Hay hombres que nacen para aguantar chubascos. Los dos juegan en Independiente Santa Fe, uno es el portero Álvaro Solís y el otro es el zaguero centro Héctor Urrego. Uno, con apellido de virrey, el otro homónimo de comentarista ciclístico, ayer tuvieron lo que parecía ser su redención.
Solís, porque era cuestionadísimo por su falta de ritmo, por los antecedentes que lo condenaban un poco a esa lluvia de inseguridades, como aquella actuación suya bajo los tres palos ante Deportivo Cali y porque es muy difícil ponerse el buzo de hombres consagrados como los de Róbinson Zapata y Leandro Castellanos, víctimas de lesiones y que estaban desde sus casas observando que Santa Fe tendría que ganar en Ibagué ante Deportes Tolima. Urrego, a pesar de contar con muchas más horas de vuelo que Solís y aunque hizo un gol para un título local, tampoco resultaba ser el tipo con perfil de superhéroe. Todo lo contrario: un error ante un balón cruzado frente al Tolima que propició el gol de Cataño en El Campín, el choque involuntario con el arquero Zapata que generó la lesión que dejó al guardameta por fuera del ring y algunos pecados cometidos en fechas anteriores lo pusieron muy en el foco de la crítica.
Con ambos en el campo, Santa Fe tendría que conseguir la clasificación ante el Tolima, teniendo en cuenta las grandes virtudes que ha exhibido el equipo de Alberto Gamero a lo largo del año –no hay que olvidar que es el campeón reinante del fútbol colombiano–. Solís y Urrego tenían listo el cuero para los improperios antes de jugarse este partido clave. En la semana, en las redes sociales sus nombres eran sinónimo de desesperanza y de derrota. Cantaron el himno nacional en la gramilla del Manuel Murillo Toro y se olvidaron de esas cuestiones previas, concentrados en darle la vuelta a un asunto que parecía sentenciado.
Urrego siempre estuvo atento a los balones aéreos, marcó bien a los atacantes que estaban en su sector, fue tiempista y ayudó a la salida de su equipo con precisión, aprovechando la buena presión roja que maniató al local y hasta se dio el lujo de avivarse, quebrar la línea del offside y meter con su cabeza un pase perfecto para Arboleda, autor del 1-0 a favor de los de Bogotá.
Solís se vio favorecido por el buen trabajo colectivo de sus compañeros, pero cuando el Tolima arreciaba, apareció para desviar un balón de gol de Orozco y un cabezazo que se colaba sí o sí. Apareció cuando tenía que aparecer.
Llegaron los penales –no pudo detener ninguno Solís– y Urrego no pateó, pero ambos –acompañados del magnífico trabajo de Gordillo– fueron los que ayudaron a que la esperanza de Santa Fe en la clasificación estuviera viva hasta el último instante. Su tarea estuvo llena de méritos, así su equipo terminara eliminado.