. Han sido estos jóvenes, junto con la comunidad, quienes han participado en la construcción de la narrativa de la obra y quienes han protagonizado los relatos que la conforman. Antes de la pandemia podían participar alrededor de cien jóvenes en escena y ahora están convocando de nuevo para comenzar un nuevo ciclo.

Hasta ahora, ni Libardo ni Stefany han solicitado permiso a las autoridades para escenificar el monumento, porque consideran que la obra debe ser libre para poderse representar. Además, porque asumen que el espacio es público y sirve como lugar de comunicación para las iniciativas comunitarias.

Los momentos del performance

El performance está compuesto por tres escenas, en una los actores representan el reclutamiento forzado; en otra, las líneas imaginarias y el control del territorio que imponen los grupos armados ilegales; y, en la tercera, el horror de los ‘falsos positivos’. Estos relatos cortos son construidos a partir de sus experiencias vitales o de las experiencias de personas cercanas o conocidas, y están acompañados de estribillos de canciones, palabras o frases repetitivas que se lanzan en la escena.

Una caminata bajo el sol

El primer momento fue denominado “Pasos por la dignidad”. Es una caminata que realizan los hombres y mujeres que participan en la obra. En esta, las personas van cubiertas con un chal o con velos negros y recorren un trayecto determinado previamente hasta llegar al sitio donde se encuentran los actores de la obra. Generalmente, ese punto de encuentro es un espacio abierto, una plaza, donde convergen hacia un escenario en el que están dispuestas las lápidas de madera y varias sombrillas de color negro y blanco. Allí se lee la frase palpitante: “NUNCA MÁS”. Esta escena representa el tránsito vivido por madres, padres y hermanos que en medio del dolor tienen que desplazarse de un lugar a otro.

El duelo

Al llegar a la plaza, cada uno va instalando y dejando su lápida. A ese momento le denominan “El duelo”. Es un segmento de contemplación donde las mujeres protagonizan el dolor, por ser las más afectadas en el conflicto por su vulnerabilidad en medio de la guerra.

Según el lugar donde se escenifique el Monumento, se recrean testimonios o proclamas, los cuales han sido construidos y recreados colectivamente desde hace seis años. Son estos testimonios los que mantienen vivo el montaje que se enriquece con nuevos relatos, muchos de ellos aportados durante la instalación.

Mientras todo esto ocurre, un grupo de personas llega caminando. Usan sombrillas negras que simbolizan a las familias de las víctimas. Las mujeres lucen velos que les ocultan sus rostros y que simbolizan “el dolor de las mujeres, de las madres a las que les desaparecieron a sus hijos a quienes no volvieron a ver”, explicó Libardo.

Cada vez que se presenta la obra, Libardo, Stefany y los demás integrantes de Red Sur ubican estratégicamente varias lápidas que no están marcadas, con el fin de generar interacción con el público, buscando que otras víctimas, que no han sido resilientes con su dolor o que no han podido hacer catarsis, se acerquen al Monumento y puedan escribir con marcadores, en alguna de esas lápidas, el nombre de aquel ser querido que fue asesinado o desaparecido, la fecha, el hecho victimizante y el lugar donde ocurrió.

“Muchos nombres de las víctimas que han escrito allí, incluso no han sido registrados y por eso es importante para nosotros que sean visibilizados, para que estos hechos no vuelvan a pasar, que no se repitan, porque si conocemos nuestra historia, no habrá escenario para que se repita y eso es lo que más deseamos con este monumento”, manifestó Stefany.

Sanar heridas

Finalmente, en la plaza o en el espacio público escogido, la obra culmina con el segmento dedicado a “La resiliencia”. En este, los espectadores pueden apreciar los momentos de tránsito y de dolor que viven las personas afectadas por la violencia, y reconocer que en Colombia existe un conflicto armando que ha dejado víctimas, En la puesta en escena, esas víctimas aparecen representadas como mariposas, luciendo un vestuario colorido. Así el Monumento logra su propósito de tocar al público para sensibilizar, generar una reflexión y hacer catarsis. La escena final termina en un abrazo colectivo de los actores acompañado con la frase de cierre: “NUNCA MÁS”, porque “si bien el conflicto nos ha tocado, también existe esa posibilidad de poder reconocerlo y así transformarnos para que no se siga repitiendo”, expresó Stefany.

