Por Nicolás Samper
@udsnoexisten
Mientras los integrantes de la selección Colombia más abandonada de la historia terminaban de cantar con futbolero desafino la notas del himno nacional, en Bogotá nueve personas habían muerto de manera violenta antes de comenzar el juego.
Cuando los enviaron a cumplir la misión de representar al país, los dirigentes no lo hicieron pensando en eso, sino en quitarse de encima un engorroso compromiso de calendario. Por eso la decisión fue arriesgadísima: los jugadores de la selección Colombia no debían ser convocados por sus méritos, sino por su tiempo libre: aquellos que estuvieran desocupados porque sus equipos en la liga habían sido eliminados del octogonal final iban a ser bienvenidos. Y si la base del seleccionado era el último de la tabla, pues aún mejor. Un disparate que pintaba para ser papelón. Era como si, ante un torneo en el que se competía por los puntos y se buscaba clasificación a un torneo de importancia, la Federación ordenara hoy que tanto Fortaleza como Boyacá Chicó enviaran lo mejor de su tropa. Era un suicidio. Era enviar a un grupo de futbolistas a Vietnam.
La cosa empezó muy mal: los argentinos vencieron 3-1 en el primer encuentro y todavía faltaba enfrentarse a Paraguay y Perú. Con Jorge Luis Bernal como DT, el Deportes Tolima como núcleo de convocatoria y con nombres como los de Hernán Torres, Wilson James Rodríguez, Víctor ‘Chino’ González Scott y Dorian Zuluaga, la selección que fue a los Juegos Odesur de 1986 pintaba para caras amargas y blanqueadas futbolísticas cada 90 minutos.
El camino se enderezó súbitamente con victorias ante Paraguay y Perú y esos triunfos enviaron a semifinales a Bernal y sus hombres aquel 4 de diciembre de 1986. Parecía una quimera hacerles cosquillas a los brasileños, pero de tanta desesperanza surgió la unión y el mensaje popular de no abandonar a los muchachos cuando más lo necesitaban. Como si la dirigencia no los hubiera abandonado semanas atrás.
Ese 4 de diciembre de 1986 el país estaba feliz. La gente salió más temprano a comer o a tomar algo antes de recluirse en casa para oír a través de la radio lo que iba a pasar con los jovencitos entusiastas que habían dejado de ser carne de cañón por sus propios méritos. Fue entonces que Colombia metió lo más fuerte de su repertorio y alcanzó un empate ante Brasil que derivó en penales.
Más tarde Hernán Torres atajó un remate de la serie con lo que se conjuraba la eliminación brasileña y la clasificación colombiana a la final del torneo, donde iban a enfrentar a los argentinos. Pero semejante hazaña, inédita en la historia de nuestro fútbol, terminó opacada porque en la radio se empezó interrumpir el fútbol para hablar de los nueve cadáveres que se iban encontrando en la ciudad, de un incendio en Chapinero y de un tiroteo aislado que terminó en una espantosa tragedia que alargó la cifra de víctimas.
Aquella selección Colombia fue víctima de un tenebroso eclipse porque con el transcurrir de la noche, esa jornada pletórica se convirtió en una larga penumbra de horror y locura que llevó a fijar la atención únicamente en dos nombres: Campo Elías Delgado y Pozzetto.