Columnas

Sobre el VAR

Sistema de videoarbitraje VAR (video assistant referee, árbitro asistente de video), ese es el nombre oficial de este personaje que polariza el mundo del fútbol y que se ha convertido en muchas ocasiones en algo más importante que la pelota y que los futbolistas. El VAR se utilizará en el Mundial de Rusia 2018 y el fútbol jamás volverá a ser el mismo.

El VAR es un ser de mil cabezas compuesto de cámaras que transmiten su señal a un búnker ubicado en algún lugar del estadio, en donde un grupo de “jueces”, sentados en cómodas poltronas frentes a varias pantallas, deciden sobre situaciones de juego que se le hayan pasado o le generen duda a los dos ojos del árbitro central, los cuatro ojos de los jueces de línea, el par de ojos del cuarto árbitro y los otros ojos, dado el caso, de los jueces que se ubican al lado de los arcos.

Cabe aclarar, no sobra, que el árbitro es el que tiene la decisión final y el VAR solo se aplica en cuatro ámbitos del juego:

– Goles: avalar o dar marcha atrás cualquier acción que haya podido influir en un gol.
– Penaltis: si hubo o no.
– Tarjetas rojas: sancionar al que se las quiso dar de vivo y agredió a otro bajo el manto del engaño y/o el ocultamiento.
– Confusión de identidad de jugadores: saber quién o quiénes cometieron una falta y no amonestar o echar al que no fue.

En sí, el objetivo del VAR es apoyar a los árbitros para minimizar el error, limpiar las ‘injusticias’ y hacer que todo sea más diáfano. La verdad, vuelvo a leer lo que acabé de escribir y todo es tan bello, tan perfecto y tan de cuento de hadas que por poco le pido al VAR que ayude con los grandes problemas de la humanidad.

Luego reacciono y pues no, me aburre el VAR. Creo con firmeza que es el “empezose del acabose” del fútbol. El VAR busca minimizar el error y se maneja con error. Odio ver un fútbol automatizado, me preocupa la robotización de algo tan humano y que siempre seduce dentro del marco de su fragilidad como lo es el debate por una jugada. El fútbol nace en los potreros, se curte en las calles, en las diferentes canchas de los barrios en donde el alegato ante la duda por las circunstancias de juego son la savia del juego mismo, de la diversión misma.

Y no promuevo una apología a la trampa, al todo vale o al caos descontrolado de este deporte. No, para ello hay un reglamento, para ello ya existe no una terna sino un sexteto de tipos que ven y deciden dentro del marco del rol de árbitros y jueces. Es que es sesgar una magia que cuesta describir con adjetivos y que por siempre ha forjado el fútbol dentro de una rebeldía ante lo perfecto.

Me aburren las interrupciones dentro del marco del juego que se dan por el VAR. Castra el grito, pone durante minutos en suspenso todo, aplaza alegrías y sufrimientos, le quita espontaneidad a lo que surge de lo que hizo un tipo con un balón. Soy romántico, lo sé. Todo tiempo pasado fue mejor, dicen; los cambios son buenos, dicen, pero no, no me cuadra este rollo del VAR que le quita esa mística del error.

Y es simple: lo que es claro es que no han podido aprender a usarlo bien. Son más los peros que los pros, cada vez que tocan el timbre del VAR queda el sinsabor de que no estuvo bien la cosa.

Yo lo aplicaría solo para determinar si el balón traspasó la raya de gol o no. Así de simple.

Mejor propongo un VAR de 160.000 cámaras en las oficinas de la FIFA, la Federación Colombiana de Fútbol y la Dimayor para velar por la honestidad en los contratos, luchar contra la corrupción y evitar que nos cobren 30.000 pesos mensuales por ver fútbol “premium”, que en Colombia no lo es.

Por Andrés ‘Pote’ Ríos / @poterios

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