En San Jacinto el sol asusta, pero la noche apacigua el calor para no espantar a los visitantes de un día, muchos de los cuales desconocen que ese siempre ha sido el enemigo más débil, en una tierra con marcas de sangre, de dolor y de tristeza. Por sus calles, las gaitas son las encargadas de distraer a los turistas, mientras intentan paliar las heridas de quienes nunca partieron con el deseo de cambiar el miedo por esperanza y demostrar que suenan mejor los tambores y las gaitas, que los fusiles.
Un domingo de un agosto reciente fue el día escogido para que en San Jacinto todos se dieran cita ante una improvisada pantalla de cine. Las sillas sobre los techos de las casas fungieron de adorno y en primera fila se sentaron gaiteros, políticos y las mujeres más importantes del séptimo arte. Unas filas más atrás, junto a sus tres nietas, Dionisia Carmona observó atenta ‘Gaitas y Tambores de San Jacinto’, el documental que Gloria Triana grabó en 1983 para demostrar cómo un pueblo puede forjar su futuro con el arte.
-Aquí estaba ‘Toño’ y no había violencia. Recordar esto es muy bonito. Aquí hay colegios que dan clase de eso y viene la gente a aprender. Yo creo que ellos tocan más duro que la juventud de ahora, se les oye mejor la voz.
Dionisia valora la tradición de las gaitas en su pueblo. No es para menos, desde que se pisa esa tierra, sensaciones y sonidos se mezclan en cada esquina. Si se está atento, se puede identificar el rastro de los gaiteros de antaño, que cuando regresan a las calles de San Jacinto contagian de entusiasmo y conocimiento a los más jóvenes. Ellos son el ejemplo de que hay que cuidar esta herencia, aunque pasen los años y aunque pase la muerte.
– Los jóvenes crecieron sin violencia, los mayores sí se fueron. A veces han vuelto unos, otros no, otros vendieron sus casas. Yo no vendí la casa porque me dio fue pesar de quedar en la calle.
Dionisia pregunta cuándo saldrán las imágenes en televisión. No es común ver una cámara con el logo de uno de los canales más importantes del país. Tampoco es común para ella salir luego de las ocho de la noche, porque hubo un tiempo en que no se podía, porque hubo un tiempo en que se recompensaba por hablar.
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Uno de los procesos de paz que tuvo el Gobierno de Colombia y las FARC fue en 1983, bajo la presidencia de Belisario Betancur. Ese año, cuando Gloria Triana grabó el documental en San Jacinto, solo las gaitas y los tambores acompañaban a la población. El conflicto armado llegó después, con las masacres perpetradas por paramilitares (1999 y 2001), las FARC (2001 y 2003) y grupos no identificados (2001), según datos del Centro de Memoria Histórica.
Las cámaras registraron la vida antes del dolor y luego volvieron a grabar otros tiempos de paz. Se perdieron una parte, el terror de la época en la que el miedo era el protagonista. Pero como la memoria no funciona como un editor de video, Dionisia no puede eliminar esas escenas, que vuelven a veces y se posan en sus ojos.
Milda Nereira Fernández no se sentó. Se hizo a un lado. Desde allí reconoció a los gaiteros del documental y a sus vecinos, los que nunca se fueron. Ella, artesana de toda la vida, sabe hacer mochilas, hamacas y bolsos. “Una cosa muy diferente aquel tiempo al de ahora”, dice, mientras se mira las uñas de las manos. “El que no le guste la gaita no es de aquí”, repite con firmeza ya con la mirada hacia el frente.
-Yo fui desplazada de la violencia porque me mataron al papá de mis hijos en el 95. Fue uno de los primeros que mataron. Me tuve que ir para donde una hermana, pero acá estaba mi mamá, mi papá, y por obligación uno tenía que estar yendo y viniendo.
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Las víctimas fueron vecinos, amigos, familia, las víctimas fueron ellos mismos, los que perdieron todo. El 2 de octubre de 2016, en el plebiscito en el que se le preguntó al país si se apoyaba el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, el 60,13% de San Jacinto votó por el “sí” y el 39,86% por el “no”. El resultado en todo el país le dio el triunfo al “no” con un 50,21%.
