A las 6:36 de la mañana del 31 de agosto de 1917, hubo un fuerte terremoto que causó pánico y destrucción en Bogotá.
Los cerca de 100 mil habitantes con los que contaba Bogotá en esa época se vieron sorprendidos por la gran intensidad del movimiento. La mayoría de las personas se lanzaron a las calles en medio de oraciones a San Emigdio, patrón de los terremotos, para que cesara el movimiento.
Más de 300 edificaciones entre iglesias, edificios públicos y viviendas resultaron averiadas y 40 más quedaron destruidas, principalmente en los barrios Las Cruces, San Bernardo, Santa Inés, Liévano (actual Parque Tercer Milenio) y Chapinero, convirtiéndose así en el sismo que más ha afectado la capital.
La Catedral primada, Monserrate, la iglesia de San Francisco, la de Santa Bárbara, La Concepción, Las Nieves, La Candelaria y la de Lourdes en Chapinero, fueron algunas de las iglesias más averiadas, ya que colapsaron sus torres o parte de las fachadas. La Ermita de Guadalupe que estaba hecha de adobe colapsó totalmente.
El Capitolio, el Palacio de Nariño, los hospitales San Juan de Dios y la Misericordia, así como las estaciones de tren del sur de la ciudad, fueron otras de las construcciones en las que se presentaron daños, especialmente agrietamiento de muros y caída de techos. Varias quintas de Chapinero, construidas a mediados del siglo XIX quedaron casi destruidas.
El cambio
En 1917 Bogotá tenía un área aproximada de 24 kilómetros cuadrados donde habitaban 100 mil 000 personas, cifras poco representativas si se tiene en cuenta que 100 años después la ciudad sobrepasa los 500 kilómetros cuadrados y alberga cerca de 8 millones de habitantes.
Según el Servicio Geológico Colombiano, este crecimiento ha sido en su mayoría no planificado, se han empleado técnicas y materiales de construcción poco adecuados y existen numerosas edificaciones elaboradas antes de la expedición de normas y decretos que regulan la construcción sismorresistente, lo cual hace a la ciudad bastante vulnerable ante un evento sísmico de características similares al de 1917.
Por esta razón la ciudad y los ciudadanos debemos estar preparados, reduciendo la vulnerabilidad física mediante el reforzamiento o mejoramiento de las construcciones existentes y cumpliendo a cabalidad las normas de construcción sismorresientente.