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Pastillas de Copa

El campeón: más allá de algunas dudas por los laterales -es un lugar en donde la mayoría de selecciones tienen inconvenientes- lo de Argentina estuvo más que merecido. Lionel Messi, en una posición más paternalista en el campo fue maduro y terminó siendo soporte moral de sus compañeros. Pero esta selección de Scaloni fue más que Messi: De Paul tuvo un torneo extraordinario (el partidazo que jugó ante Brasil, vale la pena verlo dos veces), Di María consiguió acabar las sempiternas críticas alrededor de su rendimiento en selección, encontró de casualidad a un arquero que le brindó garantías siempre como Emiliano Martínez y Lionel Scaloni se soportó en el colectivo para sacar adelante una idea ganadora. Con este modelo acabó con 28 años de desilusiones.

El Brasil de Tite: a mí me recuerda mucho al de Sebastiao Lazaroni, porque es un equipo que trata de ser más sólido que vistoso, no chisporrotea genialidad en el campo a pesar de contar con futbolistas ungidos por el talento y trata de guardar formas tácticas para no sufrir. Lazaroni salió mal del scratch a pesar de ganar una Copa América (1989) porque en el Mundial de Italia perdió en octavos en un partido muy injusto frente a… Argentina. Pero antes de ese capítulo esa selección de Lazaroni ganó ante Suecia (2-1), Costa Rica (1-0) y Escocia (1-0) sin brillo, dejando poco a la vista pero con la seguridad de que al ponerse en ventaja era irremontable el marcador para su adversario porque además el rival no se animaba a encararlo. Salvo las dos primeras jornadas (3-0 a Venezuela y 4-0 a Perú) el resto fue exiguo (2-1 con angustias a Colombia, 1-1 frente a los voluntariosos ecuatorianos, 1-0 a los chilenos, mismo marcador contra los peruanos y la derrota en la final). Los números de Tite son extraordinarios: apenas cuatro derrotas y solo dos en partidos oficiales, con el lío de que uno de ellos fue contra Bélgica en el pasado mundial y el otro fue ante los argentinos en su país, jugando la final de la Copa América.

¿Y Colombia? Va encontrando poco a poco ciertos referentes (Barrios recuperó la titularidad perdida, Ospina sigue siendo líder) y Luis Díaz -que hizo más que Neymar, por ejemplo, en la Copa y no se lo reconoció la impresentable organización del certamen) pero que todavía no se solaza en la paz defensiva, un poco por el mal nivel de la dupla central (más allá de que Mina mejoró bastante con respecto a su nivel en eliminatorias) y otro tanto porque el DT no probó alternativas en ese puesto. El lateral izquierdo también deja serias incógnitas y la creación de juego asociado profuso parece una utopía. 

Las vergüenzas: Los arbitrajes estuvieron muy a tono con la improvisación: recordar el affaire Pitana en el encuentro Brasil-Colombia, igual que al mediocre venezolano Jesús Valenzuela y el chileno Tobar, acusado de insultar a los peruanos. Para completar, trajeron a pitar a la Conmebol árbitros españoles y ya sabemos lo que es el referato ibérico… Pero no solamente fue eso: canchas que eran una cochambre, un antro, altísimos contagios de Covid-19 en las delegaciones participantes y la matonería de la Conmebol que seguía defendiendo un torneo que no se debió hacer, sancionando a los que ponían su voz en alto en contra de lo que estaba ocurriendo, como le pasó a Marcelo Moreno Martins, como dicen que le pasó a Tite y como dicen que le ocurrió a varios miembros de la selección local. Y en medio de todo eso, el asqueante culto a la personalidad explotado por las cámaras de TV, mostrando cada vez que podían al Yo Supremo, Alejandro Domínguez.

@udsnoexisten

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