En «Expoartesano, la memoria 2017», que se extenderá hasta el 23 de abril y que espera ventas por 3.500 millones de pesos, el viaje lo iniciaron los indígenas kamsá del departamento del Putumayo con máscaras talladas en madera que transmiten conocimiento y sabiduría.
Además, estas abordan temas de la vida cotidiana, según le explicó a Efe el artesano Carlos Alberto Mutumajoi.
Para él, estas piezas que se han venido desarrollando de forma milenaria les permite dar a conocer la identidad cultural y la cosmovisión de su tribu, así como «el rechazo a la colonización».
Armado con un trozo de madera y un cincel, realizó una demostración sobre el oficio partiendo de lo más representativo: las máscaras kamsá.
Ellas nacen de árboles plantados como el sauce, pasan por procesos que incluyen la inmunización y deshidratación, pueden ser carnavalearas o tomar formas de seres mitológicos como el «hombre mentiroso» y luchan por no perder la tradición.
«El tema de la identidad cultural es algo muy fuerte en nuestro arte. Para nosotros representan el conocimiento y la sabiduría ancestral», dijo Mutumajoi mientras manipulaba máscaras de abuelos con gestos que combinan «lo animal y lo humano».
En los procesos creativos de cada pieza, que pueden durar de un mes a tres años, según el tamaño y los detalles, los indígenas del Putumayo echan mano del «yagé», una especie de brebaje con efectos alucinógenos que produce un viaje al interior y que para ellos son la llave para el reencuentro con sus antepasados.
Pese al carácter comercial de la feria, la prioridad para él es continuar con un «legado» y hacer casi que inmortal su arte, pues considera que en unos 20 años se puede «extinguir» el pueblo kamsá.
«He empezado a desarrollar propuestas pensando hacia el futuro para que las nuevas generaciones puedan conocer estas máscaras. Más que vender un producto nos interesa preservar una cultura, una identidad, una ideología», apostilló.
En los dedos de Cenaida Pana también está la convicción de escribir una historia con cada tejido.
Con sus manos crean piezas únicas, honran a sus ancestros y recuerda esa tradición del pueblo wayú que le hizo permanecer por años encerrada tras tener su primera menstruación, para recibir la adecuada «instrucción» y perfeccionar el arte que traspasó a sus hijas y nietas.
«En el encierro de la ‘doncella purificadora’, que le enseña a comportarse en ese paso de niña a mujer, terminé de pulir mi tejido», contó a Efe mientras elaboraba el cordón de una de las coloridas mochilas que exhibe en un llamativo pabellón dentro de la feria.
Pana se siente «victoriosa» cuando termina una pieza y disfruta con cada tejido que convierte en un elemento único con colores que ella mezcla a su gusto y que logran coincidir a la perfección con esa magia que solo puede salir de las manos de esa etnia que habita en el departamento de La Guajira.
«Acá no hay patrones, pero tiene que salir perfecto», subrayó la artesana que está en Medellín en compañía de una de sus nietas.
Aunque las mochilas son quizá la pieza que más se llevan locales y extranjeros, en especial de Estados Unidos, Pana manifestó que para los wayú hay una artesanía que tiene mayor relevancia en su idiosincrasia.
«El chinchorro (hamaca) es lo más importante para nosotros, los wayú. Ahí uno se procrea, nace y muere», enunció mientras se ayudaba con sus pies para tejer y destacaba que sus productos son hechos a mano y cautivan al público porque, además de ser únicos, cada pieza es «un pensamiento, es canto y es paz».
Todo eso lleva a que la gente «se vaya conectando» con el encanto de una mochila, un monedero o una guaireña (tipo de zapatos).
En la feria, que alberga el Centro de Eventos Plaza Mayor, se esperan 30.000 visitantes y cuenta con la participación de 114 artesanos indígenas y tradicionales, 183 contemporáneos y más de 50 expositores de cocinas tradicionales, quienes llevan a los asistentes por un viaje a la memoria.
En el acto inaugural, que contó con la presencia del alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, y la gerente de Artesanías de Colombia, Ana María Fries, indígenas del Putumayo realizaron un ritual de conciliación con la tierra y recordaron a las víctimas de la avalancha de Mocoa que el pasado 1 de abril dejó más de 300 muertos.