Por estos tiempos, cuando la autoestima bogotana se revuelca en desesperanzas. Cuando recibir una noticia venturosa acerca de nuestra ciudad que no sea falsa parece imposible, resulta grato que —politiquerías y polarizaciones aparte— aún haya quienes desde la oficialidad encuentran en la capital colombiana un ámbito inspirador, digno de ser contado, investigado y disfrutado, al margen de los exabruptos del alcalde que durante el cuatrienio aún en curso padecimos y que por fortuna en breve se marchará.
El Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC) tiene a su cargo la salvaguardia y la exaltación de los valores locales en materia patrimonial (obvio es decirlo). Lo anterior podría limitarse, según los prejuicios de algunos, al simple hecho de establecer “qué tumbar y qué no”, de decidir “si demuelen o trasladan el monumento” o de redactar cartillas institucionales de alto potencial somnífero con destino directo al bote de desperdicios. Pero lo cierto es que la entidad en cuestión ha tornado en convertirse en un sello editorial de primer orden.
Prueba de lo anterior son los más de cincuenta títulos de excelente factura, precio accesible y disponibilidad gratuita ‘en línea’ lanzados durante el periodo que —como una bendición para Bogotá y el planeta entero— ya finaliza. Pero regresemos a lo positivo y olvidémonos del cínico deforestador: cualquiera que haya tenido contacto con las diferentes colecciones bibliográficas del IDPC opinará de la misma manera: el Instituto produce obras de altísimo nivel documental, escritas, diseñadas y concebidas con delicadeza y afecto. Y, aún más importante, se empeña en construir piezas bibliográficas dotadas de la solidez suficiente como para despertar en muchos ese amor por nuestro entorno que las desdichas han ido adormeciéndonos.
Desde la historia de algunos de los más legendarios vecindarios capitalinos hasta una exquisita compilación de trabajos de don Ricardo Moros Urbina, pionero de la gráfica publicitaria en Colombia. Desde aquel álbum de fotografías donde parecen estar consignadas esas memorias que nos unen a todos los que hemos poblado este suelo hasta el sueño de un país en unión, simbolizado por la Iglesia del Voto Nacional. Desde registros gráficos e históricos de monumentalidades arquitectónicas aún existentes o desaparecidas hasta los trazos íntimos de urbanistas y arquitectos cuyo legado se mantiene con vida.
Recorrer el catálogo del IDPC es lanzarse a una aventura rebosante de sorpresas. Es viajar en el espacio y el tiempo y entender que el patrimonio no sólo se conjuga en tiempo pasado sino también y, quizá más importante aún, en presente y futuro. Es conocer edificaciones, rincones, palabras y tradiciones entrañables. Es descubrir personajes y oficios. Es percibir aromas, colores y sabores. El viernes pasado tuve ocasión de conversar con Mauricio Uribe, Yessica Acosta y Ximena Bernal —tres de los más consagrados mosqueteros de dicha causa ciudadana— sobre la existencia de este corpus de libros que todo habitante de Bogotá debería hojear.
Cincuenta y un volúmenes ‘profusamente ilustrados’, rebosantes de información y de corazón producidos a un ritmo admirable, si se tiene en cuenta no sólo la cifra, ya diciente, sino la envergadura de cada una de las mencionadas obras, muestras inobjetables de que, con todo y quienes se empeñan en estropearla, Bogotá rebosa de magia. Quiera el destino que este tipo de iniciativas se vea fortalecido por las administraciones futuras. Hasta el otro año. ¡Y hasta nunca… infame vendedor de buses!