«Tenés cara de Juan» o «Tenés cara de Camila». Frases del estilo alguna vez se escucharon. Una asociación inconsciente de ciertos rasgos físicos con un nombre determinado.
Hasta el momento no era más que un comentario jocoso, un chiste para romper el hielo en el momento de conocer una persona. Sin embargo, una investigación reciente demostró que es una conducta enraizada en la mente humana.
La instancia de la elección de un nombre suele implicar dolores de cabeza y conflictos en la pareja. Ahora, tal decisión se torna crucial después de que se comprobara el llamado «efecto Dorian Grey» en alusión a que las malas acciones quedan grabadas en el rostro del mítico personaje de Oscar Wilde.
Los investigadores franco-israelíes, para llegar a tal conclusión, llevaron adelante 8 experimentos con el fin de dilucidar si era posible que los participantes reconocieran la cara de un desconocido solo por su nombre.
Los resultados, publicados en la revista Journal of Personality and Social Psychology, mostraron que los participantes fueron significativamente superiores al relacionar cara-nombre que lo que marcaría el azar.
Incluso cuando se controló la etnia, la edad y otras variables socioeconómicas, los voluntarios acertaron un 40% de las veces cuando el azar está estipulado entre 20 y el 25%.
De este modo, se transformó en el primer estudio en demostrar la que relación entre las preconcepciones sociales y las expectativas de un nombre pueden alterar la forma en la que se observa.
La doctora Yonat Zwebner, líder de la investigación, sostuvo: «Nuestro nombre es nuestro primer marcador social. Cada nombre tiene características asociadas, comportamientos y una apariencia».
A su vez, la especialista señaló que a menudo tiene lugar un proceso de adaptación a esas expectativas que están puestas en cada uno. «Con el tiempo, estas estereotipadas expectativas faciales de cómo debemos mirar pueden manifestarse en nuestra apariencia. Desarrollamos la personalidad que otras personas esperan que exhibamos», explicó.
La conexión encuentra su primer antecedente en conocido efecto «bouba-kiki». En 1929 el psicólogo Wolfgang Köhler encontró un curioso proceso en el cerebro que asociaba a «bouba» con objetos redondeados y «kiki» con formas puntiagudas.
El mismo efecto, de acuerdo al equipo de investigación, se presenta con los nombres. Y ofrecen un ejemplo: «La sociedad espera que un hombre llamado Bob tenga un rostro más jovial. Esa expectativa eventualmente conduzca a los ‘Bobs’ a volverse más dóciles y alegres, mientras que los ‘Tims’ pueden tender hacia una personalidad más reservada y estrecha».
Fuente: Infobae