Horas después del cierre, el montaje se mantiene exhibido con la instalación del monumento de forma efímera por entre tres a cinco horas.

Un refugio

Para llegar a la casa de Red Sur Barranquilla hay que entrar por una vía destapada en el barrio Lipaya. De acuerdo con un estudio publicado por el Banco de la República en 2011, este sector es uno de los más pobres de Barranquilla. Para ese año, el 78 por ciento de su población se encontraba en estado de pobreza. En esta zona de la ciudad, conformada por los barrios como Me Quejo, La Manga, Nueva Colombia, La Paz, Los Olivos, El Pueblito, Sourdis, Siete de Agosto, Las Malvinas, El Bosque y Santo Domingo, entre otros, la mayoría de los habitantes se dedica al trabajo informal y las desigualdades sociales están agudizadas otros conflictos que repercuten en violencia. Es por ello que muchos de los jóvenes de estos barrios encuentran en Red un lugar a donde llegar y un colectivo al cual pertenecer.

La oficina de Red Sur está ubicada en el segundo piso de la Fundación Casa de la Mujer, uno de los pocos bastiones dedicados al trabajo social en el barrio Lipaya, un territorio en forma de triángulo ubicado en el suroccidente de Barranquilla. La casa está escondida en la parte de atrás de una sede del SENA, frente a un terreno baldío que hace las veces de parque. En el primer piso hay un salón comunal y un patio al aire libre, poblado de plantas florales y macetas de colores vibrantes.

En la oficina casi siempre se encuentra Stefany Mosquera, vicepresidenta de Red Sur Barranquilla. Ella tiene 27 años y desde hace 12 años desarrolla una labor de voluntariado en este colectivo. En esta sede, contó la lideresa, “confluimos diferentes tipos de organizaciones sociales de Barranquilla. Red Sur nace para promover el liderazgo y el empoderamiento de los y las jóvenes en el suroccidente de la ciudad desde la formación, la cultura y el arte”.

En este proceso, en el aula del salón comunal de la Casa de la Mujer, cientos de jóvenes han recibido formación en temas de sociopolítica, con énfasis en la problemática social que vive el país, y en Derechos Humanos. Después, los jóvenes son entrenados en artes escénicas y teatro. Muchos de estos jóvenes, reveló Libardo, “han sido víctimas del conflicto armado. También muchas de las personas que han participado en este monumento han sido víctimas directa o indirectamente de la guerra en este país”.

De actores del Monumento a maestros en Arte Dramático

John Fredy Llanos comenzó el proceso en Red Sur Barranquilla en 2015, a los 23 años de edad. Este joven nació en el municipio de Baranoa, Atlántico, donde se dedicaba a actuar en montajes en iglesias y de tipo religioso católico durante las escenificaciones de la Loa de Baranoa.

En medio de esas inquietudes artísticas entró en contacto en el mundo del teatro con Stefany y Libardo en diversos encuentros. Así comenzó a verse influenciado por las corrientes del Teatro de lo Prohibido, el Teatro Efímero y el Teatro Comunitario en Barranquilla. “Desde ese momento me enamoré de la propuesta hasta el día de hoy”, recordó John Fredy, quien describió que en los encuentros con el colectivo de Red Sur conoció a jóvenes artistas de todo tipo: del tatuaje, de la danza, de las artes plásticas, y a jóvenes que nunca se habían acercado al teatro, pero que entraron y se quedaron en el grupo.

“Conocí a los chicos del barrio Lipaya cuando nosotros hacíamos un proyecto que se llamó ‘Más paz, más cultura’, en el que tratamos de hacer un encuentro con tres comunidades específicas, con las cuales elaboré mi proyecto de tesis, las comunidades de Baranoa, la comunidad del suroccidente de Barranquilla y las comunidades ribereñas como La Luz, La Chinita y Soledad. En ese proceso hicimos un encuentro de jóvenes en Lipaya y ahí conocimos a todos los pelaos”, relató John Fredy sobre su acercamiento a las comunidades impactadas por la labor de Red Sur.

