Bogotá

Un día en el caño de la sexta con treinta

Andrés sabe que su mamá vive en Suba, que no la está pasando bien porque no tiene trabajo y por ahora está en la casa de una amiga. Habla con cierto pesar cuando se refiere a ella porque, tal vez, es consciente de su situación.

Escuchar tan solo cinco minutos a este joven de 23 años es tiempo suficiente para darse cuenta de dos cosas: la sociedad lo olvidó, como a cientos de ellos, y el vicio lo domina. Suena cruel, pero mientras hablaba se le notaba su desesperación por irse a ‘meter’.

Andrés, habitante de calle, empezó a consumir marihuana a los 11 años y a los 13 alguien lo invitó a probar algo más “fuerte”. “Meto de todo, menos heroína. Eso si no”, comenta mientras nos cuenta cómo llegó a la calle y cómo ha sido su experiencia en los centros de ayuda del distrito.

“Yo no me voy a esos centros de rehabilitación, porque sabe qué, si uno no tiene voluntad de dejar de meter, eso no sirve para nada”, aclara. Su rostro no parece el de un hombre de 23 años: está quemado por el sol y su boca maltratada es el testigo fiel de la vida que lleva.

En una mano tiene las cicatrices   que la calle le ha dejado, dice que solo roba por necesidad y que nunca ‘tira’ a matar a una persona. “Si no se dejan robar yo no daño a nadie, ¿si me entiende?. Yo prefiero salir a la calle como hoy a pedir monedas, así sepa que me demoro tres horas recogiendo 2000 pesos”.

Andrés es uno de los tantos habitantes de calle que salieron del Bronx el pasado mayo. Él no estaba el día del operativo, pero sí se iba a “farrear” hasta cuatro o cinco días seguidos, “eso allá a nadie le daban nada, uno iba y farreaba con una niña linda, metía de todo y si se quedaba ahí botado perdía. Un día me levanté y me habían quitado hasta los zapatos y yo ‘Uy, qué pasó’, pero así era allá”, comentó.

Es propio del ser humano sentir miedo cuando está vulnerable. Puede ser eso lo que sienten los habitantes de la localidad de Puente Aranda al ver a Andrés o a otro habitante de calle que pasa con un cuchillo amenazante para que no se le acerquen.

Ellos también tienen su instinto de supervivencia, pues mientras los funcionarios de Agua de Bogotá limpian una parte del caño,   se esconden debajo del puente de la carrera 30 con calle sexta por miedo a  la Policía. Aunque una de las ironías de todo este tema que está ocurriendo en Bogotá es que la Policía también parece tenerles miedo.

¿Y quién no? Con las historias de descuartizamiento y cuerpos que se deshacen en ácido, por más que se sea un valiente policía surge ese instinto de preservar la vida. “Nosotros llegamos a un punto, porque hacia donde están ellos no podemos llegar. Usted de allá no sale vivo, por eso es que ni los policías entran porque les quitan el fierro y los matan”, comenta uno de los funcionarios de Aguas de Bogotá, mientras recoge la basura, la ropa y las heces fecales que se encuentran cada ocho días durante la limpieza del caño.

En el caño

El caño en el que se ubicaron varios habitantes de calle después del desalojo en La Estanzuela, en realidad es un canal angosto, pero muy largo y, por qué no decirlo, propicio para delinquir.

Mientras lo recorríamos, y veíamos el contraste que se daba entre un jardín vertical, que tiene el puente que lo cubre a los lados,   con la suciedad que hay allí, el olor a materia fecal es incontrolable. Tenis quemados y partes de impresoras, además de mucha ropa, son los objetos que quedan dejando el rastro de quienes, según el distrito, no han querido aceptar la ayuda que les dan. Aceptar esa ayuda debe ser voluntaria según un fallo de la corte constitucional que no permite obligarlos a recibir un tratamiento.

Ahora bien, el distrito aseguró que usaría todas sus herramientas para que la Corte considerara esta decisión y se puedan tomar acciones más fuertes. Mientras eso ocurre, Andrés y otros habitantes de calle no solo estarán en el caño de la sexta, sino en el caño de la 53 con Boyacá, en Bosa, Usme y otras zonas de la ciudad.

Otro panorama

El carro-tanque que rocía agua a las pocas plantas que quedan en el caño se convierte en baño portátil para dos habitantes de calle, que sin miedo disfrutan del chorro potente que los moja por completo. No nos podemos acercar, nos miran con miedo, pero también con rabia, la misma mirada dque les da el ciudadano de a pie a diario.

Uno de ellos lleva un cuchillo escondido en su espalda, lo acomoda mientras se lava la cabeza con un jabón que lleva guardado en el bolsillo de su chaqueta. Mientras los funcionarios que limpian el caño se van alejando, poco a poco van saliendo de su “cueva” y se ven en los semáforos, caminando por los andenes buscando comida o pidiendo plata.

“Lo que está haciendo el alcalde está mal porque él no pensó en reubicarlos, sino solo sacarlos de donde estaba y ahora la gente del sector se está alborotando. Pero, cómo no, si esto es un baño público al aire libre porque huele a pura mierda y a ellos (los habitantes de calle) los mantienen dominados con la droga”, comenta uno de los residentes del sector. Por la carrera 30 con calle 6ª se camina con miedo. Es inevitable.

¿Soluciones?

Algunos concejales de Bogotá han presentado propuestas para darle solución a la problemática. Hollman Morris y Alirio Uribe, del Polo Democrático, sugirieron crear un campamento humanitario para asentar a los habitantes de calle y terminar con la proliferación de los mismos. Allí tendrían beneficios, incluso el de consumir cualquier tipo de droga.

El concejal Horacio José Serpa, del Partido Liberal, propuso zonas de convivencia. El cabildante aseguró que no sirve de nada ayudarlos a rehabilitarse si no se acaba con las mafias de microtráfico Por su parte, Daniel Palacios, del Centro Democrático, aseguró que la solución podría estar en finca productivas en Sumapaz. La idea es que con esta medida estén alejados de la sociedad mientras se rehabilitan.  

La semana pasada, la Secretaría de Integración Social lanzó la campaña #AyudemosdeVerdad para que se conozcan los servicios distritales que se prestan actualmente a esta población. Integración Social dispuso la línea telefónica 3206594  para que la ciudadanía reporte la presencia de habitantes de calle  que necesiten atención, hagan donaciones en especie o busquen a sus familiares.

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