A veces nos dejamos invadir por el pesimismo. Ya sea por la dura situación económica, por la avalancha de noticias negativas, por el exceso de impuestos, por los problemas con el amor o los entornos, a veces es más lo malo que agobia y no lo bueno que contagia. Don Chucho es un oasis. Un hombre con el que hablar devuelve la esperanza. Una persona que refleja el espíritu luchador de esos antioqueños que dominaron montañas a lomo de mula, que nunca cesaron y no cesan en el camino del salir adelante. Un hombre bueno que sustenta su razón de ser en ver bien a su familia. Don Chucho es esa Colombia con la que vamos a superar lo difícil y a gozar de los buenos logros.
Don Chucho tiene una tienda, y creo que no hay nada mejor para ser dueño de una tienda que llamarse don Chucho: eso es un deber clásico dentro de ese mundo. Su negocio se ha asentado en el corazón de Santa Gema, en Medellín. Es de esos lugares que cuentan con clientes fijos que van a saciar ya los años de jubilación a punta de licor o simplemente se sientan a ver cómo pasa el día al son de una buena conversación. Es una tienda clásica con una especie de terraza en la que están las sillas y las mesas, atendidas por un joven de nombre Diego, mano derecha de don Chucho.
Entablar una conversación con don Chucho es una lección de vida. No sé a ciencia cierta qué edad tiene, pero ronda los 70 años. Nació en Santa Ana, una vereda ubicada en medio de las montañas del municipio de Granada, en Antioquia. Como esas familias paisas de hace unas décadas, el número de hermanos de Chucho superó la docena. Varios han muerto, otros no alcanzaron a respirar y se fueron en medio de un parto; y otros, como él, luchan por la vida con ahínco y templanza.
Desde los ocho años don Chucho empezó a trabajar en el campo. No era fácil. Vivían en una finca que quedaba a ocho horas de camino de la cabecera municipal de Granada. El pueblo fue blanco de la violencia guerrillera, no había opción de enfermarse y si eso pasaba improvisaban una camilla y a lomo de mula había que buscar el centro de salud más cercano. La comida nunca faltó, eso es lo bueno del campo, y el plato de fríjoles siempre estuvo en la mesa de los Alzate, apellido de don Chucho.
Mientras hablo con él, con cierto disimulo grabo nuestra conversación. Don Chucho recuerda la felicidad que daba caminar por esos campos, subir y bajar esas montañas y vivir la férrea pero provechosa disciplina que existía en el hogar.
Todo eso forjó a este hombre que ha tenido muchos negocios. Que se ha quebrado y al que también le ha ido bien. Es el juego de la vida: caer, levantarse, ser honrado, tener valores y amar a la familia. Y eso veo en don Chucho. Tiene tres hijos trabajadores que lo dan todo por el núcleo familiar. Gente buena que tiene este país. Gente que muchas veces no valoramos y de la que debemos agradecer poder conocerla y conversar con ella. Toda mi admiración para don Chucho. Sin duda, él demuestra que en Colombia los buenos somos más.