Aunque en principio, John Fredy pensaba estudiar la carrera de Nutrición, se decidió a estudiar Arte Dramático en la Universidad del Atlántico, porque a los dos años de estar en Red Sur, en 2017, tomó la decisión de seguir su pasión por el arte escénico como su proyecto de vida. En la actualidad está cursando los últimos semestres para graduarse de Maestro de Arte Dramático.

“El Monumento dice muchas cosas y es una voz que se alza en protesta, porque también es una manifestación al decir: “miren aquí estamos, están nuestros muertos, las víctimas de la guerra y en los ojos de la gente vemos a veces el rechazo y también una identificación en aquellos que han vivido el conflicto en carne propia”, expresó John Fredy.

Luis Fernando Ortiz Torres es otro de los jóvenes que ha acompañado el proceso. Él también recordó que se aproximó a Red Sur por los talleres que ofrecía el colectivo desde el proyecto de ‘Más cultura, más paz’. Tenía sólo 15 años cuando comenzó a participar y, así como John Fredy, a raíz de esta experiencia se decidió a estudiar la carrera de Arte Dramático.

Luis Fernando recordó que un compañero que estudiaba en Bellas Artes lo invitó a que hiciera parte del grupo en el año 2012 y a que se integrara desde el barrio Ciudadela 20 de Julio a los jóvenes del barrio Lipaya. “Red-Sur me ha aportado muchísimo en los talleres que me han dictado, tanto artísticos como políticos, sociales y culturales, y a nivel personal también en cómo comunicarme para crear otros talleres y seguir compartiendo experiencias con jóvenes y desde el arte. En mi relación con el papel que represento en el Monumento, como actor realmente me sumerjo en el personaje ante la audiencia”. Luis Fernando representa a uno de los jóvenes que son reclutados forzadamente en la intervención artística.

Así como John Fredy, a Luis Fernando representar el Monumento lo ha llevado a sentir esa intimidación al mostrar en el espacio público escenas que muchos desean borrar y simplemente eliminar, como si nunca hubieran pasado. “El tema de mostrar el Monumento es bastante delicado porque es casi que un acto performático, que uno toca en relación con el público y con las personas dolientes que comparten todo lo que se ve allí. A uno le da un poco de temor, porque uno no sabe la audiencia cómo lo va a recibir y uno siempre está como a la expectativa”.

En la actualidad, Luis Fernando está cursando el último semestre de Arte Dramático. Tanto él, como John Fredy, representan a una generación de jóvenes que terminaron dedicados al arte en Barranquilla, participando en compañías de teatro local, fruto del proceso artístico que emprendieron en Red Sur.

La violencia y la memoria, del campo a la ciudad

Red Sur Barranquilla nació en 2001 durante un diplomado de formación en Derechos Humanos que ofrecía de manera gratuita la Asociación Pro Desarrollo de Familia (Aprodefa), con el fin de crear redes de personas que pudieran tener una participación política en esta ciudad. Dentro de este proceso, uno de los primeros líderes de Red Sur, el sociólogo, Libardo Diago Velásquez, trabajó junto a un grupo de jóvenes buscando abrir una biblioteca comunitaria en el barrio Lipaya y constituir una red de jóvenes del suroccidente de Barranquilla. A esta red se unieron, en diversos procesos de participación política local, otros grupos de resiliencia, de emprendedores, de mujeres y de instituciones educativas en un proceso que se conoció como la Constituyente por el Suroccidente.

En 2001 este primer grupo de fundadores, conformado por Libardo y otros líderes de Barranquilla, partió a Bogotá, la capital del país, para crear alianzas con otra iniciativa a nivel nacional denominada la Red Nacional de Jóvenes Constructores de Paz que acompañaba diversos procesos de jóvenes en varios territorios de Colombia. Fue así, como el colectivo empezó a construir lazos con otros procesos que venían trabajando temas relacionados con el arte, los jóvenes, el conflicto, la memoria y la paz.

