Para algunos, Henry Wickham fue un aventurero extravagante que sirvió a su patria; para otros, un desadaptado que cometió un acto infame.
Lo tildan de ladrón, pero otros se apresuran a señalar que vivió en una época en la que era característico el intercambio abierto y sin restricciones de materiales vegetales de valor comercial, y todos los países se beneficiaron de él, incluido Brasil, cuya industria del café solo fue posible gracias a otro acto de biopiratería emprendido un siglo antes (*Más información al final).
Lo cierto es que la biopiratería, definida como el robo cometido por una nación (generalmente rica) de los recursos naturales de otra (generalmente pobre), es un delito que recientemente recibió un nombre.
Sin embargo, existe desde hace mucho tiempo. Y Wickham fue el autor de quizás el mayor acto de biopiratería del siglo XIX y seguramente uno de los más efectivos de la historia.
Un sueño
En 1876, Henry Wickham tenía 30 años y, huyendo del tedio de la respetabilidad de la clase media baja en el Londres victoriano, luchaba por ganarse la vida como plantador en la selva brasileña.
Ya había recorrido parte de Latinoamérica, empezando por Nicaragua, a donde llegó en busca de plumas exóticas para los sombrereros de Londres. Luego se fue a Venezuela, en busca de fortuna, pero se perdió en la selva, casi se muere de malaria y se quedó sin dinero para regresar a casa.
Impávido, decidió que lo mejor era tener una plantación de caucho, así que navegó por el Orinoco hasta encontrar un área remota con los árboles ideales y aprendió a extraerles sus lágrimas de látex.
Pero la malaria retornó y los insectos lo atacaron por fuera y dentro del cuerpo hasta que, vencido, se montó en su canoa y se dejó llevar de vuelta a la civilización.
Un año más tarde, retornó con el viejo sueño de producir caucho, pero esta vez a la selva brasileña y con una esposa, su mamá, su hermana y otros parientes. Tras otros dos fracasos con plantaciones y varias muertes de miembros de su familia, parecía que nunca iba a encontrar su "Dorado".
Fue entonces cuando se le ocurrió otra idea.
Preciada carga
Poco después emergió de la jungla con 70.000 semillas de los árboles Hevea brasiliensis —comúnmente llamado árbol del caucho, shiringa o seringueira—, originario de la cuenca hidrográfica del Amazonas.
Los árboles crecían silvestres en la selva tropical en un relativo aislamiento, y por sus troncos corría un látex lechoso que producía el caucho de más alta calidad del planeta.
Cada una de las semillas que llevaba Wickham tenía unos 2 centímetros de largo, su carga pesaba más de 500 kilos y ocupaba unos 50 canastos.