Hablaban en una época de El sueño del pibe, era un cuento argentino –creo– en el que un joven de escasos recursos cumplía el sueño de ser futbolista, triunfar y sacar adelante a su familia. Pues bien, esta historia tiene todos esos ingredientes, pero hay que adicionarle unos aspectos que van del corazón, de la mano de la pasión y del sentimiento, es el sueño cumplido y que seguirá forjando Daniel Muñoz.
Nació en Almalfi, un municipio enclavado en las montañas antioqueñas. De piel forjada en el campo, llegó a Medellín muy pequeño y junto a su familia, como la historia de muchas familias que llegan a buscar un mejor porvenir en las grandes ciudades, vivió el peso de la pobreza, la dureza y el “guerrear” cada día como si no hubiera un mañana. Eso, amigos, siempre forja. Y eso, amigos, da tres pasos que pone el destino: quedarse en la adversidad, en la mediocridad y ser nadie. Irse al lado oscuro y ser tristemente “alguien” en el costado equivocado y caer bajo. O tener esa berraquera, empuje y resiliencia para salir adelante y triunfar en el camino del bien. Este último fue por el que optó este joven jugador de fútbol de 23 años.
Fue un proceso duro para llegar a ser jugador profesional. Empezó en todas las divisiones menores de Arcos Zaragoza, un tradicional club de la Liga Antioqueña de Fútbol. De ahí pasó al Envigado, a esa cuna de héroes en la que surgieron James, Guarín, Gio Moreno y otros grandes jugadores. Tuvo un periplo por México, Italia, España, fue de allá para acá, pasó a Equidad y fue una época de poco tiempo, con mucha juventud, en la que la adversidad y la injusticia eran la compañía. Era comer mierda y dudar de su ambición y capacidad para triunfar en el fútbol. Luego le abrieron las puertas en un club llamado Total Soccer y la cosa empezó a mejorar. Aguantó, luchó y las Águilas Doradas de Rionegro se lo llevaron, ahí despuntó, fue una gran revelación de la liga y ya como jugador profesional se destacó como uno de los mejores laterales derechos del país. Todo lo anterior, con 23 años (parece que hubiera descrito la carrera de un tipo de 35).
Y es así como el profesor Juan Carlos Osorio se lo llevó para Atlético Nacional. Ya de por sí era llegar al club más ganador del país, el equipo al que cualquier jugador colombiano desea llegar por su historia, infraestructura, solidez, buenos salarios y opciones de seguir escalando. Todo lo anterior muy bueno, pero había algo más en la vida de Muñoz para declarar este como un enorme paso en su vida: es hincha del club verdolaga y, algo más, en su adolescencia fue integrante activo de la barra popular de Los Del Sur.
Ahí, mientras vivía momentos difíciles de su vida en lo económico, en la incertidumbre del qué hacer, Daniel Muñoz encontró su pasión. Fue barrista, hizo grandes amigos, viajó por todo el país, gozó, sufrió, aguantó hambre, pidió plata, se enfrentó a otras barras, al establecimiento, se montaba en buses, en mulas, se nutrió de ese halo de solidaridad que se genera entre parceros. Aprendió de lo malo, asumió lo bueno, todo al son de la barra, todo al son de su pasión por Atlético Nacional.
“No era violento o problemático. Era casi un niño, muy callado, tímido y no lo recuerdo en escenas de violencia. Era de muy pocos recursos económicos, marginal y hoy verlo como jugador del club es un orgullo y un gran reto para él, que sabe que hay que darlo todo por estos colores y esta hinchada, que él entiende a la perfección”, me cuenta uno de los líderes de Los Del Sur.
Y es así como el sueño de jugar en el equipo de sus amores se cumplió. En lo que va de la liga, Muñoz se ha convertido en una de las mejores piezas del Nacional de Osorio. Es técnico, táctico, aguerrido y, lo mejor, juega de lateral, de central, de volante, de extremo, de interior, bien en defensa, bien en ataque, es una “navaja suiza”. Rendidor total.
Ante el Huila recibió un pase en el área, giró y anotó un buen gol, el primero con la camiseta verde. Fue en el arco sur y él no dudó, saltó las vallas de publicidad y se fue corriendo hacia la tribuna, allí se agolparon muchos sureños y todos se sumieron en un solo abrazo. Daniel Muñoz celebró ese gol con el alma y no lo hizo con la hinchada, es más profundo, lo hizo con los que eran sus parceros de viaje, de barra, de época. Fue hermoso.
Hincha, barrista y jugador del club que une todo eso. Sueño cumplido y el inicio de cosas muy grandes. Una bella historia.