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Papicha llega a Cineplay Max y nos pone a pensar

Ante el desolador camino de aceptar la realidad del sufrimiento humano, hemos buscado en la magia, la religión y la ciencia terrenos de salvación. Han sido intentos infructuosos porque cuando el sufrimiento vuelve en forma de catástrofe, violencia o pandemia, el miedo prevalece y la desesperanza nos invade. No importa de qué año del calendario estemos hablando, puesto que las catástrofes, las formas de violencia y las enfermedades han ido y vuelto para recordarnos lo cíclico de la historia y la fragilidad de la vida. Un ejemplo: Argelia en 1997, escenario de la película Perseguida por la tradición, Papicha. Grupos terroristas y una guerra civil acompañan el camino de la protagonista (Nedjma), que no le teme a defender sus ideales y cuya única arma ante la violencia es resistir con su amor por la moda. El sueño de un gran desfile y el de hacer feliz a sus amigas con sus diseños es lo que la vuelve incómoda para una sociedad con exigencias de obediencia y sumisión hacia las mujeres.

Esta película llega a la Colombia del 2020. Sí, a la que las masacres recientes le remarcan que la violencia está más presente que nunca. La indiferencia con las víctimas y la polarización causada por los victimarios nos hacen una sociedad tan fragmentada como la de los años 50 y no muy distinta y cínica a la de los años 90. Me es difícil separar dos realidad tan lejanas geográficamente y con orígenes tan distintos. Papicha muestra a una Argelia enfrascada en ideologías retrógradas y violentas, en las que el cuerpo de la mujer es usado como un símbolo para mostrar la represión existente y el anhelo de libertad soñado. La sangre y el fanatismo religioso funcionan como elementos de realidad al servicio de la ficción, que dejan ver lo absurdo de la guerra con sus inevitables marcas de horror y dolor. Por su parte, la no ficción del presente de Colombia evidencia a una sociedad estancada por pensamientos políticos que son guiados por caudillos corruptos los cuales posan como héroes ante la complicidad de muchos periodistas, que sin vergüenza manchan un oficio tan necesario en estos tiempos oscuros y quienes por voluntad resultan ser tan responsables de los muertos como aquellos que ordenan y ejecutan las masacres.

Tanto en la película Papicha como en la película que vivimos en Colombia, las armas son la herramienta para que la elección entre la vida y la muerte esté marcada por las ideologías que venden aquellos que se posicionan como líderes del horror. Sin embargo, hasta las épocas más oscuras requieren una dosis de esperanza. En Papicha es la moda la que le permite soñar a la protagonista con una Argelia diferente, en la que se respeten las distintas formas de pensar y de la cual no quiere huir. Pese a sufrir el dolor en carne propia, Nedjma nos enseña a no renunciar sin haber luchado y a aprender a valorar la creatividad como la forma más potente de enfrentar la frialdad y la crudeza de la guerra. En Colombia también hay miles de Nedjmas, ya sean mujeres, hombres, jóvenes o adultos mayores que diariamente y pese a una realidad difícil de asimilar, creen en que es posible un mejor escenario, lejos de los miedos y más cerca de la magia de la paz. Un deseo de dicha magia: que la ficción en que se convirtió esta violencia que vivimos día a día desde nuestras burbujas no nuble nuestra empatía por sentir el dolor de quienes sufren los estragos de esta guerra.

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