“La suerte de la fea la bonita la desea”, “la suerte de la fea a la bonita le importa un carajo”, “no hay mujer fea sino pobre”… Frasecitas estúpidas con las que crecimos.
Me partí la cabeza, por días, tratando de darle forma a esta columna debido a que odio el victimismo y la revictimización social y sé que estoy en un país donde la mayoría de personas buscan siempre una excusa para no ir al fondo de los temas y caricaturizar las historias y por ende revictimizar.
Durante años y desde siempre el cuerpo de la mujer es musa, pero no ha sido respetado como revolución dentro de la revolución. Recuerdo que me sentía sola con las humillaciones eróticas, que son maltrato y son violencia, y no lo sabemos. Porque nosotras hasta hace muy poco tiempo tenemos consciencia de lo que es una violencia simbólica y psicológica, y hasta hace muy poco se habla de esto abiertamente.
Les cuento que inicié la revolución del cuerpo desde Feminismo Artesanal para defender el cuerpo como territorio político, y definitivamente el cuerpo territorio político sin la doble moral que le ata al sistema no es imposible.
Mis principios referentes a este tema fueron complementados y nutridos con el concepto de revolución erótica de la psicóloga colombiana, Alejandra Quintero. Ya les he contado que mi formación ha sido autodidacta; leer a Andreu Lou Salome, a Simone de Beauvoir, algo de Nicolas Chamfrot y algo de Michel Foucault, mientras leía a Coral Herrera, la escritora y comunicadora feminista española, conocida por su crítica al mito del amor romántico, me ha fortalecido en esta construcción.
Hablar de sí misma siempre es muy dificultoso, no obstante hablar desde las entrañas del alma y con la realidad en la piel también es un acto político porque dice “esto es real, sé de qué te hablo”, al mismo tiempo que permite que otras como tú en situaciones similares sientan que no están solas. Y de eso se trata el feminismo.
Yo asumí que el feminismo es “mi propia vida como acto político”. No me alcanza una columna para contarles mi experiencia personal a profundidad, pero les contaré lo más relevante de esa experiencia. Mi decisión de defender el derecho a ser fea llegó a mi consciencia después de una relación sexoafectiva tóxica. «Derecho a ser fea», lo que quiera que signifique eso (por no cumplir con los estándares de belleza establecidos)… yo no solo nací fea sino pobre y las personas que me rodeaban nunca dudaron en hacerme saber eso desde que tuve uso de razón. Cuando tuve edad para la sexoafectividad, mi amor propio era nulo. Yo era nadie, no valía nada ¿por qué? Porque si eres fea y encima pobre e ignorante no eres nadie. Cambiar ese chip requiere de herramientas de poder que solo logras obtener con fuerza de voluntad y disciplina. Justo por no tener herramientas caí en la trampa de creer que cualquier tipo que quisiera estar conmigo me hacía un favor.
Estando sola, sin punto de apoyo ni familiar ni social, desde los 13 años inicie un vínculo con “el niño más lindo”. Todas las niñas querían con él. El niño más lindo era un patán con todas menos conmigo, y ahí inició mi infierno de más de 10 años de una relación intermitente que me costaba entender que era solo para follar, aunque yo sintiera que había algo más.
Pertenece a la clase media estándar de este país y era un abusivo. Yo no quería estar sola y le permití todo tipo de abusos. Recuerdo que lo que más me decía era que yo sabía que no era una mujer bonita, no tenía nada que ofrecerle a un hombre más que buen sexo y que tenía que conformarme con eso porque nadie me iba a querer para más. Lo que hoy denominan “ gas de luz”, la violencia psicológica en su máxima expresión, la viví con él durante años. No fue sino hasta los 24 años que logré soltar esa relación. Era una mujer talla grande, piel pálida y maltratada por el sol, con dentadura pésima y poco dinero para vestir medianamente bien o comprar maquillaje y esas cosas que disimulan el hecho de que no eres guapa.
