Dio siete pasos, acelerando el paso en los últimos tres. Después preparó la pierna derecha y mandó un latigazo desde los once metros que cortó el viento. Chaux, valiente, mandó las manos hacia la pelota pero era un bombazo tan peligroso como meterle los dedos a un ventilador. Se arrodilló, agradeció al cielo por su gol y se fue de nuevo a su arco, a hacer lo que mejor le sale: atajar.
En Santa Fe, Róbinson Zapata pudo encontrar una revancha muy grande en su carrera. Le pusieron como remoquete ‘Rufai’, porque decían que su estilo se parecía al de Peter, aquel cuestionable portero de la selección Nigeria y Deportivo La Coruña, hijo de la nobleza de ese país y de manos mantequillosas en cada mundial que debió disputar. No era el apodo más generoso, la verdad: ser comparado con un arquero de mediana categoría no puede ser divertido. Pero ‘Rufai’ se quedó tranquilo: sabía que peores cosas podrían venir encima.
El preolímpico del año 2000 casi lo sepulta en vida: Álvaro, Ronaldinho y Edú por duplicado, Athirson, Adriano, Lucas y Warley lo castigaron sin clemencia con nueve pepazos. Y él salía en todas las fotos, en las imágenes de Londrina, el peor descalabro y la vergüenza mayúscula vivida por alguna selección colombiana en tiempos modernos. Todos lo asociaban a ese recuerdo y cuestionaron su talento, más allá de que su juventud le daría años para demostrar lo contrario. Algún memorioso aprovechó ese mal momento y recordó que atajando para el América había recibido un gol desde mitad de cancha de Yesid Trujillo en donde se distrajo de manera incomprensible.
Zapata siguió transitando sus pasos y en el Real Cartagena se fue a la B. Muchos golpes para aguantar en tan corto tiempo. Trató de darle reset a su propia vida yéndose a Argentina, a jugar con Rosario Central y en su debut Arsenal le marcó tres goles. No la vio nunca más y tras un paso por Independiente, también anodino, Róbinson empezó a recuperarse en la B nacional, con Belgrano de Córdoba, donde le fue bien. Esas atajadas hicieron que Róbinson se demostrara a sí mismo que la vida sirve para recibir tantos golpes como los que el cuerpo sea capaz de soportar sin caer a la lona. Y en Cúcuta –lo que parecía ser un retroceso– la rompió, tanto que se fue a Europa, donde también se supo destacar en Galatasaray y Steaua de Bucarest. Volvió a sentirse en deuda con su Selección cuando en la espantosa Copa América de 2007 lo expulsaron contra Estados Unidos y ayudó a que Hugo Rodallega debutara en el arco nacional, con los guantes puestos. Sin embargo ya nadie recordaba lo de Londrina. Había superado ese fantasma que lo persiguió tanto tiempo.
Y en Santa Fe encontró su mejor momento y sus atajadas inolvidables, como el penal al ‘Ruso’ Rodríguez en cancha de Independiente o el que le detuvo a Bogado en la final de la Sudamericana a Huracán.
Arquerazo Róbinson. Y de paso, a pesar de no ser su función, su gol le dio a Santa Fe un triunfo muy importante ante Chicó con un tanto logrado desde el lugar en el que el rojo ha mostrado más debilidad en los últimos tiempos en el torneo local: los cobros de penal.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.