Entre lo que la escritora Pilar Quintana leyó en el colegio, como la mayoría de colombianos, no había mujeres. No fue hasta ya mayor que empezó a leer a sus colegas de oficio, a las actuales y a las pasadas, y por eso ahora ha decidido hacer una labor para “rescatar” a las autoras colombianas, a las que todo el mundo debería leer, y publicarlas.
Están -o estarán a lo largo de este año- en una colección de 18 libros en librerías y bibliotecas que servirá para quitar esa “mirada muy condescendiente sobre la literatura hecha por mujeres”, como describe Quintana, la coordinadora editorial del proyecto, que se llama Biblioteca de Escritoras Colombianas.
“Cuando empecé a leer a estas autoras y leía crítica sobre sus obras, se las trataba como: ‘ella es buena para ser mujer’, pero no les daban el lugar que merecen tener dentro de la tradición literaria”, dice a Efe la escritora caleña.
SE MINIMIZARON A LAS MUJERES
De hecho, cuando Quintana, que fue reconocida el año pasado con el Premio Alfaguara de Novela, comenzó a publicar dice que “en los editores existía la idea de que había unos temas que eran femeninos y que esos temas no tenían altura literaria”.
La maternidad, tan tratada por ella, era uno de ellos, aunque ahora sea “impensable”.
“Creo que muchas veces el trabajo de las mujeres ha sido minimizado”, insiste. Se las ha encasillado, como si la literatura femenina fuera un “género que tiene menor valor que la literatura hecha por hombres”.
Entre los libros que leyó en el colegio “había autores extraordinarios como Gabriel García Márquez, pero otros mediocres y malos”.
Y cuando empezó a leer a mujeres, le pareció que había escritoras extraordinarias como Elisa Mújica (1918-2003) que se merecían un mejor lugar en los libros de texto.
Por eso, le parecía justo ponerlas a ellas en el foco, a pesar de que no debería existir esta categoría. Después de tantos años de literatura exclusivamente hecha por hombres, había que diseñar una biblioteca donde ellas tengan su lugar.
La colección es acogida por el Ministerio de Cultura y once de sus dieciocho títulos han sido publicados por editoriales independientes y estarán en las librerías para su venta, mientras que los restantes se podrán descargar en línea.
POR SER NEGRA, CULTA Y MUJER
La colección comienza con las memorias del primer libro firmado por una mujer en Colombia, la madre Francisca Josefa del Castillo (1671-1742), y de ahí recorre tres siglos de literatura escrita por mujeres y desaparecida del mapa, con voces indígenas como las de Berichá (Esperanza Aguablanca, en el nombre que le pusieron los curas cristianos) o de las periferias como Hazel Robinson Abrahams (1935-) de la isla de San Andrés o las chocoanas Amalia Lú Posso Figueroa (1947-) y Teresa Martínez de Varela (1913-1998).
“Este reconocimiento a las mujeres debe ser el inicio para que poco a poco lleguemos a una sociedad que sea igualitaria, donde hombres y mujeres tengamos el mismo desempeño y la misma visibilidad y credibilidad”, asegura Gloria Margarita Caicedo, nieta de Martínez de Varela, una de las primeras mujeres negras en publicar en Colombia.
Su abuela, asegura, “tenía los tres pecados que puede cometer” una persona: era mujer, negra y culta.
Hija de un negro criado por sacerdotes y una mulata, “era muy negra para ser blanca y muy blanca para ser negra”, por lo que tuvo que “luchar mucho para expresar su arte”, relata Caicedo a Efe.
El libro que ahora la Biblioteca de Escritoras Colombianas recupera, “Mi Cristo negro”, lo publicó ella sola, con el dinero de su pensión, en 1983. Se trata de una biografía novelada de Manuel Saturio de Valencia (un líder político del Chocó, que fue el último ejecutado legal en Colombia) con toques de drama, de amor, que incluye mucho de racismo, de injusticia social y de retrato social e histórico de esa región.
A Martínez de Varela su tesón le llevó a cargos importantes en su comunidad como la Secretaría de Educación y a cultivar todo tipo de géneros, desde teatro a canciones, pasando por poesía u obra literaria, lo que la forjó como una autora muy completa.
A pesar de todo, durante mucho tiempo solo se le conoció por ser madre de Jairo Varela, fundador del mítico Grupo Niche de salsa.
Le decía a su nieta: “Margotita, no me dejes perder mi obra, por favor”, y ahora Caicedo guarda en una caja los papelitos en los que Martínez de Varela dejó sus escritos y que tiene como deber publicar o sacar a la luz, como justicia reparatoria, pero también para devolverle a Colombia una parte de su historia cultural que siempre fue ocultada.