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Todo pasa por algo

Cada vez se vuelve un poco más difícil y hasta angustiante ver las noticias o leer los diarios, constantemente nos informan de crímenes atroces, conflictos, problemas o tragedias naturales como las que hemos visto recientemente, es imposible no sentirse de alguna manera tocado por este tipo de acontecimientos, y si a ellos le sumamos todos los que en nuestro día a día podemos vivir, bueno, el panorama claramente no parece ser el más alentador.

Pero todas estas cosas que de primera mano no son gratas de ver y mucho menos de vivir, de alguna manera guardan un sentido especial o sirven para algo mucho más importante y profundo que la tragedia que inicialmente vemos, porque aun cuando el panorama no se vea para nada claro, todo tiene una razón de ser, y todo (al final) es para bien.

La clave está en qué tan abiertos estamos a ver las señales que la vida misma se encarga de darnos, de poner frente a nuestros ojos para que tratemos de entender desde otro punto de vista nuestra vida y tengamos algo más de perspectiva, y también en qué tanto nos permitamos a nosotros mismos sensibilizarnos frente a lo que vemos que afecta a otros. En la vida hay dos maneras de aprender: viendo y tomando por observación una lección y experiencia; o viviendo –y tal vez sufriendo– la lección en carne propia. Las dos son igualmente válidas, hay cosas que no necesitas vivir para aprender que no deben ir en tu vida, pero hay otras que resulta inevitable vivir, algunas por necesidad otras por terquedad.

Puede que las cosas malas que veamos día a día sean algo necesario de ver para que aprendamos a valorar todas las cosas buenas que tenemos y que dejamos pasar por alto, aquellas que en forma de comportamientos o sentimientos de otras personas, o incluso de cosas que tenemos, no valoramos ni agradecemos; puede que todo aquello que vemos que no funciona sea una manera de sensibilizarnos y llamarnos a la acción para ser el cambio que queremos ver, para empezar a quejarnos menos y actuar más; o tal vez todo eso sea una manera de despertar nuestra solidaridad, nuestra empatía con los demás, nuestra verdadera humanidad, que últimamente parece adormecida en la cotidianidad. Tal vez si eso que vemos nos toca lo suficiente, podremos ser un poco menos antipáticos e indiferentes con quienes nos necesitan, podremos ver señales y lecciones en cada pequeño detalle del día, podremos vivir más felices entendiendo cuán afortunados somos y cuánto podemos ayudar y contribuir a la felicidad de otros.

Puede que veamos muchas cosas malas día a día, y que el mundo parezca un caos absurdo que no tiene rumbo, pero si le damos el chance a todas esas cosas para que realmente nos toquen en el fondo y nos ayuden a cambiar al menos un poquito, entonces podremos entender que todo tiene una razón de ser, y también algo que en lo particularmente creo fielmente: ¡todo cambio es para bien!

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

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