Esta imagen se ha visto a lo largo de las últimas semanas en Rosales: decenas de agentes de Policía haciendo retenes en la calle en busca de ¿sospechosos? ¿culpables? Ni idea. El hecho es que ahí están, en la carrera Quinta y en la 72, en La Bagatelle y Starbucks.
Se ven desde lejos con ese verde que chilla y a la distancia parecen un grupo de hinchas de Nacional. Están haciendo el trabajo que les mandaron a hacer y paran por igual a conductores y transeúntes. La zona se ha vuelto insegura, al punto de que hace unos días los ladrones robaron en Home, un sitio de hamburguesas del sector, con total tranquilidad.
Y es chistoso ver tanto despliegue porque acá la ley y la justicia no es que apliquen, pero también porque nos especializamos en atacar el mal después de que nos ha golpeado varias veces. Incapaces de anticipar y planificar, los colombianos somos profetas del desastre y parecemos reaccionar solo cuando estamos a punto de ahogarnos.
La ola de robos ha ayudado a que nos sintamos inseguros, como si alguna vez hubiéramos estado en la buena. La seguridad es una percepción y no es que la situación esté peor que antes, solo que ahora los delitos tienen repercusión mediática porque sus víctimas son ricas. Pasó con el caso Yuliana Samboní y más recientemente con el choque entre un Mercedes, un Porsche y un McLaren (el único en Colombia). Violaciones de niñas hay todos los días, y qué decir de accidentes de tránsito. Toca que el crimen lo cometa (o lo sufra) un rico y que en un hecho estén involucrados carros de alta gama para que pongamos atención. Si fuera un Twingo y un Spark no pasaba nada.
Al miedo de volvernos víctimas se le suma la rabia que genera el alcalde Peñalosa en buena parte de los ciudadanos, o al menos eso se percibe. El viernes pasado cayó en Bogotá un aguacero salvaje, lo que no solo hizo que la ciudad colapsara y las vías se inundaran, sino que las basuras acumuladas de días por no recogerlas comenzaron a flotar por ahí, como si fueran góndolas y esto fuera Venecia.
Enseguida se volvieron a alzar las voces exigiendo revocatoria, como si eso solucionara algo, como si el que subiera no fuera a ser igual o peor, y como si nuestra irresponsabilidad y folclorismo a la hora de votar fuera un asunto menor. Salvo un verdadero desastre, no le veo el punto a andar exigiendo a gritos que se tumbe al alcalde porque no nos gusta, al revés, me parece ventajoso. Aplica ahora para Peñalosa, pero también en su día para Petro, que no será mi preferido, pero es uno más dentro de la línea de gobernantes mediocres que nos han tocado.
Percepción o no, Bogotá vive en crisis desde hace años, a tal punto que no aguanta un aguacero de tarde. Y eso que es la capital de Colombia. Yo creo que es hora de revisar qué tipo de país es el que hemos construido.