Cuatro años después, en 2004, los integrantes de Red Sur Barranquilla asistieron en Bogotá a una puesta en escena del grupo teatral de la Fundación Cultural Rayuela, apoyados por Iván Arturo Torres Arangure que fue denominada Monumento por la Vida, la Dignidad y la Memoria. Esta comenzó a escenificarse en Ciudad Bolívar, Altos de Cazucá, Soacha y otros espacios de Cundinamarca. La propuesta surgió ante “la desaparición de jóvenes en estos sectores de Cundinamarca, en casos que entre 2004 y 2006 empezamos a conocer como los mal llamados ‘falsos positivos’, pero que son realmente ejecuciones extrajudiciales cometidas por miembros de la fuerza pública”, recordó Libardo.

A partir del 2006, luego de varios encuentros e intercambios con Rayuela, en medio de diversas puestas en escena itinerantes por parajes de Cundinamarca, los integrantes de Red Sur decidieron replicar esta experiencia en Barranquilla y en varios escenarios de la Costa Caribe, conscientes de que en su región existían vacíos y silencios en el campo de la memoria histórica. “Siempre se ha vendido esa idea de Barranquilla como el mejor vividero del mundo, de que la guerra estaba en otra parte del país, menos aquí, pero comenzamos a identificar entre nuestros amigos, familiares y allegados que, de alguna u otra forma, eran también víctimas del conflicto armado”, explicó Stefany.

Por tanto, Red Sur Barranquilla se encargó de recopilar esas historias no contadas, a partir de su acercamiento con la comunidad que participaba en los montajes, con base en reuniones y grupos focales, para así recuperar las memoria de lo que había ocurrido en el territorio porque, como explicó Stefany, de alguna forma los padres y los mayores para proteger a los más jóvenes y para resguardar su propia identidad decidieron dejar esas historias atrás, en el monte, en las trochas, en sus lugares de origen en Bolívar, Córdoba, Magdalena.

No obstante, ese conflicto también se vino a las ciudades, representado en las fronteras invisibles y el control territorial de grupos al margen de la ley relacionados con el microtráfico. Todos estos fenómenos respaldaron más el interés de Red Sur Barranquilla en trabajar por reivindicar los Derechos Humanos y el reconocimiento de los y las jóvenes como sujetos de derecho para resignificarlos y para que así ellos pudieran ejercer mecanismos de participación e incidencia en sus comunidades, con el fin de transformar sus realidades.

En este contexto, poner en escena el Monumento en Barranquilla era una iniciativa que cada vez cobraba más sentido para los integrantes de Red Sur. Entre otras cosas, también, porque “en esos años comenzó a conocerse toda la problemática de los ‘falsos positivos’ en Barranquilla y en toda Colombia, y el Monumento se creó como un espacio para poder reivindicar los derechos de las víctimas, para poder visibilizar y denunciar lo estaba pasando en ese momento histórico y lo que sigue pasando con las víctimas en el país”, manifestó Libardo.

Libardo y Stefany ven al Monumento como una herramienta política para visibilizar el sentir de las víctimas y, como ellos lo expresan, poder “sacar esa verdad a la calle” para mostrar estos hechos, masacres, reclutamiento forzado, desplazamiento, buscando que no sea olvidados y que perduren en la memoria. “Muchas veces, la gente en las ciudades no atraviesa por ese tipo de situaciones, porque no las conocen. Necesitamos poder mostrar eso que está pasando en nuestro campo, qué es lo que les está pasando a nuestras campesinas y campesinos y a sus hijas e hijos. Por eso, contarle al público que muchas personas inocentes fueron desaparecidas, muertas y pasadas por guerrilleros y guerrilleras dados de baja en combate es un proceso liberador”, reflexionó Stefany.

