En la madrugada, cuando la selva de cemento está en pleno furor del grito de silencio y una cálida brisa acomoda los cimientos de lo que creíamos ver en una metrópoli, las luces abundan, los miedos crecen. Muchos de los que amamos la noche la vemos como una forma hermosa de regresar la inspiración, de atraparla por un instante en ese momento mágico que atraviesa nuestra mente con pensamientos como ladrillos que van uniendo letra tras letra, palabra tras palabra y verso tras verso, como si se tratara de un edificio, edificio que poco a poco va conformando un barrio de esta ciudad de desigualdades, de miradas hirientes, de sombras discriminantes, de sabores a tristeza y soledad.
A veces solo necesitamos del tiempo para reponer nuestras heridas, para sanar la mente, para pensar o simplemente respirar, respirar ese humo de indolencia, de poco humanismo, de groserías que se transforman en realidades, de ideas que son como flechas que hieren viendo crecer historias en un nido de incertidumbre, de ratas pero no de animales, de seren sin sentido y de prosas repugnables, mientras muchos piden comida y otros la botan al retrete.
Puede que no sepa escribir realidades, pero me cuesta procesar el raciocinio de una sociedad de mente enferma que no entiende ni entenderá el significado de una pandemia hasta que no les toca a ellos, pandemia que se carcome las ciudades bañadas de ignorancia y de silencios catapultados en sombras que parecen llamadas del apocalipsis, como ciegos con ojos que solo ven lo que les conviene.
Reviso a diario las redes sociales, las mismas que tiene el sentido de una cloaca sin fin, allí puede encontrar al tirador de letras que atraviesan el sentido como una bala, de disputas y putas, de egos y multitudes, de crespos que se creen los últimos de la historia, que se creen dueños de la verdad, del poder, del país y son capaces de destruir personas con proyectiles llamados tuits.
La verdad es una carga que todos deberían soportar, deberían aguantar, como si se tratara de un balde de agua fría que recorre cada milímetro del cuerpo, como los besos prohibidos, como las caricias deseadas, como los labios desafiantes y el fuego exitante del infierno, pero que rozan los nervios y hacen llegar al cielo, ese que no existe y si llegase a existir, debe ser igual que besar a un hombre, en formas distintas de amar.
Una cosa es el debate y otra es la forma ruin, baja, egocéntrica y maquiavélica en la que pueden dañar a una persona socialmente, allí la diferencia, el uno responde con argumentos, la otra persona es una transformación cavernícola de manipulación al tener poder en sus manos.
El frío sube por los pies, esos cansados de caminar a paso lento, pensando, analizando, pisando el cemento de la selva llamada ciudad, sin rumbo, sin sentido, viendo personas andar por allí, personas que se creen inmunes, pero sus cuerpos están enfermos y sus almas negras, el poder se los carcome, como el agua salada del mar, aunque una es natural, la otra se alimenta de ambición.
Pueda que no tenga sentido para usted estas letras, para mi lo tiene, pensamientos de madrugada marcados de realidad.
Andrés Hernández @AndresCamiloHR