Quizás, mientras usted lee esto, en decenas de salones rodeados de espejos que van del piso al techo, entre las humildes calles del oriente de Cali, en el caluroso norte, en San Antonio, Siloé o en el barrio El Cedro, cientos, miles de jóvenes y niños bailan salsa.
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No es una exageración. Se estima que en Cali hay al menos 4 000 bailarines profesionales, distribuidos en unas 80 escuelas y agremiados en tres asociaciones, según datos de la Secretaría de Cultura.
Para ellos no es solo un ritmo, sino que se ha convertido en una manera de vivir. Una alternativa para llevar el sustento a sus hogares: alrededor de la salsa hay toda una industria cultural que está generando cifras multimillonarias y que comprende bailarines, coreógrafos, sastres, comerciantes, músicos, melómanos, productores, entre otros.
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“Con la salsa se benefician desde los empresarios hasta las señoras que hacen los tocados de las bailarinas. Se mueve el sector de la zapatería, de las telas, de pedrería, se emplean técnicos de sonido, luminotécnicos, escenógrafos. Hablamos de una verdadera cadena de producción en torno a la salsa”, explica ‘Kike’ Escobar, productor y consultor musical.
En efecto, por mencionar solo un caso, el X Festival Mundial de Salsa de Cali, que se desarrolla desde hoy y va hasta el próximo domingo y que cuenta con la presencia de unos 300 grupos en competencia, entregará una bolsa de premios que asciende a los $150 millones.
“Estamos hablando de mucha plata. No tengo números claros, pero por ejemplo, una puesta en escena anual de Delirio cuesta alrededor de $300 millones. A eso súmale el dinero que se mueve en eventos como el Salsódromo, el Encuentro de Melónamos y Coleccionistas, el Festival Mundial de Salsa, entre otros. Son miles de millones de pesos los que genera la salsa anualmente en Cali”, subraya el experto.
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Salsa, de Nueva York al barrio Obrero
Pero, ¿cómo llegó la salsa a Cali? ¿Por qué se enquistó en la cultura caleña hasta el punto de ser su bandera? Explica el profesor Alejandro Ulloa, docente universitario, escritor e investigador de la historia de la salsa en la ciudad, que la semilla se plantó en el barrio Obrero, por allá en la década de 1940, con agrupaciones como La Sonora Matancera, el trío Matamoros, y artistas como Daniel Santos y Benny Moré.
Esta música, que llegaba en forma de vinilos mediante el ferrocarril, que a su vez venía desde el puerto de Buenaventura, comenzó a inundar los nuevos barrios y las emisoras populares de la ciudad. Escobar va un poco más allá, y asegura que la música afrocaribeña se instaló fácilmente en Cali debido a su similitud con “las llanuras de Cuba”.
El bolero, el cha cha chá, el mambo, la guaracha y el guaguancó se regaron como pólvora por las discotecas del centro, sur y oriente de Cali, una ciudad que por aquél entonces le abría las puertas a la industrialización y que recibía miles de inmigrantes de todas partes del país.
Pero en la década de 1960 llegó una nueva revolución. Nace lo que hoy conocemos como Salsa, esa transformación que sufrieron las músicas afrocaribeñas en las barriadas de Nueva York, donde jóvenes músicos latinos les incorporaron sonidos y métodos del jazz y la música clásica.
“La salsa es una música que nace en los barrios populares de Nueva York. Y apenas aparece, llega a Cali. Fue algo inmediato. Comienzan a sonar Joe Quijano, Richie Ray y Bobby Cruz, El Gran Combo, Cortijo y su Combo, Joe Cuba, Charlie Palmieri y Eddie Palmieri”, dice el maestro Ulloa.
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Entonces, fueron apareciendo los bailadores, los grilles de antaño, los coleccionistas, la euforia colectiva en los jóvenes de la época y la leyenda salsera fue quedando indeleble en el imaginario colectivo de la capital del Valle del Cauca. Ahora, por toda la ciudad, según datos de la Secretaría de Cultura, hay unos 115 establecimientos nocturnos que giran en el eje salsero.
“Cali tiene una idiosincrasia salsera. Nuestra historia está fundada sobre la música antillana. Por acá han sonado muchas músicas y todas pasan. Pero la salsa nunca pasa. Por eso Cali es la capital mundial de la salsa”, sentencia Escobar.
Bailarines tipo exportación
Gabriela Fernández tiene 16 años y desde los cuatro baila salsa. Comenzó inspirada por su hermano mayor, también bailarín. Ama bailar y es lo único que quiere hacer en su vida. Yamith Lamir tiene 17 y baila desde los diez años, animado por sus papás. Hace cuatro son pareja con la escuela Stylo y Sabor, donde ensayan tres horas diarias. Juntos, sueñan con viajar y recorrer el mundo mostrando su arte.
Ese sueño no es imposible. Mauricio Santana, bailarín de Swing Latino por más diez años y quien actualmente está vinculado como profesor en la escuela Salsa Viva, lo asegura.
“Antes bailábamos por ‘hobbie’ pero no por un trabajo. Tenías que trabajar en otras cosas para subsistir. Pero con el trabajo y el tiempo fueron llegaron los reconocimientos a nivel nacional e internacional, la salsa fue creciendo y los bailarines se comenzaron a profesionalizar. Con los eventos llegó la exposición en los medios y ahí comenzaron a salir contratos”, dice Santana.
El bailarín profesional explica que ahora se está presentando un fenómeno que está proyectando a los artistas caleños en el mundo entero. “Empresarios de otros países están viniendo a llevarse a los artistas de acá a países europeos y asiáticos, donde siembran la semilla de la salsa caleña. Están en países como Israel, Turquía, Dubái, China, donde se radican por seis meses o un año como show principal de hoteles y casinos”.
Por esto, todos los días, Gabriela, Farith y otros miles de jóvenes que eligieron el arte de la salsa y su industria cultural como alternativa de vida, siguen bailando, ensayando coreografías y vueltas, en los salones rodeados de espejos en las escuelas de Cali.