Tengo miedo. Sí, tengo miedo y no me da pena decirlo porque sé que usted, amable lector, también siente miedo ante lo que estamos viviendo. Y sí, estamos en tiempos en los que temer es debilidad mientras que otros, “los valientes”, dicen que acá no pasa nada y “que de algo hay que morirnos”. Es esa falta de prevención y “frescura” tan nuestra que redunda en la indolencia, en el “ya pa qué”, el “de malas” y todos esos mediocres ápices tan corruptos, tan de “tranquilidad”, tan me sabe a mierda lo del otro.
Y es que es el coronavirus covid-19, y es que es la crisis ambiental que nos tiene respirando asquerosidad, y es que es el “yunque” de los audios de un traqueto que habla de comprar votos para la campaña que eligió al actual presidente de la República, y es que es la economía hecha un tobogán de incertidumbres, y es que es la suma de todo este coctel de situaciones que, sin duda, salvo que usted sea de palo, haya llegado tarde a la repartición de almas o, simplemente como humano le importa un carajo su humanidad y la de otros, lo de hoy me hace sentir miedo.
Porque hablando del coronavirus la cosa es curiosa. Muchos hablan de una gripita más que se vive al son de Netflix. Y sí, he leído mucho del asunto, creo que el estar bien informado ayuda a entender la situación. Sé de sus bajos índices de mortalidad, pero pienso en mis padres, en mi papá sobreviviente de cáncer, en su edad, pienso en mi sobrino con sus escasos dos años de vida.
¿Yo? Yo, mal que bien, estoy entero y me puedo “dar en la jeta” con más solvencia con don covid-19, pero ¿y los más débiles? ¿nuestros débiles? Y también pienso en este sistema de salud nuestro, que al son del acetaminofén para todo vive colapsado como costumbre criolla.
Y voy más allá, jamás en las últimas décadas tengo registro de un virus, que, sin tener un índice alto de mortandad, tenga contra las cuerdas al planeta en el sentido de la economía y el normal trasegar de sus actividades. No recuerdo algo como lo que vivieron China y Corea del Sur, lo que vive Italia y lo que van a vivir otros en Europa e incluso nosotros, no sé. Y eso me da miedo.
El ver que el contacto humano mínimo se ve comprometido, el ver que una de las esencias de nuestra condición como seres, el reunirnos a compartir de lo que sea, también tiene su riesgo, me da miedo. Me pone en situaciones de pensamiento que van hacia el “¿mierda, en qué momento todos nuestros máximos temores se están cumpliendo?”.
Y ese miedo, curiosamente, me fortalece y me lleva a la calma. Caer en el despropósito de la paranoia, del caos, del ya llegó el fin de los tiempos, no es. El miedo como camino hacia la prudencia y el razonar con sensatez. Creer lo que hay que creer, informarse bien e informar bien, por ahí es el otro camino que nos pone en el carril más de la calma que del miedo.
Con el virus, hay que acatar las recomendaciones con responsabilidad y juicio. Con la contaminación, ser ciudadanos críticos y atentos al sentido de que se cumplan normas, de cumplir las mismas y se apliquen las que de verdad funcionen a los que de verdad son los mayores contaminantes. Y, con rigor, que la institucionalidad opere.
Y ante el efecto Ñeñe, hombre, es la historia de Colombia que parece que jamás pasará. Nuestro peor virus: la corrupción y el “no pasa nada”.
Siento miedo, llamo a la calma. Soy un humano más, tan débil como usted y como aquel. A cuidarnos.