Francia Elena Lara no salía hace ocho años a la calle y esa noche le dijo a su marido que tenía un plan distinto al de ver al médico. Emocionada, vio a sus padres en el documental y no pudo contener las lágrimas. Eran lágrimas como de nostalgia, de algo que en portugués llaman ‘saudades’, pero que en español es difícil de definir.
Sus padres ya no están y de sus 11 hermanos, dos murieron. Sonrió y aplaudió como los otros cada vez que aparecía un conocido en pantalla o cada vez que se veía reflejada. Han pasado muchos años, pero el poder de la memoria no es solo para los recuerdos que quiere olvidar y perdonar.
-Yo era la que les ayudaba a amasar la cera para el carbón. Cuando oí la propaganda esta mañana, le dije al marido mío, tengo 8 años que no salgo a la calle a ver fiesta, solo por el médico, y vea lo que me he encontrado. Ahora que yo vaya a contarle eso a mis hijos. Esto es muy bueno.
Los aplausos durante toda la función evidenciaron que no era una película extranjera. Se señaló no al culpable, sino al que se identificaba en el documental, al que se quiso homenajear y ver cómo cambió. Luego vinieron los créditos, las palabras, los gaiteros, la alegría y el baile. La fiesta se armó con los que decidieron bailar y también con los que regresaron rápido a casa para contar la experiencia que vivieron.
La noche terminó y los visitantes de un día se fueron con sus cámaras, con sus micrófonos, y algunos hasta con su equipo político. Los que se quedaron tuvieron que esperar un tiempo para ver otras cámaras y otros micrófonos. Ellos grabaron por un tiempo la experiencia en sus mentes, antes que otra pantalla les recuerde quiénes son.
La cultura en el posconflicto
A Jorge Quiroz lo conocen como ‘Braco’ en San Jacinto. Su nombre de pila solo lo usan los periodistas y los curiosos que googlean por los Montes de María o mezclan las palabras clave para que el buscador les arroje las historias de líderes que confían en que la cultura es la verdadera herramienta para construir paz.
Braco es el alma de San Jacinto. Cuando habla, el pueblo escucha, porque él fue también víctima, se exilió un tiempo, pero nunca dejó de creer en el poder de la cultura para transformar vidas, para sanar recuerdos. Los sanjacinteros tienen esa alma de lucha y saben que el arte puede curar, ya sea con las gaitas, con los libros, con los museos o con el cine.
“En la época de la violencia, nosotros vencimos los fusiles con la gaita, porque en esos momentos nosotros teníamos un proyecto donde recorrimos cada uno de los municipios, y en muchos fuimos atacados por los alzados en armas. Pero cuando sonaban los tambores, los fusiles se callaban”, asegura.
A Braco no le tiembla la voz para hablar de la época de la violencia. Sus años de vida, casi 60, le han enseñado a nunca bajar la cara, ni la voz, cuando se trata de defender con cultura a su pueblo. “Nosotros tenemos la escuela de música de gaitas, aquí en el museo. No hemos nunca dejado de trabajar detrás de seguir cultivando nuestra cultura, nuestra música ancestral”, complementa.
Braco habló ante su pueblo para presentar el documental Gaitas y Tambores de San Jacinto. Fue el encargado de homenajear a los gaiteros, a los niños que mantienen la tradición y a todos aquellos que saben que el pueblo respira esos sonidos cada vez que caminan por su plaza y por sus calles.
Ese día, el día en que los sanjacinteros se vieron reflejados en una pantalla gigante, a través de un documental, recordaron sus tradiciones, que han quedado grabadas desde que las cámaras los visitan. Allí comprobaron que el séptimo arte no es ese arte lejano que aparece apenas en los múltiplex, con películas gringas de guerras lejanas. Ese día, los sanjacinteros entendieron que el Estado a veces construye paz cuando se acuerda de ellos.