En el barrio Villa Luz no hay parques, ni colegios ni hospitales. Tampoco hay pavimento en las calles que evite que los carros dejen una nube de polvo al pasar. Fue el primer barrio de la comuna 21, es estrato 1 y, según el Dane, allí viven unas 2400 personas entre las que hay cerca de 900 niños que tienen menos de 15 años.
A su alrededor quedan barrios como Potrero Grande y Pízamos 1, y colinda con el corregimiento de Navarro que hace parte de la zona rural de Cali. Es tan lejos que no tiene cableado para Internet, entonces los vecinos resuelven la necesidad con una conexión improvisada que no les permite el mismo acceso del que goza casi todo el resto de la ciudad.
En ese cúmulo de carencias, sin embargo, hay una luz que permanece encendida y que alumbra sobre todo en las noches, cuando más de 30 niños se reúnen a hacer actividades que de otro modo se quedarían guardadas en un cuarto oscuro.
Es la Biblioteca Pública Municipal Villa Luz. Su única bibliotecaria, Carolina Torres, lleva dos meses con un programa de ‘horario extendido’ que hace brillar otros destellos. De martes a viernes, de 6:30 p.m. a 8:30 p.m., los pequeños asistentes pueden tomar clases de salsa y artes plásticas. Los sábados aprenden danzas folclóricas e inglés.
“La Secretaría de Cultura nos trajo monitores culturales. De día casi no vienen niños a la biblioteca, pero el programa de las noches ha tenido muy buena acogida porque antes yo tenía que salir a buscar a los chicos, ahora ellos llegan solitos a preguntar qué clase hay”, cuenta Carolina.
Suena paradójico, pero los usuarios más frecuentes de la Biblioteca Villa Luz no son los habitantes del barrio sino vecinos de asentamientos irregulares como Villa Mercado y Palmitas. En su mayoría, estas familias han llegado desplazadas de la costa Pacífica o del Cauca y han armado allí sus viviendas, unas de madera y otras de ladrillo.
Quizá por la precaria economía o por no haber tenido oportunidades de educación es que varios padres de familia aún no logran ver la importancia de la biblioteca: “Me tocó ir puerta a puerta con líderes del barrio ofreciendo los servicios de la biblioteca porque nadie le ponía cuidado a los avisos que pegábamos afuera”, dice Carolina.
El año pasado, cuando como por obra y gracia de una luz divina la biblioteca tuvo Internet por un mes, algunos jóvenes llegaban a consultar tareas. Hoy tienen que buscar ayuda en los libros, aunque esperan tener conectividad pronto con un dinero que aprobó el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones.
“Tenemos muchos libros y pocas estanterías para ubicarlos. Por ahora están en el espacio en el que será la sala de Internet. Allí vamos a acomodar 12 computadores”, explica Carolina, quien se está educando como pedagoga infantil.
Además de libros y computadores empacados, en la Biblioteca Villa Luz hay juegos de mesa, una sala infantil y otra de consulta general, y un televisor barrigón al que aún no le llegan las últimas tecnologías y tiene que servirse de un DVD para reproducir películas.
No obstante, la luz que quiere encender Carolina va más allá de pantallas planas o módems de Internet: “Mi sueño es empoderar a la comunidad para que reconozca y use la biblioteca como un espacio de formación”, puntualiza la bibliotecaria.
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