Cultura

Murió Abelardo Carbonó, una pieza clave para las músicas tropicales en Colombia

Famoso entre coleccionistas, aficionados y conocedores de las músicas psicodélicas colombianas, fue una leyenda de esas que casi mueren en el olvido.

El cienaguero, que nació en 1948, creció en una familia de músicos aficionados, aprendió a tocar la guitarra de manera empírica desde pequeño, y entrando a la adolescencia formó sus primeras agrupaciones. Junto a ellas, empezó a explorar ese sonido entre psicodélico, tropical, y a su vez, africano que tanto lo caracterizó y aún hoy, caracteriza.

“Yo empecé por la música, pero se echó a perder porque era policía”, contó las veces que pudo, porque no era un detalle mínimo, en las entrevistas que se le empezaron a realizar durante el que podría llamarse, el segundo auge de su carrera musical. Uno que llegó, tras la reedición de varios de sus temas en El Maravillosos Mundo de Abelardo Carbonó (2013) gracias a Vampisoul, un sello europeo que se ha enfocado en rescatar los sonidos tradicionales de diferentes lugares del mundo.

Lo de la Policía le llegó a mediados de los 60, pues se había ido a Barranquilla en búsqueda de oportunidades, y trabajando allí, de mandadero en el negocio de uno de sus familiares, pasó por una de las estaciones de la institución. Vio que buscaban personal, hizo el examen de ingreso y se quedó.

Por aquel entonces, en la costa atlántica colombiana, los picós ponían a sonar todo volumen ritmos africanos que llegaban a la ciudad, como el soukous o el highlife. Sin embargo, cuando se le preguntaba si lo que le salía de las manos tocando guitarra estaba relacionado con ellos, lo negaba asegurando que se trataba de un estilo musical propio. Algo que, en cierta medida, no se le puede quitar, y es que pocos hicieron lo que Carbonó en su época.

A lo largo de sus primeros años en la industria musical, Carbonó grabó cerca de 20 discos con sellos como Felito Records, Sonolux, Ham Music, Discos Fuentes y Machuca. También tocó con el barranquillero, Aníbal sensación Velásquez, y por su característica exploración de las músicas tropicales, hoy se le reconoce como el precursor de la champeta criolla. Sin embargo, para músicos como Mario Galeano, director musical del Frente Cumbiero, y parte importante de agrupaciones como Los Pirañas y Ondatrópica, esta es la forma más fácil de tratar de definir su obra porque “en realidad tenía una mirada muy amplia, pancaribeña, panamericana y panafricanista en su música”.

Y es que para Galeano “su verdadero valor está en que supo hacer mezclas y encuentros atípicos de lo que pasaba en la costa. Desde el uso de cosas muy sofisticadas en el estudio de grabación, como las buenas reverberaciones, pasando por sus letras que son tremendamente cotidianas y desparpajadas, hasta la utilización de su guitarra”.

En un país como Colombia, en el que la tradición de la guitarra eléctrica en la música popular es más bien poca, a diferencia de países como el Perú, en el que ritmos tradicionales como el de la chica la tienen como base, “ese gancho de ser guitarrista eléctrico, en una ciudad en la que hay un gran culto al rock (Bogotá), lo vuelve una figura muy importante desde el lado instrumentista, con una obra que es, de verdad, muy interesante y única”.

Sus últimos años, antes de volver de lleno a la música y de trabajar con agrupaciones como los Meridian Brothers, Systema Solar, y artistas como Pernett, Dj Panko y Quantic, los pasó en el Parque de los Músicos en Barranquilla, a la espera de algún cliente que lo contratara junto a su conjunto de son cubano.

Aquellas invitaciones para el trabajo conjunto y las reediciones de sus discos, por parte de sellos como, el especializado en música afrocolombiana, Palenque Records, hacen parte de su apreciación en años más maduros. De estos, Galeano piensa que se trata simplemente de los ciclos que tienen el arte y la música “No me parece tan problemático el tema de que los músicos, que no tienen seguimiento de su obra, caigan en el olvido porque eso también habla de los nuevos gustos y caminos que en varias generaciones se van transformando todo el tiempo. Creo que eso es una cosa común que pasa con el arte que no hace parte de las corrientes masivas, de pronto viene una generación que de una u otra manera lo redescubre”.

Sin embargo, piensa que respecto a aquella reaparición y apreciación, desde un nuevo lugar, de músicos ya entrados en años, se puede tener una reflexión importante respecto al espacio que debería dársele a determinados artistas: “Nuestra generación, que de todas formas sí acompañó esa historia musical de Carbonó, que se influenció por ella y que la supo apreciar, que le grabó discos, que lo fue a ver a conciertos, y que le compró su música, terminó por darle ese espacio que como artista merecía. Por ese lado se hizo la tarea y se demostró que hay que seguir haciéndola, no sólo con él sino con las otras decenas y centenares de artistas que todavía quedan vivos”.

En un país en el que, la mayoría de las veces, es más rentable ser policía que músico, vale la pena recordar a aquellos que tarde o temprano, descubren que su verdadero camino y aporte a quienes quedamos en el mundo, está por el lado de las artes y la cultura. Carbonó falleció entonces el 22 de noviembre en horas de la mañana, tras pasar varios meses lidiando con las complicaciones que le dejó el COVID-19, pero su legado musical sigue vivo en aquellos que hoy lo reconocen como una pieza clave para los ritmos tropicales de las músicas en Colombia.

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