Para Libardo, el conflicto armado lo ha tocado a través de los relacionamientos que ha mantenido con las víctimas que se acercan al montaje, en este caso su amistad y acercamiento a la lideresa Martha Díaz, quien se ha convertido en un símbolo de las madres que buscan justicia por los ‘falsos positivos’ en el Atlántico. Esta mujer perdió a su hijo Douglas Alberto Tavera en 2006. La Fiscalía le informó que Douglas presuntamente había fallecido en un combate con el ejército por pertenecer a las FARC, cuando le habían ofrecido un trabajo en Barranquilla. “Con Martha hemos tenido un relacionamiento muy especial y ella me ha ayudado a sensibilizarme con su dolor a flor de piel y el haber conocido a personas como ella, que quieren saber la verdad de lo ocurrió con sus seres queridos, me mueve a continuar con el Monumento hacia el futuro”, recalcó Libardo.

Lideresa y víctima: una dualidad llena de dolor

Alta, espigada, de piel trigueña, cabello largo, liso y de color café y con ojos almendrados que brillan cada vez que habla del proceso que desarrolla con los jóvenes, así es la apariencia de Stefany. Sin embargo, su carisma alegre se empaña cuando habla de su familia, la cual fue fragmentada por la violencia. “Esta es una historia que muy pocos conocen de mi vida y que me ha motivado a luchar por los Derechos Humanos y por las mujeres y los niños y las niñas”, reconoció.

Stefany es descendiente de una familia integrada por militares y policías residentes en Barranquilla. Su único tío, por parte de su papá, Julio César Mosquera Góngora, policía militar, en servicio en La Guajira, murió a manos de la guerrilla de las FARC en 1998. Como en muchos casos de víctimas del conflicto armado, en este existen diversas versiones de los hechos. Detrás de la muerte de este patrullero, se tejieron muchas historias de las cuáles, aún en la actualidad, sus familiares no conocen con certeza cuál fue la verdadera.

De acuerdo con la versión oficial, el 18 de noviembre de 1998, un grupo de uniformados se desplazaba en una camioneta de la Policía Militar, en zona rural de La Guajira, cuando fueron atacados por integrantes de las FARC quienes les habrían lanzado una granada, siendo el tío de Stefany el único fallecido del atentado.

No obstante, otra versión señala que al tío de Stefany lo capturaron miembros de las FARC, quienes lo arrastraron por una calle de un pueblo junto con otros compañeros, y luego le propinaron varios disparos, “lo acribillaron en la mitad del pueblo”, lamentó Stefany.

El horror no terminó allí, porque otros testigos contaron, que al patrullero, aún agonizante, le lanzaron una granada y que “de su cuerpo se desprendió una pierna y un brazo”, según le contó a Stefany la única hija de Julio César, que ha recopilado información de lo que pasó en La Guajira con su padre, a quien no tuvo la oportunidad de conocer en vida porque para el momento de los hechos ella aún estaba en el vientre de su madre.

“Recuerdo mucho ese día que estábamos viendo la televisión y dijeron que hubo un atentado donde hubo heridos y un muerto y mostraron lamentablemente el nombre de mi tío”, detalla Stefany. En ese entonces, ella era apenas una niña de cuatro años de edad, pero el recuerdo de ese dolor familiar se sembró en su mente como una de las primeras memorias de su niñez y de la violencia en el país. Por eso evoca ese día, esa noticia, los gritos, el llanto y el sentimiento de tristeza que la embargó a ella y a toda su familia.

“Ese fue un suceso terrible para mi familia, porque mi tío era como un padre para mí”, la voz de Stefany se quiebra y se entrecorta, mientras derramó varias lágrimas en su rostro. “Era como mi papá y siento que el amor que le tenía a él era bastante fuerte, por los lindos recuerdos que tengo de niña con él. Mantengo memorias de él desde los cuatro años y uno no recuerda cómo eran esas cosas a esa edad”.

Los restos del patrullero fueron trasladados en helicóptero desde La Guajira hacia Barranquilla. Cuando el cuerpo fue entregado a la familia, la conmoción se extendió por el barrio 7 de abril, donde vivía Stefany con sus abuelos. Ella recordó que el patrullero fue llorado por toda la comunidad porque era muy querido en ese sector.

