Vivimos tan obsesionados por tener el control de las cosas, de las circunstancias y de nuestros sentimientos –tal vez por miedo al cambio o a salir lastimados–, que terminamos por limitar lo que somos y lo que podemos ser, lo que podemos lograr obtener y, mucho más importante aún, lo que podemos llegar a sentir. Pero sobre todo, limitarnos a disfrutar de la vida misma.
La ventaja es que siempre tenemos más para dar y que esos limites solo existen en nuestra mente; lo malo es precisamente que habitan en nuestra mente y pueden jugarnos malas pasadas, llevarnos a tomar decisiones contrarias a nuestras emociones o, peor aún, evitar que tomemos decisiones.
Pero siempre tenemos más para dar, para descubrir, compartir y disfrutar. Y muchas veces la mejor manera de lograrlo es aventurándonos a sentir y disfrutar de aquello que tenemos para dar. En mi caso, gracias a Coco, un pequeño perrito que fue rescatado por el Instituto de Protección y Bienestar Animal (Idpyba) de la Alcaldía Mayor de Bogotá, y que ahora hace parte de mi vida, he entendido que siempre tenemos más para dar.
Hace muchos años había decidido no tener la compañía de un perro tras la muerte de uno que fue amigo y compañero del alma, sin embargo, por aquellas cosas de la vida que se disfrazan de casualidad pero que claramente guardan un sentido y una razón de ser, Coco llegó con la excusa de buscar un hogar, pero realmente es más lo que él me da a mí que yo a él.
Más allá de la compañía que representa o el cariño que puede dar un animal adoptado, su inmensa y sincera gratitud, su paciencia ante cada circunstancia y su resiliencia, la manera de valorar cada pequeño detalle con gran emoción lo convierte en mucho más que un compañero, en un gran maestro de vida.
Ante lo cual, lo mínimo que podemos hacer es cuestionarnos sobre lo que estamos dando de nosotros ante cada circunstancia de la vida: ¿es todo lo que podemos dar?… Es una idea bastante absurda querer recibir si no estamos dispuestos a dar. Y estoy seguro de que en la medida en que podamos aprender de lo que vivimos, podremos afrontar la vida con menos amargura y dolor, y sí con más gratitud por lo vivido y emoción por lo que vendrá.
Todos, sin excepción, tenemos más para dar, y entre más damos, mejor nos sentimos, no pensando en lo que podemos recibir, sino simplemente disfrutando la alegría de compartir. Cuando empezamos a vivir la vida de esa manera, nos sentimos más tranquilos, más auténticos y definitivamente mucho más agradecidos; empezamos a poder vivir en el ahora, sin la tristeza del pasado ni la ansiedad del futuro, solo un día a la vez, una vida a la vez.
Por mi parte, seguiré descubriendo y aprendiendo sobre eso que pueda dar y que Coco parece estar feliz de enseñar mientras me mira a los ojos o cuando salimos a pasear. ¿Qué crees tú?, ¿en tu vida diaria tienes más para dar?