La sal desempeña un papel fundamental en la gastronomía, siendo esencial para realzar el sabor de nuestras comidas. Aunque su composición básica consiste en cloruro de sodio, se presenta en diversas formas, desde pequeños gránulos hasta cristales de variados tamaños y escamas.
A pesar de su prevalencia en la cocina, es crucial emplearla con moderación. Aunque todas las sales comparten similitudes en su estructura, la sal marina, obtenida mediante la evaporación del agua salada, destaca por su finura y menor concentración, facilitando un control preciso de la cantidad utilizada. Además, se enriquece con minerales como calcio, magnesio y cobre.
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En contraste, la sal de mesa, la forma más común y ampliamente industrializada, suele contener yodo añadido, es sometida a un proceso de refinado que elimina trazas de minerales y es la preferida en la mayoría de las cocinas.
La sal rosada del Himalaya, en boga actualmente, varía en tonalidad según su profundidad de extracción. Aunque su sabor intenso y complejo la distingue, carece de yodo, lo que la descarta como opción para el uso diario. Su textura gruesa y gránulos irregulares son características particulares.
Independientemente del tipo de sal, es imperativo evitar el abuso en las cantidades.
La Organización Mundial de la Salud aconseja limitar la ingesta diaria de sodio a menos de 2 gramos para aquellos en buen estado de salud y a 1,5 gramos para quienes padecen enfermedades cardiovasculares.
¿Por qué es importante que la sal tenga yodo?
Los expertos señalan que el yodo es un mineral muy importante en la composición de la sal, ya que ayuda al buen funcionamiento de las glándulas tiroideas, además del desarrollo físico y mental durante los primeros años de vida.