En el corazón de las tinieblas de la violencia guerrillera, en el departamento colombiano del Cauca, un grupo de 120 guerrilleros y miembros de la comunidad indígena Nasa culminó el proceso de capacitación en agricultura como parte de su adaptación a la vida civil.
Es la metáfora del proceso de paz: pasar del verde militar de los uniformes de camuflaje de la guerrilla al negro de las togas y los birretes con los que se vistieron estos excombatientes para celebrar el fin de su formación.
La llegada al Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) Los Monos, en donde se encuentran algunos excombatientes tras firmar la paz, la anuncian los murales con frases y el rostro del Che Guevara.
Para arribar hasta el sitio, instalado en la aldea Santa Rosa, son necesarias cuatro horas de viaje desde la ciudad más cercana, Cali, por carreteras, caminos y trochas sin asfaltar.
Allí, los procesos formativos se centran en la piscicultura, la producción de artesanías y la agricultura, especialmente de tomate de árbol y aguacate Hass, de cara a la exportación.
La coordinadora del grupo territorial Cauca de la Agencia para la Reincoporación y Normalización (ARN), Ángela Medina, cree que la clave para el futuro de estos proyectos pasa por conseguir que las instituciones «acompañen» las iniciativas.
Tal es el caso de la embajada de Francia en Colombia que financia directamente las capacitaciones con una subvención de 250.000 euros.
En declaraciones a Efe, la consejera política de la embajada francesa, Pauline Younes Moreno, señaló que los procesos de capacitación son la base para alcanzar una paz «estable y duradera», aunque cree que todavía es muy temprano para poder hablar de la exportación de los productos.
A pesar de ello, Delio Valencia, uno de quienes se acaban de graduar como operarios de cultivos de aguacate Hass, ve en las iniciativas «el futuro de todos, como colectivo y como comunidad».
Y es que la particularidad del ETCR de Santa Rosa es que, por primera vez, las comunidades indígenas locales también pueden participar de las formaciones pensadas inicialmente para los excombatientes.
De hecho, en este lugar en su mayoría los exguerrilleros hicieron parte de la columna móvil Jacobo Arenas de las FARC, una de las más temidas en el país y con una fuerte presencia en el Cauca.
Pero, conforme ha pasado el tiempo y las clases comenzaron, las diferencias entre desmovilizados e indígenas se difuminaron.
«A la comunidad tenemos que ayudarla a que se asocie con nosotros. No hay que dejarlos botados, nos hemos dado la mano juntos», comentó Valencia.
Una de las iniciativas que mejor representa la unión entre indígenas y exguerrilleros es «Hilando la paz», que pretende recuperar la manera y los materiales tradicionales de tejer de las comunidades asentadas en esta zona del suroeste colombiano.
El avance ha sido tal que, según la exinsurgente María Lucrecia Vicsué, encargada de coordinar las formaciones, tienen un pedido de 40 jigras para enero, como se conocen los bolsos tradicionales de la comunidad Nasa.
«No sé si nos dará tiempo», dijo entre sonrisas la mujer mientras mostraba uno de los bolsos, que representan la matriz de la mujer y que en su exterior tienen grabados la simbología de los aborígenes.
Otro ejemplo de superación es el de Matilde Chocué, quien entró a la Jacobo Arenas con 15 años y el viernes pasado recibió su título como emprendedora en recursos artesanales.
Ataviada con la vestimenta típica Nasa, Chocué apuntó que el trabajo con la comunidad es muy positivo y apostó porque guerrilleros e indígenas continúen unidos en esta aldea.
«Nuestra sangre es una sola. Las diferencias que hay únicamente vienen por la política», sostuvo.
Sin embargo, no todo es optimismo entre los excombatientes.
«El peligro es máximo para nosotros. Antes no sabían quiénes éramos, pero ahora nos tienen acá. A cualquier hora nos pueden matar», comentó Chocué, quien agregó que abandonar su fusil fue como dejar a su madre o a su padre porque «era lo que nos salvaba la vida».
Alias «Enrique», que militó en los frentes 30 y 40 de las FARC desde los 17 años, tiene la misma percepción que Chocué pero va un paso más allá.
«Desde la paz no ha habido nada. Ser pobre nos llevó a las armas y en mi pensamiento jamás estuvo dejarlas», indicó.
De hecho, a pesar de su reciente grado el desmovilizado Delio Valencia también es pesimista.
«Todavía no se ha visto una seguridad completa, hay inseguridad para nosotros porque siguen matando líderes sociales y a quienes fueron nuestros compañeros», denunció.
Y como si se tratara de ilustrar los pensamientos de Valencia, las ametralladoras que portaron los policías que custodiaron la graduación en la aldea lo llevaron a decir que «la guerra sigue», motivo por el cual están «asustados» porque no saben «cuándo se va a acabar».
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