Rosana cargó con una maleta grande, azul. Ahí guardó su ropa, sus bienes preciados, su cepillo de dientes, una crema que compró en el D1 y el mercado que sus empleadoras le dieron: harina para hacer arepas, arroz, frijol blanco, arvejas. Se subió a un bus de servicio especial en el occidente de Bogotá, buscando salir de la ciudad a donde llegó en enero después de vacaciones de diciembre en Venezuela. En otras seis maletas, empacó su vida en Colombia.
Sus sueños de este año, como los de los demás, se vieron estrellados por una pandemia que no se esperaba nadie y no ha dejado reaccionar al mundo que parece estar adormilado en una camilla, mientras intenta mover las manos. Rosana quería ahorrar lo que se ganaba trabajando en una casa de familia, todo el año, y comprar dólares para poner un negocio en Carora, su ciudad natal en Venezuela.
Sin embargo, los sueños se tropezaron con la realidad y con el coronavirus y en una vuelta del destino, los ahorros se convirtieron en gastos… Un arriendo y servicios en el barrio San Fernando, le quitaban el 40% del salario. Ganaba casi un mínimo más alimentación. La señora de la casa la empezó a presionar y amedrentar con el desalojo. Y es que una cosa es lo que dice el presidente Iván Duque en televisión y otra lo que sucede en la vida real…
“A uno le parece que Duque dio órdenes para que nos saquen de las casas. A mí me fue bien, gracias a Dios, pero a otros los sacaron a la calle como perros”, cuenta Rosana Aponte, la mujer de 26 años, soltera, que se vino a probar suerte a Colombia en agosto del 2019.
Y pareciera que es verdad. En el último mes, en solo Bogotá, se registraron por decenas las denuncias sobre desalojos de venezolanos y colombianos de ‘pagadiarios’, por no tener plata para pagar a diario, por espacios impersonales y en muchos casos indignos.
Rosana pegó un grito de alerta a sus empleadores y ellos le ayudaron a conseguir plata. Quedarse en Colombia no era una opción. Por segunda vez, Rosana le huía a la pobreza, al hambre y a los problemas, pero ahora, en medio de una pandemia prefiere su país al que llama su casa.
Según las cifras de Migración Colombia, más de 1.825.000 venezolanos estarían radicados en Colombia, con corte de febrero de este año. Unos 800.000 en situación regular, y el resto de manera irregular.
Rosana vivía con una amiga que no tuvo la suerte de ella y sufrió la explotación laboral, por no tener un permiso para trabajar. Era mesera en un restaurante y le quedaron debiendo el sueldo de un mes. Sin un peso y con una sola maleta, decidió irse caminando. Las cosas de la vida: el camino que los trajo a la esperanza de huir de la pobreza, los devuelve huyendo de lo mismo.
“Mi prima se fue caminando… Es que ella no tenía plata. La idea es que lleguen a Cúcuta, pero eso es muy largo. Yo no aguanto eso y uno se expone a que el bicho ese (coronavirus) se le pegue”, cuenta Rosana.
La decisión de irse no fue fácil, pero ante el problema, no tener en dónde le prestaran salud, quién le subsidiara la comida, la situación se iba a poner color de hormiga.
“Es que eso significaba perder las cosas. Yo ya tenía una cama, un trabajo. La gente me quería. Tenía comida fija y hasta amigos… Es como retroceder. Pero, ¿cómo me quedo en un país sin trabajo? Me echan de la casa, no me pueden pagar y mis amigas no pueden más… Pues tocó regalar las cosas y decirle adiós a Colombia, para volver a casa”, cuenta Rosana.