El pasado jueves se estrenó la segunda película del director chocoano radicado en Cali Jhonny Hendrix, ‘Saudó, laberinto de almas’, un filme que rompe los esquemas y que cuenta, por primera vez, una historia de terror contextualizada en el Pacífico colombiano.
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La película ya se encuentra en las salas de cine y tiene en sus principales roles a actores como Luis Felipe Cortés, Estefanía Borges y al niño Robin Alomía, además de la participación de actores y actrices naturales del Pacífico.
PUBLIMETRO dialogó con Hendrix sobre cómo surgió la historia que se cuenta en el filme, sobre los pormenores de grabar en medio de la selva y sobre por qué apostarle a contar esta novedosa y terrorífica historia.
“La mejor invitación que puedo hacer es decirle a todo mundo que corran a la sala de cine esta primera semana (hasta el próximo jueves). Estamos teniendo competencias muy fuertes en las salas. No pido que la acompañen por ser colombiana, pido que vayan a verla porque traemos cosas muy interesantes para contarles, porque está muy bien hecha y porque seguro los va a sorprender”, aseguró el director.
¿De qué trata ‘Saudó, laberinto de almas’, Jhonny?
Es la historia de Elías, un hombre que sale de su pueblo a temprana edad, logra posicionarse en una ciudad, se convierte en un médico importantísimo, tiene su esposa, tiene su hijo. Y cuando su hijo está a punto de cumplir los 13 años, que fue la edad en la que él salió de su pueblo, comienzan a suceder hechos paranormales en su entorno, en el entorno de su hijo y su esposa. Eso lo hace tomar la decisión de tomar a su hijo para regresar al pueblo, pensando que quizá allá puede solucionar algún problema. Pero luego se da cuenta que esa fue la peor decisión que pudo tomar.
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Históricamente, el Pacífico es una zona donde hay muchas creencias paranormales. ¿Cómo surge la historia de ‘Saudó’ y qué tanto tiene de esa mitología del Litoral?
Precisamente, hablando de cuentos y mitos, la historia nace de esa manera. Nosotros fuimos a investigar todo lo que era el tema de la brujería en el Pacífico. Nos comentaron que teníamos que hablar con una señora y allá llegamos. Ella nos comenta que le tenemos que llevar cuatro botellas de ron y una paca de tabaco, generamos una conversación larga con ella donde nos cuenta sobre su familia y su pasado, y cuando ya pensábamos que no iba a pasar nada (la señora ya iba en la cuarta botella de ron y se había fumado casi todo el tabaco), ella blanquea los ojos y comienza a hablar raro. En ese momento nos cuenta la historia de un pueblo que quedaba perdido en la selva del Pacífico, donde vivían esclavos que hacían un ritual para hacerse invisibles para no ser recapturados. Esa premisa fue la más importante para nosotros y de ahí salió toda la historia de ficción que se puede ver ya desde el pasado jueves en las salas de cine.
¿Por qué apostarle a un género tan complejo y atípico en el cine nacional como lo es el terror?
Dos razones: la primera, era aprovechar todo el imaginario de brujería, de santería y los mitos que hay en el Pacífico. La segunda, era que en Colombia los dos géneros que más va a ver la gente son la comedia y el terror. Entonces, pensando en eso, nosotros tratamos de construir una película de suspenso en el Pacífico, apostándole a esa mística y apostándole a que todos los colombianos en algún momento tienen en la memoria ese recuerdo del abuelo o la abuela echándole el cuento de alguna bruja, de algún fantasma. Para darle similitud, quisimos crear el contexto de la esclavitud y del pueblo abandonado en medio de la selva.
¿Cuál fue el reto más grande, desde la parte creativa y narrativa, a la hora de contextualizar esta historia de terror en el Pacífico?
El reto más fuerte que tuvimos fue construir un guion que tuviera tantas capas, que tuviera tantos detalles. Que a la hora de ir a filmar nosotros supiéramos por qué estábamos colocando un cuadro, una puntilla, una mosca. Y que cuando la gente vea la película, sienta que se la tiene que ver dos o tres veces, porque definitivamente hay demasiados detalles y atmósfera. Hay mucha sutileza que se puede pasar por alto. Creo que eso fue lo más difícil de hacer, construir una historia que fuera verosímil pero que además tuviera tanta profundidad.
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Y desde el punto de vista técnico…
Desde lo técnico, lo más complejo fueron las locaciones. Eran lugares agrestes, selvas bruscas, pantanos. Entonces trabajar ahí con cámaras digitales, con una temperatura altísima, pues obviamente saturaba todo y desordenaba un poco todo.
Hacer cine sigue siendo una labor de románticos obstinados en Colombia. ¿Cuánto costó la película? ¿Dónde fue rodada?
Duramos ocho semanas grabando. Rodamos en Cali, en un islote que se llama Punta Soldado, en la Bahía de Buenaventura, rodamos en Quibdó y en algunos pueblos en los alrededores de Quibdó. Tuvimos seis semanas en el Valle del Cauca y dos en Chocó. Y la película tiene un costo estimado de un millón de dólares.
Una apuesta dura, ¿no?
Una apuesta dura en términos económicos, pero para el resultado que tuvimos, fue realmente económica. Después de que uno ve la película en cine, uno no entiende cómo se logró hacer tanto con tan poco. La verdad, la película se ve mucho más robusta de lo que costó.
Supongo que esa robustez tiene que ver también con el trabajo de postproducción, con los efectos especiales que son tan fundamentales para las películas de terror…
Sí, aunque creo que el punto más difícil de ahí fue imaginarlo y explicarlo. No solo era escribir el guion sino tratar de conceptualizar cada objeto, cada personaje, cada animal que apareciera en la película, para que en post el equipo de animación y composición entendiera qué era lo que buscábamos. Fue muy difícil, no solo porque obviamente esto no se ha hecho antes, sino porque toca transmitir la idea a mucha gente y tratar que todos entiendan lo mismo. Pero de eso se trató, de jugar con la animación y la ficción y la realidad. Traemos una propuesta que va a sorprender mucho a los espectadores. La película está muy bien hecha y tiene cosas muy fuertes, tanto así que muchos que ya la ha visto nos ha dicho que no parece una película colombiana.
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