En la cárcel el tiempo se eterniza, la mente gira sola y a la comida le agregan alcanfor para menguar la libido de los residentes. Allá todo se iguala, se confina a unos metros cuadrados y se tiñe de preguntas. Cada segundo cuenta. El nombre propio se vuelve número. La familia, una memoria ansiada como nunca. Sepultarse o renacer son las dos opciones.
Una semana atrás me lo dijeron quienes, de momento, la habitan. Fue gracias a un par de encuentros con los internos, uno de esos privilegios derivados de ser escritor. Así es: por invitación de la Subsecretaría de Acceso a la Justicia y de Biblored anduve en la Cárcel Distrital y en la URI de Puente Aranda conociendo algunos amigos privados de la libertad. Lo que vi, lejos de entristecerme, regresó mis niveles de esperanza al ‘mínimo vital’ indispensable para no desplomarme con tantas pésimas noticias.
Encontré a seres hospitalarios, entusiasmados con escribir, leer, aprender y traer a sus existencias nuevos oficios y artes. Me presentaron a un grupo de mujeres comprometidas con la promoción de lectura, la educación y la realización de talleres creativos, guías que lideran grandes procesos. Tuve el honor de dar con los Hombres Escritores: un colectivo que ha hecho de la biblioteca del lugar su laboratorio de creación. De ellos recibí un Canario, entendido no como el ave canora, sino como un diccionario de términos carcelarios, o, dicho más afectuosamente, “de la cana”.
Por cuenta de tan peculiar aproximación a las palabras aprendí que ‘Bruno’ es la forma como apodan al “ayudante de mantenimiento en el hogar mientras el esposo está privado de la libertad”. Descrito de modo menos optimista, a quien “en su ausencia reemplaza al condenado en las obligaciones sexuales demandadas por su pareja”. También entendí que ‘mamasitas’ son dentro de los presidios colombianos aquellos individuos de quienes hay que cuidarse, y que “suba el vidrio” es la manera de indicarle a alguien que está entrometiéndose.
Conocí, además, a los Hombres Bordadores, club de caballeros que han hecho del bordado —y perdonen la obviedad— una vía de enriquecimiento espiritual y que, inspirados en los poemas y la historia de Daniel León, joven excompañero de ellos que hoy cumple una condena larga en La Picota, andan confeccionando en grupo un libro que más que libro es tesoro, próximo a ser finalizado. Retrata las vivencias de un felino con características humanas que un día se descubre como recluso ‘primíparo’ sindicado de un delito que él ni recuerda. Una aventura escrita e ilustrada, en color y ‘al hilo’, que página tras página nos demuestra cómo de las más difíciles circunstancias surgen iniciativas venturosas.
Las piezas originales de la obra, cuya manufactura ha tomado, según cálculos fieles, 6936 horas, serán expuestas durante la Feria Internacional de Arte y Cultura, Barcú 2019, el 19 de septiembre que viene en La Candelaria. El sueño de las muchas almas que las fueron bordando, puntada a puntada, letra a letra, por ahora, es solo uno: que a Daniel, ya condenado y trasladado, aunque en adelante investido como el poeta que es, le sea permitido asistir a este debut. Quieran el destino y el Olimpo del arte que el cosmos se alinee para hacerlo posible. Esa familia de valientes creadores se lo merece. ¡Hasta el otro martes!