Columnas

Onán, el bárbaro

Permítanme compartirles un episodio de historia sagrada. Cuentan las escrituras que Onán, descendiente en vigesimotercera generación de Adán y Eva, se vio forzado a aparearse, tal como lo dictaminaban las leyes del judaísmo antiguo, con Tamar, viuda de su hermano Er, dado que éste había fallecido sin dejar prole. Ello para que el vástago resultante del ayuntamiento aquel se hiciera a los beneficios del primogénito, en perjuicio de las prebendas a las que el cuñado tendría que renunciar.

Onán… no sabemos si porque ello degradaría su patrimonio; porque su ‘parienta’ política —que a esas alturas de la evolución humana debía ser también su prima en tercer grado, de acuerdo con la incestuosa usanza de aquellos tiempos y la escasa populación mundial— era poco agraciada; o porque ser padre no lo complacía, decidió retirar su asta viril del cuerpo de Tamar al tiempo propicio y disparar sus efluvios vitales sobre la tierra.

Semejante acto de valentía y aguante lo convirtió, por tanto, en pionero de la planificación y en foco de la ira divina, puesto que el dios del Antiguo Testamento, que ordenaba “crecer y multiplicarnos” y era bastante enojadizo, decidió ajusticiarlo arrebatándole la vida. Onán se ganó así su lugar de inmortalidad en el diccionario gracias al vocablo ‘onanismo’, interpretado por algunos como la práctica de la autosatisfacción erótica y por otros como el primer registro documentado de anticoncepción consciente y de ‘porfuerismo’. Lo aquí reseñado, lejos de constituir una lección express de planificación en tiempos primitivos, involucra un llamado urgente a invocar el nombre de este mártir, capaz de sacrificar su alma para así transformarse en precursor de la responsabilidad demográfica, de la profilaxis sexual y de la monogamia (o mejor, de la ‘manogamia’) llevada a la más altruista de sus expresiones.

Todo esto para convocarlos a sumarse a las filas de los Testigos de Onán, secta inspirada en el legado de este superhombre, cuya contribución aún no ha sido dimensionada de la manera debida. Entre los pilares doctrinarios de nuestra naciente logia se encuentran: 1. La reivindicación de Onán como salvador de la humanidad y la divulgación de su evangelio a escala universal; 2. La abstención voluntaria y rigurosa de toda dinámica copulatoria que involucre riesgos reproductivos o de carácter venéreo por interacción directa entre individuos del mismo o de distintos sexos; 3. El freno definitivo a la explosión demográfica mediante la autosatisfacción; 4. La supresión de cualquier conflicto subyacente a la cópula y del asco post-coital, gracias a la implementación del onanismo regular como sustituto natural de la infidelidad, la promiscuidad, la poligamia, los desenfrenos o las perversiones o actos delictivos derivados de unas pulsiones eróticas mal encaminadas; 5. El fomento de la autosuficiencia y la autoestima en virtud del sendero del sabio Onán.

Imagino a quienes hayan tenido la desfachatez de avanzar hasta la presente línea indignados, extrañados o prestos a masacrarme, tal como el Altísimo lo hiciera con el bueno de Onán. Los invito, aun así, a reflexionar: sólo el onanismo está en capacidad de suplir toda cachondez. Dedicarse a su praxis con disciplina y devoción quizá constituya la única salida posible a este mundo, plagado de hacinamientos, de gases tóxicos, de gente, de Bolsonaros, de Peñalosas, de Trumps y de ríos rebosantes de apestosos pañales y de mercurio por cuenta de nuestra especie. Hasta el otro martes.

Síguenos en Google News:Google News

Contenido Patrocinado

Lo Último