En la Champions, Bayern Múnich no suele fallar. El conjunto alemán suele meterse en las fases decisivas y no cae ante rivales menores, sino ante verdaderos titanes del continente. Por eso, la misión del Red Bull Salzburgo era casi que imposible, aunque tras el 1-1 de la ida, los austriacos viajaron con alguna opción a territorio germano.
La consigna de los visitantes en Múnich era simple: resistir lo más que pudieran y hacer un partido largo. Para ello no debían cometer errores tontos, pero los cometieron. Quizá no por gusto, pero sí por imprudencia y limitación. Los centrales no pudieron contener los giros de Robert Lewandowski, quien se ganó dos faltas dentro del área y él mismo se hizo cargo para que, en quince minutos, ir ganando 2-0.
Pero el polaco estaba en una noche golosa. Antes de los 20′, Lewandowski forzó un error del portero austriaco y quedó a portería vacía para el tercero. Ya la eliminatoria estaba resuelta, pero eso no relajó al Bayern. Antes del final del primer tiempo, fue Serge Gnabry quien se apuntó al gol, a pase de Kingsley Coman.
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La voracidad del Bayern es de temer. Los austriacos ya habían bajado los brazos, pero eso no detuvo a la máquina bávara, que marcó el quinto recién comenzado el segundo tiempo. En las fiestas alemanas siempre se apunta Thomas Müller y esta vez no fue la excepción. El quinto y el sexto fueron de su autoría.
En el medio, el descuento austriaco de Maurits Kjaergaard fue solo para decorar el resultado. Una cerecita más habría en el postre y fue cortesía de Leroy Sané, de magno partido, para el triunfo definitivo de 7-1, algo que recordó la paliza de Alemania a Brasil. Los germanos son así, no te perdonan y te destrozan.