Pero este no ha sido el único encuentro que ha tenido la familia de Stefany con la violencia. “Mi padre, por ser policía, también sufrió de amenazas, por parte de bandas criminales, que hacían presencia en el barrio por la captura de un cabecilla”, reveló la lideresa, quien detalló que a su familia la amenazaron con quemarle la casa, por lo que tuvo que desplazarse a las afueras de la ciudad, a una finca en el corregimiento de Juan Mina, Atlántico. “Salimos sin nada, con la ropa que teníamos puesta a escondernos y tuvimos que vender la casa donde vivíamos”, lamentó.

Entre tropezones y reconocimientos

Si bien, en su trayectoria Red Sur ha enfrentado situaciones difíciles como las amenazas, que han generado temor entre sus integrantes y han obstaculizado la puesta en escena del Monumento, esta no es la única barrera que han tenido para sacar adelante este proceso de memoria, pues existe otra dificultad, tal vez menos visible, pero tan permanente que pone en riesgo la continuidad del proceso: la financiación económica.

A lo largo de los años, los creadores del Monumento lo han postulado para participar en varias convocatorias de estímulos locales, pero no han conseguido ser financiados consecutivamente por ninguna institución local o nacional. Si han recibido algún apoyo, principalmente de parte del Ministerio de Cultura, ha sido para mantener los elementos que contiene el montaje como las lápidas y tropezones en un continuo trabajo de voluntariado dedicado a preservar estos vehículos de memoria.

Por ser expuestas en espacios públicos, la lluvia y el sol han deteriorado las piezas que conforman el Monumento. En ese sentido, sostener financieramente esta instalación es un reto, porque muchos elementos escénicos necesitan renovarse. Incluso, en ocasiones, los integrantes de Red Sur no pueden trasladar el montaje completo porque no cuentan con los recursos para el transporte de todas las piezas de la puesta en escena.

Para Libardo, parte del problema se debe a que “el Estado debe generar procesos de memoria y no lo está haciendo. Esto no está siendo asumido por las instituciones que lo deben hacer y ese deber de memoria incluye apoyar y propiciar los escenarios y las condiciones necesarias para que iniciativas como el Monumento por la Vida, la Dignidad y la Memoria sean elementos pedagógicos que transiten por los colegios y se mantengan en el tiempo”.

Otra dificultad que identifica Libardo, es la agudización del conflicto armado en el país y, particularmente, las agresiones a los liderazgos sociales tras la firma del Acuerdo de Paz con las Farc, porque “con todos los asesinatos a líderes y lideresas muchos de nosotros nos sentimos asustados, porque sabemos que, de una u otra forma, esto es una iniciativa que desea visibilizar esa problemática como defensores de derechos humanos”, concluyó.

Aun así, el colectivo sigue adelante, haciendo su mejor esfuerzo para tratar de sostener esta iniciativa de memoria, porque “todo esto lo hacemos por amor. Por amor a cambiar nuestro país, por seguir aportando, porque sabemos que todo puede cambiar si comienza desde nosotros y estoy completamente convencida de eso para poder cambiar la raíz de este conflicto”, expresó Stefany.

Y es que a pesar de las dificultades económicas, el colectivo ha recibido varios reconocimientos y ha logrado articularse a procesos de memoria y paz. Por ejemplo, debido a su compromiso con la recuperación de la memoria, a los integrantes de Red-Sur Barranquilla los han invitado a participar en la construcción del Acuerdo de Paz con la guerrilla de las FARC y en el seguimiento a su implementación. También los han invitado a participar en varios estudios académicos sobre el conflicto armado en el país. De igual forma, estuvieron compartiendo su experiencia en espacios con víctimas del conflicto armado y mujeres cocaleras en el Putumayo.

En 2021 el Monumento fue laureado con el Premio Internacional del Público por la Paz (PPP), creado en 2013 por un equipo de ciudadanos del común con el propósito de reconocer la labor de personas que son artesanos y artesanas de paz, y de iniciativas de paz a escala local, nacional o internacional, buscando que sean conocidas por el público.

De modo que así, entre tropezones y reconocimientos, ha logrado sostener el proceso de Red Sur, mientras Libardo, Stefany y otros integrantes del colectivo siguen desarrollando las puestas en escena del Monumento, uniendo esfuerzos con diversas organizaciones juveniles en el suroccidente de Barranquilla para que esta iniciativa sea preservada en el tiempo.

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