"Mamá, yo siento que soy niña desde que estaba en tu guatita, ¿por qué me pusiste nombre de niño?".
Cuando escuchó la frase, Mónica Flores sintió, entre otras cosas, miedo.
"Los primeros temores son no entender lo que está pasando. Ya nos habíamos dado cuenta de que nos estábamos enfrentando a una situación nueva, distinta, sobre la que no teníamos información. No sabía nada de identidad trans, no lo manejaba ni como mamá, ni como profesional.
Había crecido y estudiado sin escuchar hablar del tema, porque no se abordaba en los colegios, ni en las familias. "No sabía cómo ayudar".
Aunque su partida de nacimiento decía que era un niño, ya a los 2 años su hija transexual había empezado a manifestar una identidad de género distinta.
Mónica Flores recuerda en fiestas infantiles, la decepción cuando le decían que no le podían entregar un regalo "para niñas". O en el pasillo de los juguetes en el supermercado, cuando se acercaban otros niños y su hija soltaba las muñecas.
No quería que la vieran.
"Ya tan chica ella sentía que era algo que podía ser malo. Se estaba poniendo triste".
Como sicóloga, había participado en una capacitación sobre identidad de género y derechos humanos. Identificó lo que estaba viviendo con su hija. Empezó a movilizarse, "a investigar, a leer, a buscar una red de contención, a otros padres".
Fue muy difícil en ese momento", cuenta. Pero su hija ya había hablado. "Comprendí que esto no era una etapa, que no se le iba a pasar", dice.
"Las personas no salen de una definición entre hombre y mujer. Yo empecé a comprender con mi hija que la identidad trans no es el gusto por un juguete, o por un color, un disfraz. No se trata de tener conductas o actitudes del otro género, no es una decisión: es un sentimiento profundo. Nosotros nos encontramos con que nuestra niña se sentía niña y que eso era algo persistente en el tiempo", explica.
Como familia, primero visibilizaron algo que la sociedad chilena casi no abordaba.
Todavía faltaban un par de años para que la película chilena "Una mujer fantástica" -sobre una mujer trans- ganara un premio Oscar y que su actriz principal, Daniela Vega, fuera la primera persona transgénero en presentar un premio ante la televisión internacional.
Mónica Flores tenía que enfrentar no solo la invisibilización y el rechazo, sino también la patologización de las personas trans.
"Lo que sí existía era un reconocimiento, pero desde la patología", cuenta, "se aceptaban en algunos casos, pero como personas enfermas, personas en las que hay algo que reparar. De hecho, para acceder a un tratamiento hormonal se exige que un psiquiatra te evalúe y diga que tienes un trastorno de disforia de género, por lo tanto, para los demás, tú estás enfermo", critica la madre.
En el entorno inmediato, Mónica Flores sentía que podía proteger a su hija, pero que tenía que trabajar por algo más.
"Las personas más cercanas, más importantes, quienes la aman incondicionalmente, algunos de sus abuelos, su tía, siempre estuvieron incondicionalmente con ella. También sus amigas, las mamás de sus amigas en el jardín, sus compañeros. Pero hubo gente, incluso muy cercana, que quedó en el camino. Que no respetaron nuestra decisión ni aceptaron su identidad", recuerda.
Con otras 60 familias, la sicóloga formó la Fundación Renacer, que hoy preside. En un trabajo voluntario, acompañan a las personas trans e intersex y a sus familias. Y buscan espacios para educar, porque, en su experiencia, cuando el tema se aborda, se estudia y se instala sobre la mesa, las cosas cambian.
"Muchas familias que expresan rechazo es porque tampoco entienden, o tienen ideas erróneas sobre lo que pasa, tienen prejuicios, creen en mitos. Cuando hay educación, cuando el tema se conversa, la mirada cambia. Las familias logran empatizar con sus hijos, los abuelos, los tíos. Por eso una de las tareas más importantes de la fundación es esa: educar".
En el colegio de su hija, dice, tuvieron suerte. "Siempre estuvieron dispuestos a aprender. Estaban las ganas, aprendieron, se educaron. Pero esa no es la realidad de la mayoría", advierte.
Y así lo muestran las cifras.
"¿Desde cuando se siente hombre?"
La edad para cambiar el sexo registral en Chile se ha convertido en uno de los aspectos más debatidos de la nueva Ley de Género.
Los sectores más conservadores de la coalición de gobierno de Sebastián Piñera creen que solo los mayores de 14 años deberían tener derecho a cambiar el nombre y sexo que aparece en su certificado de nacimiento.
Algunos congresistas plantean que se podría bajar a los 12 años. Familiares y activistas creen que ese derecho debería estar siempre.
"Muchos niños y niñas trans no llegan a los 14 años, se suicidan, o llegan ya con mucho daño en su salud mental", describe Mónica.
"En todos los lados nuestro nombre y nuestra identidad tiene un rol importante, pero no nos damos cuenta porque todo coincide", explica.
"Pero estos menores y adolescentes se encuentran todos los días en espacios donde sienten que no existen. Los insultan, enfrentan la discriminación, el rechazo. No les creen cuando muestran sus documentos ante cualquier trámite. No pueden elegir con qué vestirse en el colegio, o por qué nombre los van a llamar en la lista. Y eso es doloroso. Se van alejando de la sociedad, se angustian. Muchos desertan del sistema escolar por el bullying, o porque sienten que no hay un espacio para ellos."
"Nosotros creemos que la identidad de género es un derecho humano y que, segundo, no es una decisión, por lo tanto no hay una edad para prohibirlo o autorizarlo. Tenemos testimonios de niños de 5, 6, 7, 8, 9 años que han hecho su tránsito y viven su identidad de género. Entonces por qué no tener ellos el derecho a ser reconocidos en su país".