Hace menos de dos semanas, Trump refunfuñaba al pensar en su primera gira internacional: el artífice del lema «Estados Unidos primero» querría haber programado un viaje más corto, que no le alejara durante tanto tiempo de su nueva rutina en la Casa Blanca.
Pero esos nueve días de apretada agenda diplomática le han permitido esquivar las preguntas sobre la investigación de sus posibles nexos con Rusia, un tema que, lejos de paralizarse en su ausencia, ha producido constantes titulares.
Los últimos han girado en torno a su yerno y principal asesor, Jared Kushner, de quien se supo esta semana que forma parte de la indagación del Buró Federal de Investigaciones (FBI) sobre la presunta injerencia de Rusia en las elecciones presidenciales del pasado noviembre en EEUU.
Según informó este viernes el diario The Washington Post, Kushner también pidió el pasado diciembre al embajador ruso en Estados Unidos, Sergei Kislyak, que se estableciera un canal de comunicación secreto entre la campaña de Trump y el Kremlin durante el periodo de transición, para esquivar a la inteligencia estadounidense.
«Si es cierta, (esa última revelación sobre Kushner) es la más difícil de explicar para la Casa Blanca en el contexto de la investigación del FBI sobre la injerencia rusa», escribió Amber Philips, analista política del Washington Post, en el diario.
«¿Por qué necesitaría el equipo de transición de Trump hablar secretamente con los rusos (un mes antes de llegar al poder)?», cuestionó Philips.
La Casa Blanca no ha querido contestar a esa ni a ninguna otra pregunta sobre el tema: dos asesores de Trump, H.R. McMaster y Gary Cohn, y el portavoz del mandatario, Sean Spicer, aseguraron desde Sicilia que no tenían «nada» que decir acerca del asunto.
El propio Trump también ha esquivado esos interrogantes al no dar ninguna conferencia de prensa durante su viaje, y es posible que, una vez de vuelta en Washington, siga evitando el tema con su habitual argumento de que la pesquisa rusa es «una caza de brujas».
Pero su Casa Blanca es consciente de la magnitud del problema, y ha decidido montar una «sala de guerra» para responder al constante murmullo mediático sobre la trama rusa y encauzar el mensaje oficial al respecto, una operación en la que estarán involucrados Kushner y el estratega jefe de Trump, Steve Bannon, según informes de prensa.
Además, Trump está considerando grandes cambios en la Casa Blanca, entre ellos la posibilidad de contratar más abogados para lidiar con los problemas legales que presenta la investigación rusa y quizás también para revisar los tuits del presidente antes de que los envíe, de acuerdo con el diario Wall Street Journal.
El mandatario estudia por otra parte sacudir su equipo de comunicaciones, con el posible despido de su portavoz, Sean Spicer, y la reducción del número de conferencias de prensa.
Cuando abandonó Washington, Trump se alejaba también de otro escándalo, el generado por su abrupto despido del director del FBI, James Comey, que estaba a cargo de la investigación de esa agencia sobre los lazos con Rusia de la campaña del mandatario.
Esa controversia ha perdido fuelle, especialmente a raíz del nombramiento de Robert Mueller como fiscal especial encargado de retomar la investigación rusa, pero se espera que Comey testifique pronto en una sesión pública ante el Comité de Inteligencia del Senado, que también investiga el tema de la injerencia de Moscú.
Está por ver si Comey compartirá todo lo que sabe sobre los lazos entre Trump y el Kremlin, o si, por respeto a Mueller y a la investigación del FBI, se mostrará más comedido.
Durante el viaje de Trump, hubo otras dos malas noticias para la Casa Blanca: un tribunal de apelaciones mantuvo el bloqueo sobre el veto que el mandatario impulsó en marzo para prohibir la entrada de ciudadanos de seis países musulmanes, lo que llevó al Departamento de Justicia a anunciar que llevaría el caso hasta el Supremo.
En segundo lugar, un órgano no partidista del Congreso pronosticó que la reforma sanitaria impulsada por Trump y aprobada ya en la Cámara Baja estadounidense dejaría sin cobertura a 23 millones de ciudadanos en la próxima década, lo que probablemente complicará los esfuerzos para que el Senado le dé también su visto bueno.
Quizá consciente de esas dificultades, Trump quiso apaciguar a su base al prometer, en el último tuit antes de despegar rumbo a Washington, que su gira extranjera resultará en lo que más quieren sus seguidores: «trabajos, trabajos y trabajos».