Columnas

Somos leyenda

Dice mi madre que nunca pensó que viviría para ver una crisis social como la que ha causado la aparición del coronavirus. Con menos años que ella, y menos profundo, yo nunca pensé que viviría para ver un Carulla con fila a la entrada. La imagen que abre esta columna la tomé no porque anduviera de necio por las calles a ver qué pasaba, sino porque tenía que dejar una cuenta de cobro en persona y la empresa que me la pedía no daba la opción de mandarla por correo electrónico. La situación es curiosa no solo porque mucha gente ande todavía aglomerada en la calle así se haya advertido una y otra vez que nos mantengamos en la casa, sino porque en un país pobre como Colombia nada haría pensar que un lugar que vende productos a los precios de Carulla tendría alguna vez tanta demanda. Esa gente sigue vendiendo a este ritmo y de aquí a dos meses va a tener para comprar el catálogo completo de Disney.

De todo se ha visto en estos días de incertidumbre: gente que sigue su vida como si nada, una por necesidad, otra por gusto e indiferencia. Desinformación, indignación, actos fallidos del gobierno y varias escenas de delirio. Estamos arrasando no solo con los alimentos sino con el alcohol, el gel antibacterial, ciertas medicinas necesarias para muchas otras enfermedades y también con el papel higiénico. Hay mucho que no entienden lo del papel, yo sí. Mi gran temor cuando decidí probar suerte en Bogotá no era tanto encontrar trabajo o un sitio donde dormir, sino un lugar donde hacer mis necesidades fisiológicas, entonces, asumo, a aquellos que tienen ese detalle resuelto les debe aterrar no tener con qué limpiarse, y como la zozobra es tanta, optaron por abastecerse de más y dejar a medio mundo sin producto. Es un miedo irracional y contra los miedos irracionales no hay mucho que se pueda hacer, si acaso terapia durante muchos años.

Lo que deja en evidencia todo eso es el egoísmo de los colombianos, por eso no avanzamos, porque al haber crecido entre la pobreza y la corrupción procuramos satisfacernos como se pueda y que el resto mire a ver qué hace. Si en condiciones normales no somos capaces de cederle el paso a un carro que prende la direccional para cambiar de carril, vamos a dejarles papel higiénico y otros víveres necesarios a los demás en medio de una pandemia. La ansiedad es tal que yo, que suelo vivir con lo mínimo, voy al supermercado y empiezo a comprar de más y me convenzo de que ahora sí voy a necesitar cosas que nunca antes en la vida he usado, como leche, queso y pañitos húmedos, por nombrar tres elementos de gran consumo y por los que nunca he pagado. Y así vive la gente cotidianamente, consumiendo de más como si estuviera en una constante crisis social, acumulando cosas que no necesita solo para sentirse segura. ¿Se acuerdan del toque de queda decretado en noviembre a raíz de las marchas y los disturbios? Fueron unas diez horas de toque, quizá menos, y la gente se abasteció como si viviéramos en Siberia y se viniera el invierno. Con la situación actual, claro, compran como si esto fuera Berlín en 1945 y los aliados estuvieran a las puertas de la ciudad.

En mis peores pensamientos me harto de la gente que está abusando con los precios de la comida, las mascarillas y similares y me vuelvo un delincuente; sencillamente entro al local y saqueo con violencia, ayudado por otras personas que siguen mi ejemplo. Lo peor es que ya ha habido brotes no solo de sobreprecio sino de saqueos, y ambas cosas pueden crecer, no solo porque quienes venden quieran sacarle máxima rentabilidad a la situación, sino porque hay mucha gente sin recursos que es capaz de lo que sea con tal de asegurarse su supervivencia. Y no los culpo, la única razón por la que los humanos no nos hemos matado es porque mal que bien hay recursos para la mayoría; pero el sistema es frágil, mucho más de lo que pensamos, y el día en que llegue a fallar, la decencia y el civismo se van a ir al carajo y esto se va a convertir en matar o morir. No creo que lleguemos allá, no en esta ocasión, pero ya estamos viendo en varios lugares muestras gratis de lo que se volvería esto si se llega a imponer el caos.

Esto cada vez se está pareciendo más a una película de Hollywood, diga usted ‘Contagio’; cuando lleguemos a ‘Soy Leyenda’ y los pocos sobrevivientes estén confinados y con miedo de salir a la calle, les tocará ir a las redes sociales, ver la cantidad de huevonadas que posteaban y recordar los días en que la vida era más o menos normal.

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