La Organización Mundial de la Salud (OMS) clasifica la carne en dos tipos: roja y blanca. La carne roja proviene de mamíferos como vaca, ternera, cerdo, cordero y cabra, mientras que la carne blanca incluye aves como pollo, pavo y conejo. Estos tipos de carne son ricos en nutrientes, pero se sugiere moderar su consumo.
La principal diferencia entre ambos tipos radica en el hierro que contienen. La carne roja tiene hierro hemo, más fácilmente absorbible por el cuerpo, y una alta presencia de mioglobina, un pigmento rico en hierro. Sin embargo, también contiene más purinas y grasas en comparación con la carne blanca.
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En contraste, la carne blanca tiene menos grasas saturadas, calorías, colesterol y ácido úrico. Esto la hace más digestible y también aporta vitaminas B12, hierro, zinc y cobre.
La grasa en la carne blanca tiende a ubicarse fuera de la musculatura, siendo fácil de remover con un cuchillo, mientras que en la carne roja se mezcla entre los músculos. Algunos prefieren referirse a las carnes en términos de magras o grasas debido a esta distinción.
Según el Programa de Alimentación y Salud de la Fundación Española del Corazón (PASFEC), la carne roja, clasificada por la OMS como “probablemente cancerígena para los seres humanos”, puede aumentar el riesgo de cáncer, especialmente la carne procesada. Reducir su consumo puede disminuir el riesgo de cáncer colorrectal.
En contraposición, las carnes blancas se asocian con menor riesgo de obesidad, enfermedades cardíacas y diabetes tipo 2. Se sugiere consumirlas dos o tres veces por semana para adultos sanos. La OMS recomienda no exceder los 500 gramos de carne roja por persona por semana para prevenir riesgos para la salud.