Hoy no es el día de las polémicas tontas sobre quien fue mejor entre Maradona y Pelé. Sobre Messi o Maradona. Ni las críticas a su pasado donde hubo drogas y excesos. Hoy se fue el hijo ilustre de Villa Fiorito. El hijo ilustre de Argentina. El hijo ilustre de Nápoles. Se fue el hombre y se fue la leyenda.
Se fue primero Maradona que Bilardo. Una ironía más de la vida. Se fue primero el alumno, antes que el maestro. Bilardo y Maradona fueron la dupla de oro que logró el Campeonato del Mundo en México 86. Uno como entrenador, el otro como jugador, capitán y goleador. En el estadio Azteca, el 29 de junio de ese año, el mundo del fútbol coronó al nuevo rey.
En México 86, Maradona se enfundó la camiseta de líder y dirigió a su equipo como el mejor director de orquesta. Con sus gambetas, sus asistencias y sus goles, inventó una sinfonía que brilló y enamoró al mundo. Argentina dejó en el camino a Italia, a Uruguay, a Inglaterra, a Bélgica y a Alemania, entre otros. Diego hizo ver limitados y torpes a los más grandes arqueros del momento. Jean Marie Pfaff, Peter Shilton, Harald Schumacher, todos ellos leyendas en sus propios países, no tuvieron más que admirar y venerar a la nueva gloria del fútbol. Técnicos, jugadores e hinchas de todos los países cayeron ante el hechizo, la magia y el glamour que salían de aquella zurda milagrosa. Diego se bañó de gloria en el Estadio Azteca. Así fue como nació el mito. Desde ese momento Diego se convirtió en leyenda. Y no exagero, en un Dios.
En Nápoles su historia no es diferente. Hubo amor a primera vista entre Diego y esta modesta ciudad del sur de Italia. Los napolitanos, gracias a él, conocieron las mieles del triunfo. Su ciudad y su equipo no conocieron la victoria, ni antes ni después de Maradona. Diego fue, en la larga historia de esta ciudad, un hermoso paréntesis de felicidad y de gloria. Por eso, los napolitanos le rinden, desde entonces, un culto enfermizo.
Para el Mundial de 1990 en Italia, Diego llegó lesionado. Antes de enfrentar a Brasil tenía el tobillo “destrozado”, como él mismo lo dijo. Sin embargo, Bilardo para este importante juego por octavos de final le anunció: “así sea en muletas, pero te quiero en el campo de juego”. Es uno de los partidos, en la historia de todos los mundiales, que los argentinos recuerdan con más pasión y cariño. Faltaban sólo 9 minutos y el partido empatado 0-0 se iba para definiciones desde los once pasos. En el minuto 36 del segundo tiempo, Maradona -lesionado- tomó el balón y recorrió 20 metros hacia un costado. Como fieras enjauladas, los brasileros se fueron en combo para frenarlo. Fue una jugada donde Diego “atrajo” 7 jugadores rivales y, al mejor estilo de un mago, se inventó una asistencia para dejar completamente solo frente al arquero a Claudio Paul Caniggia. Un gol que significó eliminar al archirrival suramericano, nada que valga más para un argentino.
Unos días después, Diego fue recibido con aplausos en el Estadio de Nápoles. El corazón de los napolitanos estaba dividido. Su país se enfrentaba a su ídolo. Diego, sin las fuerzas de México 86, logró lo imposible. Argentina eliminó a la poderosa y favorita al título selección italiana. Incluso, si en la final los de Bilardo perdieron en el último minuto contra Alemania, este Mundial quedó en el recuerdo como una hazaña más del astro e ícono argentino.
Sobre la vida de Maradona se podrían escribir innumerables libros. Sobre su vida deportiva, sobre su vida personal, sobre sus convicciones políticas. Cualquier homenaje que los amantes del fútbol quisiéramos rendirle sería insuficiente.
Hoy se fue el hijo ilustre de Villa Fiorito. El lugar geográfico donde nació este ser humano, quien varias veces dijo recordar de su infancia “una habitación donde dormía toda la familia: sus padres y sus 7 hermanos”. Y en la noche sólo se oía “el crujir de estómago” de la madre.
Tal vez fue ese crujir de estómago que lo impulsó a comerse el mundo, a humillar a sus adversarios. Seguro buscaba en la gloria y en la fama -y también en los muchos excesos- silenciar ese horrible crujir de estómago. Imposible juzgar al hombre que nació en estas condiciones de miseria. Los que lo conocieron hablan de un ser humano genuino, con virtudes y defectos, a lo mejor como todos nosotros.
Hoy, a los 60 años, su corazón dejó de latir. El mundo del fútbol está triste. Hoy se fue el Dios, el mito, la leyenda. Al cielo llegó otro ser humano que será juzgado con menor severidad que como lo hicimos aquí en la Tierra.
¡Hasta siempre Diego, un pueblo -el futbolero- te recordará por siempre!
@panzavidela