Es indudable lo sensible que nos ha puesto el cuento este de la pandemia. Sensibles porque claramente ha dejado sin piso a muchas familias y ha cobrado la vida de muchas personas conocidas y amadas. El cerco se ha cerrado y lo cierto es que el manejo de tanta tensión emocional, física y económica nos ha puesto en situaciones frente a las cuales no estábamos preparados.
Y aunque parece haber una luz en el camino, las ciudades, municipios y regiones siguen esperando las vacunas como único mecanismo para frenar la pandemia. En la vida real, la gente anda cansada de las restricciones, del encierro, de las medidas policivas que coartan las libertades individuales, de la soledad. He conocido muchos casos que han estado al borde del suicidio o en depresiones profundas por no poder salir. Y es que este cuento de la cuarentena no puede, no debe romantizarse ni mucho menos pensar que a todas y todos “nos pega” de la misma manera. Ya lo decía con anterioridad, las personas que se ganan la vida a diario con la venta de sus mercancías, aquellas que han perdido el trabajo o aquellas que no reciben remuneración alguna por sus labores de cuidado en las casas, son las más afectadas desde lo económico en este mundo pandémico. Eso sin hablar de las afectaciones de índole mental que también atraviesan nuestras vidas: un tema visto como algo menor pero que, sin duda, es el otro gran legado del COVID-19 en este planeta.
Aunque parece haber una luz en el camino con este tema de las vacunas que empiezan a controlar la pandemia después de un año complejo, considero que los verdaderos efectos se empezarán a notar en los próximos años, incluso el hecho mismo de los supuestos cambios en nuestra forma de habitar el planeta o relacionarnos entre nosotros y el ambiente. ¡Todavía tengo fe en la humanidad! Como diría mi madre: amanecerá y veremos.
En este contexto -no sé a ustedes, pero a mí sí-, la cabeza empieza a volar y volar. Miles de pensamientos llegan y me generan discusiones mentales sobre algunos temas sobre los cuales debato, peleo y hasta busco soluciones cantinflescas que sólo me creo yo. No obstante, hoy he querido compartirles uno de los temas que más me han cuestionado en estos meses de encierro en los que, por supuesto, estas cuestiones pandémicas no quedan absueltas de mis discernimientos. Hoy vemos al mundo entero movilizándose y haciendo todo lo posible para frenar el contagio del COVID19; los grandes laboratorios (a los que se les apareció el ángel de los ángeles), hoy, luego de tan sólo 10 meses, han logrado tener más de 7 u 8 vacunas cumpliendo todos los protocolos y revisiones necesarias; ni que decir de todos los pilotajes en países de todos los hemisferios con un despliegue nunca antes visto por la humanidad, ni de los múltiples estudios pagados con dineros de todas las formas de financiación existentes en cabeza de los mejores científicos del mundo entero.
Los países, a través de sus gobiernos, han dejado recursos financieros necesarios para obtener conteiners llenos de vacunas y dar un respiro a sus naciones; nunca antes en nuestra historia (conocida) las personas habían hecho tanto caso a las medidas de prevención y de autocuidado (con sus excepciones por supuesto). Recuerdo, aún con sorpresa, observar desde el balcón de mi apartamiento en “épocas de cuarentena estricta”, las calles vacías con muy pocas personas transitando o carros movilizándose y es que esta pandemia afecta a todas las personas, a todas, sin distingo de nada. Pero también la creatividad, la malicia criolla o “la comba al palo” hicieron su salida triunfal para adaptarse a lo que muchas y muchos han denominado la “nueva normalidad”; si no preguntemos a quienes aprovecharon las medidas de contención, crearon negocios o superaron la cuarentena con nuevas formas de ganar recursos, inclusive, saltando alguna que otra norma.
Y es allí, en todo este mundo contagiado, que pensé en otra de las pandemias que desde la década de los 80 ha afectado y causado la muerte de manera directa a los maricas, los negros y las putas: el VIH/SIDA. ¡Si! Para quienes no lo saben el VIH/SIDA es una pandemia sobre la cual siempre se ha hablado con desdén, estigma y discriminación. Una epidemia que también toca las fronteras de todos los continentes y que ha afectado, además, a las personas más pobres con menos posibilidades y acceso a los servicios sociales más básicos. Sin duda, una enfermedad que agudiza las desigualdades y que evidencia que es un asunto en el que es mejor meterse de ladito para no causar problemas a las ciudadanas y ciudadanos de bien.
En la actual coyuntura, aunque los datos sobre VIH/SIDA son públicos, parecen estar acallados por el ruido de las noticias que en la actualidad no cesan de cuestionar: ¿quién será el primero en vacunarse?, ¿quién se toma la foto más conmovedora, y por demás populista, con la o el vacunado?, ¿quién es el responsable de una u otra tarea? Parecen sólo interesar a algunas ONG, a las personas que viven con el virus o sus redes de apoyo (cuando éstas existen), equipo médico de algunos programas, a las y los activistas y no tendría claro si de algunas facultades de ciencias de la salud. Y justo acá es donde va mi cuestionamiento: ¿Por obvias razones, no debería ser un asunto absolutamente relevante de la agenda pública de cualquier país que enfrente altos índices de prevalencia de VIH/SIDA en su población, más aun sabiendo que es una pandemia que no se ha logrado controlar por décadas?
La cuestión desde mi óptica es simple: es un tema que no tiene tanta trascendencia porque es un asunto de maricas, putas y negros. ¡Es fuerte! lo sé, pero no tengo otra explicación para determinar por qué pasados casi 40 años de una pandemia que se ha llevado millones de personas, hoy no tenga lo que el COVID sí. Y con esto no estoy poniendo en tela de juicio la importante tarea que enfrentamos al querer frenar esta última, si no porque no ha sido posible tener una vacuna, estudios científicos exitosos y la inversión necesaria (sin demeritar lo que se ha logrado) que hoy nos brinde una solución radical efectiva.
Lo que veo desde la barrera, desde mi lugar privilegiado, es que no hay interés por motivos morales llenos de prejuicios, por ser un tema de esos que es mejor tener como el polvo debajo de la alfombra; por ser un tema que no ha demostrado “tocar” la vida de todas las personas en este país; por ser un tema que genera estigma. Mientras esta barrera cultural no se supere y se entienda que es un asunto de todas y todos, el SIDA seguirá llevándose muchas mentes y muchas vidas.