Hace un poco más de año tuve la fortuna de conocer a este hombre inspirador y hoy pensando en las miles de personas que dependen del trabajo informal en las calles de Bogotá para pagar el precio de la vida digna decidí compartir su historia de vida con el ánimo de que cuestionemos al estado sobre el futuro laboral de las personas que no les permiten trabajar en las calles y sus familias.
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Cuando se trata de no tener un discurso más y que, los hechos de vida sean el discurso Augusto Ocampo es un maestro – Fue aprendiz de mecánico, mesero, vendedor en buses y en la calle- A los 18 años, todos los días en el estacionamiento de las busetas de Suba Rincón, uno de los barrios más pobres de Bogotá. Estaba en punto a las 4 de la mañana
Ahí, Comenzaba su jornada laboral como ayudante del chófer. Trabajo que a simple vista parece de dinámica sencilla – la tarea era recibir billetes y devolver la diferencia en un recorrido de dos horas y media por la abrumadora troncal de la Caracas hasta barrios como San Jorge y San Carlos, que conectan el centro con el sur de la capital. – En ese entonces no existía Transmilenio – a esta dinámica se suma el hecho de tener que lidiar con el malgenio de muchos pasajeros, lo cual, hace de este trabajo un talento y toda una complejidad.
El recorrido lo repetía hasta cuatro veces en un día. Para recoger, al final de la jornada, el equivalente a 7.000 pesos de hoy. Nació en Bogotá hace 49 años. Las circunstancias dadas eran apremiantes, la mamá una mujer aguerrida, quien se había quedado sola, sé las ingenio y abrió una tienda y él y su hermano lograron cupo en la escuela pública Juan Francisco Bermeo y luego en la Domingo Faustino Sarmiento.
Cuando terminó el bachillerato no contemplo aspirar a la Universidad. Decidió, mejor mirar su futuro, en los talleres de mecánica tradicionales de su barrio, Rionegro (en el noroccidente).En uno de los talleres le dieron empleo como ayudante. El oficio era pasar las herramientas al mecánico y cambiar aceites.
Después de seis meses consiguió trabajo como ayudante de buseta. Había pasado ya más de medio año en ese trajín diario cuando su papá, que hacía apariciones esporádicas en su vida, se mostró preocupado por la vida que llevaba y lo conectó para que trabajara en uno de los restaurantes más prestigiosos de Bogotá en esa época. El Zaguán de las Aguas, el de la avenida 19 entre carreras 5a y 7a Empezó lavando platos.
Su talante y obstinación por mejorar su calidad de vida lo lleva a picar y exprimir limones por bultos, recoger los platos sucios de la mesa y reemplazar al barman, después saltó a mesero. Y cuando noto que el maitre (jefe de meseros) sabía inglés y francés corrió a inscribirse en el Colombo para aprenderlos. Y llegó a maître, y con apenas 22 años, alcanzo el cargo de administrador del restaurante.
Consciente de que de ahí para arriba, no seguía nada más y al ver la propiedad que mostraba la abogada del restaurante para tratar todo tipo de temas, se atrevió a pensar que el Derecho era lo suyo. Eso, sumado a la devoción por Jorge Eliécer Gaitán – el litigante de los pobres que se convirtió en caudillo le lleva a asumir la búsqueda de este nuevo objetivo. Alcanzó a recoger 80.000 pesos en sus ahorros.
El único aviso que vio en la prensa que ofrecía dicha carrera fue el de la Universidad Católica. En junio de 1990 comenzó su primer semestre. Entre el pago de la matrícula y los 25.000 pesos que tenía que pagar por el arriendo de una pieza en el barrio La Macarena, a donde se trasteó, los ahorros se esfumaron.
Ahí fue cuando comenzó el rebusque: Para el almuerzo, iba a un restaurante sobre la carrera 13. Pedía una porción de arroz y una de lentejas, las partía en dos, y guardaba la mitad para la cena. A veces se quedaba un rato más pendiente de los restos que dejaran. La joven que atendía en el restaurante lo conocía y le ofrecía las sobras,- tiempo después Inspirado en los niños que venden dulces en los buses, convenció a un par de compañeros de hacer lo que denomino campaña jurídica.
En un pedazo de papel escribieron nombres, teléfonos y direcciones de los consultorios jurídicos de la ciudad, los fotocopiaron por cientos y todos los días, de 1 a 5 de la tarde, subían a los buses pedían autorización de los conductores para hablar. Con seriedad profesional explicaba a los usuarios sobre la existencia de estos centros de asesoría gratuita.
Que el señor no ve por los alimentos del niño ¡Que la señora ha sido golpeada!…, exponía Augusto exhibiendo su carné universitario – para guiar sobre los casos en que podían recibir ayuda. Antes de bajarse del bus pedían una colaboración a los pasajeros por la información brindada y la generosidad fue grande tanto que al final del día podían recoger incluso para comprarse un par de zapatos. Debido a lo pesado del trabajo y el presentimiento de que alguien podría molestarse porque patrocinaran el rebusque con el carné de la universidad, decidieron dejar los buses.
Pronto entro a un nuevo mercado: el de las pulgas y los hippies. Ese no era su negocio y decidió asesorar a los hippies en cuestiones legales y ellos le enseñaban todos los secretos de la orfebrería callejera. En 1993, como las utilidades no eran suficientes para sostenerse, en las vacaciones viajaba a la Costa por tierra y a Anapoima donde la venta ambulante era más rentable.
