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Infra-estructura

Ni el más iluso de mis compatriotas aludiría al nuestro como país de infraestructura. Aunque, basados en conjeturas semánticas, quizá sí merezcamos ser llamados así. Y no es por posar de optimistas. Si de apegarnos al diccionario se trata, el sufijo ‘infra’ significa ‘inferior’ o ‘debajo de’. Luego, al permitirnos interpretar ‘infra-estructura’ como aquello cuya robustez técnica desmerece con respecto a lo que se esperaría de una nación decente, sin duda nos cabe lo de ‘infra’. ¡Y mucho! Lo afirmo con la seriedad y el dramatismo que un dictamen así amerita.

Si Panamá aún fuera colombiana, de seguro seguiríamos discutiendo con respecto a la conveniencia de hacerle canal interoceánico, y no faltaría quién lo llamara ‘juguete caro’. Algunos ‘volvomaníacos’ hasta alegarían que “una troncal acuática de TransMilenio hace lo mismo y más barato”. Pero pésimos chistes aparte y sin exageraciones, asimismo contamos seis o siete décadas planeando el túnel de La Línea, el tapón del Darién se mantiene como esa grieta transnacional que Condorito nunca pudo quitarle a la Panamericana y antes que pensar en vías férreas permanecemos obsesos con los autobuses y mulas como elección ideal para transporte terrestre de carga y viajeros.

El ejercicio consagrado de indisciplinas y corruptelas produce resultados. Si no me creen mírennos. Poblaciones incomunicadas y carentes de agua bebible. Corregimientos donde ni en burro se llega. Niños muriéndose desnutridos. Explicaciones que justifiquen semejantes vergüenzas abundan… Algunos inculparán a esta carencia de rigor y método, tan típicos. Otros invocarán a nuestra majestad, la corrupción. Los demás se limitarán a recordarnos cuán pobres somos. ¿Han pensado en cuánto debe impactar a un joven colombiano crecer entre promesas nunca cristalizadas y frustraciones? Como asistir al estadio la vida entera sin ver al amado equipo campeón.

Una prueba de aquellos premios de consolación con que nuestra dirigencia tiende a paliarnos los días es el tal metro elevado, que hoy se erige como amenaza para este ya demasiado maltrecho contorno urbano. Aun cuando fuera cierto, el presupuesto escaso como argucia alrededor de tan insatisfactoria solución me recuerda a López Michelsen sentenciándonos el destino con este clamor que hicimos nacional: “No tengamos miedo a ser chambones”. O cuando el presidente Betancur –otro enemigo confeso del tren metropolitano en la capital– declinó la concedida sede de un mundial futbolístico, para rotularnos ante el planeta y, lo que es peor, ante nuestras propias conciencias, como el país incapaz que todavía demostramos ser.

Por cierto: nada tan infra-estructural como maltratar nuestras aguas. Hoy la quebrada Rosales, a la altura de la Circunvalar, está sin fluido gracias a unos urbanizadores posmodernísimos, que muy ‘fashion’ y ‘trendies’ decidieron ponerle lago a un proyecto de vivienda y nos desecaron la cosa desde enero 12. A pesar de las plegarias colectivas a Bachué, Bochica, Viracocha y demás deidades, cada que voy por ahí con Milo la contemplo igual de árida. Ahora: ¡que la CAR nos ampare!

Si de salvar descréditos y expiar proyectos absurdos se tratara, mucho bien le haría al prestigio desfigurado de nuestro señor alcalde y a nuestra salud misma que este se concentrara en revivir reservas hídricas y limpiarnos el río Bogotá, antes que en pavimentar reservas y clavar vigas sobre humedales. Sus tataranietos –sin duda próximos líderes y seguros copropietarios de la futura Colombia– se lo agradecerían. Y nosotros también. ¡Nos leemos!

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