Las únicas instrucciones para combatir la pandemia son las que recomienda la Organización Mundial de la Salud y las que aplica cada gobierno de acuerdo a su situación. Cada quien, bajo el manto de la sombrilla general que es la ley y las medidas para el aislamiento, vive su cuarentena de diferentes modos y formas. Cada quien tiene su karma en este asunto, desde el que la vive en un jacuzzi comiendo salmón y tomando whisky, hasta el que, desafortunadamente, tiene que pasar por todo esto al son de la necesidad y las carencias. Obvio, todo es más llevadero con la barriga llena y la falta de preocupaciones, lo sé, mi objetivo es no minimizar nada, cada día conozco de un caso más duro que el otro, es un sinfín en un país del tercer mundo como Colombia. Pero el cómo vivimos esto en el interior de nuestras paredes, con lujos o sin ellos, tiene su cuento. En mi caso, como el de muchos de ustedes, lo vivo solo, lejos de los míos.
La soledad tiene su encanto. He vivido solo gran parte de mi vida. Disfruto de mí en mi espacio, en saber qué quiere ese yo y qué tolera dentro de sus taras. Saber que soy el “señor feudal” en este apartamento, donde ordeno (solo a mí, claro está) que el baño se usa así, que la cocina permanece de tal forma, que cago con la puerta del baño abierta, que tiendo la cama a diario (así sea solo para mis ojos), contribuye a que mi mente esté en paz y sienta orden.
Pero no he sido un huraño. Estuve casado algunos años y conviví bien. Más recientemente, he tenido una relación larga en la que los fines de semana y hasta más días fueron de vida total de pareja y la cosa fluyó. Y sí, no es una autopauta, es que he sido más organizado que las parejas que he tenido y soy el que apela a los llamados al orden. No es un orgullo, solo soy así y ya.
He vivido esto en reclusión juiciosa con mi yo. Lo máximo que hago es ir a la portería a reclamar un domicilio y lo asumo como una misión seria de “máxima importancia”. La tecnología está ahí y me acerca a todos los que me interesa acercarme. Esta cuarentena no es al son de la vela, de solo tres canales nacionales, de escribir a mano largas cartas y/o pegarse al teléfono fijo, no, este aislamiento es el de la cercanía tecnológica y eso, eso ayuda mucho.
No soy un chef. He aprendido en la vida a cocinar lo necesario y básico del vivir solo, no los megaplatos, tampoco tengo olla a presión y menos aún air fryer. Tengo ollas, supervivientes de la vida de casado, que cumplen bien sus funciones. Tampoco soy el gran manejador de palos de escoba para barrer y trapear. Todos esos menesteres los hacía en esta casa, desde hace años, una vez por semana, la gran doña Margarita, un hermoso ser humano que ya es de mi familia. Del resto, yo en lo básico-necesario del “confort” de vivir solo bajo el mandato de ser ordenado y aseado.
Con toda esta pandemia, lidiar conmigo, con el paso de los días, es algo que mi ser sigue descubriendo. Los sábados son los días de aseo. Barrer, trapear, sacudir, lavar los baños y terminar mamado. Y eso que es un apartamento de solo dos habitaciones y dos baños. Ahí una lección: apreciar y valorar mil veces más el gran trabajo y esfuerzo que hace doña Margarita en esta casa.
Cocinar y lavar loza. Nunca me ha molestado. Lavar platos es una catarsis, ahí al son del rock divagan reflexiones y pensamientos. Eso sí, la loza en este asilamiento se reproduce como un gremlin: le cae agua y salen tres platos más.
Con el cocinar he roto el molde. Por primera vez hice un sudado y un caldo de papa y pollo. Pulí el “arte” del picar verduras y frutas. Sin duda como mejor, así sea bajo la ley del “ensayo-error” de mis creaciones culinarias. Solo pido algún gustillo a domicilio en fin de semana. En sí la parte gastronómica, con mis manos, me ha llevado a descubrir un mejor hombre.
No me pongo un jean desde el 13 de marzo, solo uso tenis para el ejercicio que hago a diario. ¡Me lesioné una rodilla! Sí, acá, increíble, yo en solitario con el sofá y terminé temporalmente jodido. Las chanclas me acompañan más seguido ¿Para qué diablos para estar en mi casa me voy a poner pantalón? Vivo un híbrido del vestirme como costeño, pero en Medellín. Salvo contadas excepciones, como videollamadas, videoconferencias o hacer por web mi programa deportivo, me organizo bien (sin pantalón, reitero) eso sí. El baño diario no se negocia, es un mandato. Y para salir a la portería tengo los zapatos que ya quedaron denominados como: “zapatos para la calle en cuarentena”. ¡Ah! Que no se me olvide: a diario peleo con zancudos…
A veces hablo solo, me asomo unas 30 veces a las ventanas a ver la nada o a ver qué vecina hay, paro oreja a conversaciones lejanas, invento historias mentales de quién vive ahí o allí. Me preocupo en demasía por los míos y porque estén disciplinados en su cuarentena. Río, he llorado, he sentido que tengo el virus, luego se me pasa el pánico. Mi mente a veces me llama a la debilidad, luego vuelvo a ser muy fuerte. Trabajo independiente desde el teclado del computador y trato de ser creativo y productivo, el bolsillo y el presente-futuro así lo dictan.
Ando a veces en pelota por la casa, camino de acá a allá, de la sala a la habitación. Veo televisión, leo, me siento a no pensar nada, reviso redes más de lo usual, participo poco en redes, menos de lo usual. Me aburre opinar, luego me da un oleaje por opinar. Me informo, dosifico la información, de nuevo me “paniqueo”. Me levanto a las 5:00 a. m., me acuesto a las 10:00 p. m., a veces me he despertado a las 3:00 a. m. y ahí los pensamientos son más lúgubres. Trato de respirar bien, siete segundos aspirando, siete segundos reteniendo el aire, siete segundos expulsándolo y trato de calmarme. Poco le he jalado al porno, de verdad que sí, aunque usted no me crea. ¿A usted cómo le ha ido con eso?
Hablo con los de siempre, los míos, con los firmes y he desechado a los que desilusionan en la dificultad. Otros que me parecían brillantes me han resultado bobos, de pronto yo igual a ellos. Han llegado seres nuevos que han llenado buenos espacios, se han ido otros. Esto también es un colador de gente en la vida de uno.
De nuevo trato de reconstruir un amor que venía mal y la pandemia une. Sí, lo sé, esto pasa y qué diablos, no hay códigos, no hay una cartilla, hay el día a día de un menú variado de emociones que al final me dirá qué clase de ser arrojará esto y de qué estoy hecho, creo.
Toda una montaña rusa es la cuarentena de un cuarentón solo en estas paredes. No sé si guste esta columna, puede ser también la suya, en todo caso cada quien en sus modos y formas de llevar esto. Yo, por lo menos, necesitaba contarlo…