Una reflexión filosófica profunda, amplia, que no da cabida a diálogos pandos, es el tema de la defensa de la prostitución como forma legítima de ganarse la vida en medio de la existencia de un feminismo abolicionista que desconoce la prostitución como trabajo y que condena a las prostitutas por decisión.
Hace bastante tiempo no traía este tema a la opinión pública, en parte porque me he sentido desgastada intelectualmente dando los alegatos. Ya llevo más de una década dándolos y al parecer la moralina le gana el pulso a la verdad en este tema, aún en este siglo. No obstante, yo tengo un compromiso ético con las mujeres a las que la sociedad insiste en quitarles agencia y agenda en su propia vida, y una de esas mujeres es la mujer prostituta por decisión personal.
Una de las discusiones que ponen sobre la mesa tanto feministas abolicionistas como ciudadanía conservadora es el hecho de que a su juicio sucede que las putas no aman o que a las putas se les tiene prohibido amar por ser putas. Lo exponen de esta manera: “en el patriarcado «unas somos putas y otras santas», a unas les es permitido vivir libremente su sexualidad y a otras no. Unas merecedoras de ser amadas y otras no”.
La discusión de si las mujeres pueden amar y ser amadas siendo prostitutas es crucial en el sentido de que nos permite profundizar en la dignidad humana de la afectividad de una trabajadora sexual, y acabar con imaginarios que pretenden castrar su valor humano a razón de su trabajo. Definitivamente encuentro hipócrita aquello de «pobrecita»: «pobrecita mujer tiene sexo sin amor, no tiene derecho a amar y ser amada, tiene sexo por plata, pobrecita», y paralelo a esto cientos de mujeres tirando por deporte, por acto lúdico y otras por cosas sin ánimo de lucro y nadie las persigue moralmente ni cuestiona tanto como lo hacen con las prostitutas.
Tenemos que entender que el concepto del amor no solo es personal e íntimo, sino que también es político, no es una generalidad. De ninguna manera existe un solo modelo amatorio válido y no todas las mujeres amamos igual ni entendemos el amor del mismo modo.
Aquello de “unas son amadas y pueden amar y otras están condenadas a no ser amadas” son solo juicios de valor y prejuicios sociales, además de una mirada muy superficial sobre los rótulos «santas y putas». ¿Han oído hablar de eso de amar la vida, de ponerle amor a todo lo que hagamos en nuestra vida sin importar cual jodido sea? ¡Bueno! Muchísimas mujeres aman ser putas, aman a sus clientes y reciben amor de sus clientes y no lo dicen abiertamente para que nadie las joda. Conozco a varias putas que han amado y han sido amadas muchísimo más que decenas de mujeres «divinamente» en diferentes roles sociales.
Considerar que las denominadas «santas» tienen el privilegio del amor que las denominadas » putas» pierden por su estilo de vida es tener una vista de túnel sobre el amor. Tengo muchísimo qué decir sobre la prostitución, sobre las putas y las santas, sobre la doble moral del feminismo abolicionista y sobre la inquisición sexual feminista y la imposición de un solo modelo amatorio, pero por ahora voy a cerrar con esto: el amor no es privilegio de nadie, y el amor de las putas no debería ser cuestionado desde la moralina.
El segundo gran argumento de quienes desprecian a las putas decididas es que ellas nunca decidieron su trabajo si no que la pobreza decidió por ellas. La próxima semana hablaré de este punto. A ver si de una buena vez dejamos de suponer que todas las putas son pobrecitas sin dignidad y sin poder ni agencia en su vida.
Por: Mar Candela / Ideóloga Feminismo Artesanal