No les voy a hablar de la mascota del Mundial de España 1982. En este caso el tema en cuestión será un carro. Una “filosofía automotriz”, una pasión, un hobby, algo que inspira cosas y que genera sentimientos. Siempre he defendido la tesis de tener una vida con pasiones, desconfío de la gente plana que pasa su vida sin ellas. El Naranjito fue una de esas pasiones y, como toda pasión, tuvo sus matices agradables y otros, muchos por cierto, no tanto. Esta es la historia.
Nunca había tenido un carro, pero he sentido debilidad por los clásicos. Desde que era niño, mi padre tuvo siempre BMW. Siempre me sedujo el estilo de esta marca alemana, especialmente esa trompa clásica. El frente de esos BMW “humaniza” el carro, lo hace seductor, realmente conquista.
Pues bien, en 2012 llegó el Naranjito a mi vida. Fue amor a primera vista. Omití todos sus detalles deficientes. Mejor dicho, no quise tenerlos en cuenta, solo quería decir que tenía un Bayerische Motoren Werke (Fábricas bávaras de motores), clásico.
Modelo 1977, 2000 cc, su sello marca la línea 320, esa que pudo romper el molde de otra belleza: el 2002. En el Naranjito no había inyección, no había aire acondicionado, menos vidrios eléctricos, al tablero le faltaban partes. Su ADN indicaba que había tenido muchos dueños, unos que lo amaron, otros que abusaron de él. De entrada se veía bien, pero, como pasa con las personas, uno realmente conoce un automóvil con el tiempo, la primera impresión engaña.
Según pude investigar, BMW no sacó un carro de color naranja en la línea 320 modelo 1977. O sea que el Naranjito no nació así, creo que era blanco. Sus latas eran de naranjas distintos. El capó tenía manchas, las puertas eran de un naranja más fuerte, pero, en general, se veía bien.
Ya después de manejarlo (y de pagarlo), descubrí que tenía el chasis desviado. ¿El dictamen? El carro, en alguna etapa de sus más de 35 años, había sufrido un choque brutal. Pero bueno, no era todo, uno se montaba y se bajaba impregnado con un olor a gasolina. Al final le tomé cariño a ese olor, sentía que me estaba bajando de un carro verdadero con cierto halo a Alain Prost o Niki Lauda.
El único aditamento moderno que le acondicioné fue un radio con CD y USB, además de unos rines. Del resto traté de respetar la esencia del ‘Naranjo’. Obviamente usted, querido lector, dirá: ¿pero por qué no le metió plata? Sí, es cierto, con dinero usted puede reconstruir completamente cualquier automóvil en el mundo. El problema era que faltaba ese “pequeño” factor: yo no soy un tipo de plata.
¿Que si le metí plata? ¡Obvio que sí, dentro de mis opciones! Billete, paciencia, penas y buena parte de las canas que tengo son por el Naranjito. Un día botaba aceite, otra semana el problema era una guaya, otro día era un empaque, otra mañana fue la dirección. Pero lo peor era un ‘beriberi’, un mal de Parkinson que lo agarraba en ciertas subidas. Era como estar encima de un toro mecánico. Y fuera de ello, por lo regular eso pasaba cuando estaba en compañía de alguien. La pena era impresionante…
Pero el amor es más grande. Hubo días muy buenos. El sentir que la gente mira el carro y admira su línea, su corte clásico y lo bien que se veía (a pesar de todo). Cuatro cambios tiene el Naranjito y al manejarlo se siente que se conduce una verdadera máquina. Este tipo de carros hacen que usted sea un mejor conductor. Hay que saber manejar la caja, sentir como ‘respira’ el carro, qué necesita, cómo se frena, saber que ruge ese carburador en cada subida y bajada de velocidad. ¡Era una delicia conducir el Naranjito (en sus buenos días)!
Dos años aguanté con el BMW 1977. Se lo vendí a un compañero de trabajo, le advertí de los males del ‘Naranjo’. Él se lo llevó y también se enamoró, también lo sufrió, también lo gozó. Hace poco me enteré de que lo vendieron a un coleccionista de Bogotá. Sentí nostalgia.
Hay amores raros. El Naranjito ha sido uno de ellos en mi vida.
Por: Andrés ‘Pote’ Ríos // Twitter: @poterios