Columnas

El sexo de las marionetas

Curioso el entramado de polémicas desatadas por la presunta relación homosexual entre Beto y Enrique, emblemas de ese maravilloso remanso de imaginación que fue y sigue siendo Plaza Sésamo.

Para los ‘aún desinformados’, algo de contexto: días atrás, Mark Saltzman, guionista de algunos episodios protagonizados por la dupla, declaró a Queerty.com haberse inspirado en su unión con Arnold Glassman al retratarlos. La Sesame Workshop (SW), casa productora del espacio televisivo en cuestión, reaccionó: “Unas marionetas no tienen orientación sexual (…) Hay mucho más en un humano que homosexualidad o heterosexualidad”.

Los titulares escandalosos estallaron. ‘¡Comprobado!: ¡Beto y Enrique son pareja!’. ‘Epi y Blas (como sacrílegamente los llaman en España) salen del clóset’. También diversas posturas alrededor de la supuesta revelación. Unas reivindicatorias. Otras, fastidiadas. Otras más, descorazonadas. Me refiero por estas últimas a las de aquellos desalmados, incapaces de comprender los pactos que la ficción implica, obstinados en atacar a los involucrados en las discusiones vía redes sociales mediante reproches tipo: ‘¡maduren, hola! ¡Son muñecos!’.

Hubo, también, los que se mostraron indignados con la aclaración de SW, por haber “regresado a Beto y Enrique al clóset”. Arguyeron que, si bien se supone que las marionetas son asexuales, no es ese el caso de sus compañeras de set Peggy y René, una rana macho y una cerdita hembra, quienes manifiestan sus ímpetus románticos sin que medien reconvenciones de índole alguna.

Pese a ser fanático del dueto Beto-Enrique y a dormir con ellos desde el kínder, las escogencias de género de ambos fue algo de lo que viví felizmente despreocupado hasta mis 25. Mi desentendimiento finalizó cuando di con el trabajo de William Cruz, artista y autor de Bert topping to Ernie, una serie gráfica no aconsejable para quienes preferimos conservar la imagen de castidad de los mentados peluches.

Cabría entrar en precisiones históricas: por un lado (según entiendo) Beto y Enrique no son, ni de lejos, creaciones de Saltzman, dado que este se vinculó al proyecto ya en los ochenta. Así pues, no es él el llamado a tomar la vocería sexual de los personajes, aunque, también lo dijo CTW, bien puede míster Mark inspirarse en cuanto le apetezca. Pero eso es lo menos importante.

Y que me perdone Herr Freud si vulnero su derecho a obsesionarse con cuanto se le antoje, pero… ¿no estaremos incurriendo en la innecesaria profanación de convertir a dos seres de fantasía en un par de víctimas más de esa tendencia tan humana a sobresexualizar todo cuanto nos rodea? ¿O habrá llegado, más bien, el momento de hacer explícitas las pulsiones eróticas de Banner y Flappy, de Pinky y Cerebro y del tigre de Suramericana? ¿No son las predilecciones sexuales, con mayor razón en el caso de títeres, materia propia de fueros íntimos? O… todavía peor… En esa misma línea de pensamiento… ¿constituirá la unión René-Peggy un caso particular de mezcla interespecies, con componente adicional de incesto, dado que el verdadero padre de ambos es Jim Henson y no el señor Saltzman?

Dejo mi conclusión, personal y rebatible, claro: prefiero que Beto y Enrique sigan siendo solo amigos. Y no porque abomine la homosexualidad, sino porque me fastidia esa inclinación antropocentrista a no concebir como posible un vínculo de convivencia estrecha entre dos seres –de distinto o del mismo género– sin que medie la cópula. Hasta el otro martes.

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