Siempre me preguntan si he sido abusada sexualmente alguna vez. Siempre digo que no, porque en realidad a mí me gusta el sexo muchísimo. Hace poco tuve la oportunidad de repensar mi situación y me cuesta decirlo, pero sí he sido abusada sexualmente muchas veces en mi vida. Porque la manipulación sexual también es abuso sexual y deja secuelas irreparables. Me gustaba sostener relaciones sexuales con un hombre que me humillaba, maltrataba y al mismo tiempo que me daba orgasmos múltiples y no era amor lo que yo tenía por esa persona, era resignación.
«¿Quién más me iba acoger como él lo hacía siendo yo tan fea?», y otras preguntas de ese calibre me hacía. Nunca me cuestioné, ¿por qué si le parecía yo tan horrible quería tirar conmigo todos los días? Y no lo hice porque las mujeres cuando tenemos la estima vuelta mierda no somos muy inteligentes a la hora de razonar situaciones y gestionar emociones. No siempre fui una mujer putamente libre, no siempre tuve el talante de ser la heroína de mi propia vida. Siempre que miro atrás a la mujer que fui la abrazo sin preguntarle nada, porque en ese tiempo esa mujer no había tenido la oportunidad de quererse, de entenderse y de educarse. En ese tiempo me odiaba tanto y odiaba toda mi vida, que no podía ni siquiera imaginar las tantas cosas que yo sería capaz de hacer no solo por mi si no por otras.
Inicié mi proceso como ideóloga de este Feminismo Artesanal hace casi una década y escuchar a las otras me llevó a entender mi infierno. Y empezamos las conversaciones diversas sobre este tema y supe que no era la única; decenas de mujeres, por no decir cientos, me hicieron ver que los machos desde siempre hacen sentir a las mujeres “no bellas” que les hacen un favor al amarlas y las manipulan sexual y afectivamente. Hubiera deseado que alguna fea empoderada contara su historia públicamente, pero es tal el miedo al escarnio público que ninguna quiso, y nuevamente yo asumí el reto por las que aún no han salido de ese abismo de soportarlo todo por tener algún tipo de relación ya que por feas no merecen más. Muchísimas lo vivimos y no lo contábamos por vergüenza o no querer ser tratadas con condescendencia. Feas o guapas, el tema de la belleza nos importa por igual en el sentido que no ser los suficientes guapas nos pasará factura social como ser demasiado guapas, porque esa es la realidad: nos joden por igual, por el simple hecho de ser mujeres.
Y aquello de que “no hay mujer fea sino pobre” es una frase mercantil para imponernos la necesidad de gastar el dinero que no tenemos para alcanzar el ideal de belleza. Lo cierto es que a la guapa la acosan y abusan por guapa, y a la fea le hacen lo mismo justamente por lo mismo. He escuchado a víctimas de violación que cuando narran su historia dicen cosas como «mi agresor me dijo que me hacía un favor porque a una gorda como yo nadie le desearía»; sé de mujeres que soportaron todo tipo de cosas de sus maridos porque tenían terror de separarse, que narran “yo tan fea no iba a volver a tener un hogar”.
Yo hoy les digo desde mi propia experiencia y recorrido a todas las mujeres que se consideran feas por las razones que sea: el erotismo, la sexualidad y el amor no nos son negados por feas si no por no tener el carácter de entender que la belleza es un tema jodido y relativo, y que si un tipo que folla contigo te dice que no eres guapa para atacar tu estima, lo único que merece es que lo mandes a la mierda. Es hora de que aceptemos nuestros cuerpos como territorio político y nuestro goce sexual consciente, y entendamos que si un hombre nos maltrata por no ser guapas ese hombre es basura. Y no importa cuántos orgasmos te produzca, tu puedes sacarte orgasmos sola sin pasar por humillaciones. El derecho a ser fea es parte de la revolución erótica.
La revolución erótica es política. Desde que empecé a desnudar todas mis miserias sin miedo he obtenido poder sobre mi misma y esa es la invitación, a que decidamos vivir sin pajazos mentales sobre nuestra realidad; es la única manera de poder autocuidarnos.
Mar Candela / ideóloga Feminismo Artesanal
@femi_artesanal