En noveno semestre se hace papá pero no dejo el estudio y mantuvo la mirada en el objetivo con un crédito del Icetex continuo con la meta. En la carrera séptima Se la pasaba, vendiendo incienso y collares y corriéndole a los policías, rebuscando plata para su recién nacida. En una de esas se lo encontró uno de sus profesores, Juan Martín Suárez, para entonces magistrado del Tribunal de Cundinamarca. El magistrado le dijo que no desperdiciara su talento y le dio una mano en el Tribunal para que hiciera la judicatura (las prácticas profesionales).
Fue difícil pero el camino se fue dando. Medio tiempo lo dedicaba a la judicatura y medio tiempo a trabajar en la calle –vendía incienso, pañoletas y artesanías-. – En 1995 lo nombraron en un juzgado en Facatátiva como sustanciador, pasó dos años viajando todos los días de acá para allá. De regreso en Bogotá, trabajó de ayudante en el Tribuna de la capital. Un día, saliendo de allí, en los alrededores del Museo Nacional, vio como un policía les pegaba a una vendedora ambulante y a su hija.
Augusto paró en seco la agresión y llevó a ambas mujeres para ayudarles a poner una queja ante la Procuraduría. Cuando las llamaron a ampliar la denuncia él las acompañó y en los pasillos se encontró con Leonor Perdomo, para entonces asesora del Procurador, a quien había conocido en los tribunales. Después a Perdomo la nombraron como magistrada de la Sala Disciplinaria del Consejo de la Judicatura, una de las cuatro altas cortes del país. Ella, sin conocerlo mucho, se acordó del compromiso demostrado por Ocampo y de los buenos comentarios sobre su desempeño en el derecho penal, y lo llamó para que trabajara como su magistrado auxiliar.
Cursó posgrado de investigación criminal en la facultad de la escuela de la policía general de Santander y como si se tratara de justicia divina años después que los policías lo perseguían y golpeaban fue profesor de policías – Hoy es un reconocido exmagistrado auxiliar del Consejo Superior de la Judicatura. Es decir, quien hizo parte de las divisiones inferiores de la élite de la justicia: un grupo de mujeres y hombres que con sus fallos dirimen los conflictos legales más críticos de Colombia. Su trabajo era escribir y argumentar esos fallos bajo la tutela de la magistrada titular.
Tras salir de magistrado auxiliar se dedicó al litigio durante tres años y como aporte social buscó ayudar a personas que no tenían dinero para pagar defensa de abogados reconocidos y costosos – Denuncio los casos de pederastia que protagonizó el sacerdote católico Efraín Rozo en los años 60 dando a conocer que se habrían producido bajo la complicidad de otros sacerdotes como el cardenal colombiano de la época Aníbal Muñoz Duque, según lo puso de presente el denunciante, retomando los testimonios de una de las víctimas.
Pidió que se emitiera orden de arresto contra el Vicario Judicial del Tribunal Eclesiástico de Bogotá, por no atender la tutela que ordenaba atender un derecho de petición relacionado con las acciones que la autoridad católica había adelantado para investigar casos de pederastia por el sacerdote – Nunca antes alguien había logrado que la iglesia tuviera que revelar documentos este abogado Colombiano lo logro. Denunció a Silvestre Dangond porque en una presentación públicamente manosea a un niño.
En la alcaldía de Gustavo Petro ejerció durante tres años como director distrital de asuntos disciplinarios – y a la fecha es el gerente de litigios de la Empresa de energía de Bogotá. Y como si fuera poco todo lo que este ex vendedor callejero ha hecho con su vida como cereza del pastel un día hace dos años en sus palabras: Cansado de ver tantas muertes a causa de accidentes de tránsito por conductores borrachos y pensando que era inaudito que mientras el hombre llegaba a marte acá en la tierra irresponsables sin control terminaran con la vida de inocentes.
No podía comprender porque nos había quedado grande controlar a esos borrachos homicidas en potencia. Así que asume otro nuevo reto y se empeña en crear un dispositivo que permita evitar estas muertes y le cuenta de su idea al ingeniero mecánico David Ocampo .Su hermano. Hoy día este ex vendedor callejero junto con su hermano son los creadores de un eficiente dispositivo que no permite a borrachos estar a cargo del volante salvando así muchas vidas.
Ahora solo espera que en el país este dispositivo sea acogido por el ministerio de transporte para que ya nunca más alguien pierda la vida a causa de un conductor borracho. Afirma que regresa al litigio porque ama defender y sacar inocentes de la cárcel .Está convencido que hay muchas personas inocentes pagando condenas por delitos que no cometieron.
Este hombre que tuvo que luchar gramo a gramo su peso en oro todos y cada uno de sus logros profesionales en las calles hoy le demuestra al país que cientos de vendedores informales presos del desempleo pueden ser personas que están desperdiciando su talento humano el cual es la base de todo desarrollo social y que el estado no conforme con no tener opciones y oportunidades dignas para ellos los criminaliza y les quita su única herramienta de sustento – ¿Cuántos Augusto Ocampo
perderá el país por causa de esta infamia?